Por Diego E. Barros
Circula un chiste que como todos los malintencionados me hizo bastante gracia cuando me lo contaron: «con los tres millones podríamos haberle comprado a Carromero un asiento en el Red Bull». Porque tres millones de dólares es, según algunas informaciones, lo que le ha costado al Estado español, es decir a todos, la defensa y el proceso de repatriación del cachorro del PP, Ángel Carromero, condenado en Cuba a cuatro años de cárcel por un accidente, el pasado 21 de julio, en el que murieron los dirigentes de la oposición anticastrista Osvaldo Payá y Harold Cepero. A mí me parece muy bien que el señor Carromero tenga la oportunidad de cumplir su condena en España y me parece muy bien que el Gobierno español hiciese todo lo que tenía en su mano para que un ciudadano español tenga las mejores garantías procesales en un país extranjero. Pero el celo que ha mostrado el Ejecutivo popular en este caso lo echo de menos en otros incluso más sangrantes, de ahí que el affaire Carromero cante tanto. Y eso, dejando a un lado que sea el Gobierno de todos el que se encargue de cubrir los gastos con el dinero de todos en un proceso estrictamente privado. Pero a estas alturas ya sabemos la diligencia popular cuando lo que está en juego es la suerte de uno de los nuestros.
Como todo lo que rodea al régimen cubano, el asunto ha estado envuelto de una sombra propia y un telón impuesto por los bandos que, desde España, ven a Cuba o como el representante del diablo en la Tierra o lo más parecido al paraíso. Ni lo uno ni lo otro pero dejemos que los árboles una vez más nos impidan ver el bosque: un país con un régimen no democrático, un accidente de coche a cuyo volante iba un extranjero con el permiso de conducir anulado (en el momento del accidente parece que todavía no había sido ejecutada la retirada del carné) y dos muertos. Para más inri dos fiambres molestos para el régimen en cuestión. Y de ahí a lanzarnos piedras, deporte favorito del país, no hay nada.
Es estúpido justificar políticamente un régimen que penaliza las libertades y los derechos más fundamentales. Pero es más estúpido todavía fiar toda defensa de Carromero a los ataques hacia ese régimen o calificar lo sucedido de «broma» o chiquillada en el lugar inadecuado en el momento inoportuno como alguien ha escrito por ahí. Puede que de haber sucedido en España, Carromero no fuera condenado a una pena de cárcel pero las circunstancias que rodearon su accidente harían enfrentar al protagonista un juicio, ya que los hechos sí están tipificados como delito en el actual Código Penal español. Basta con echar un vistazo a un tercer país, por ejemplo EEUU, para ver que tras lo acaecido en Cuba Carromero puede sentirse afortunado. En la democracia occidental por excelencia es probable que el cachorro popular hubiera enfrentado una considerable multa además de un buen número de años de cárcel. Como la legislación depende de cada Estado e incluso de cada condado, baste un ejemplo en Michigan. Cualquiera que haya conducido por una de sus autopistas en obras habrá visto unos macabros carteles en los que, además de pedir precaución a los conductores, se les advierte de que «Kill a worker» (matar a un operario) conlleva una multa y una condena a 15 años de cárcel. Como consecuencia de un accidente, se entiende, fortuito. Si a eso unimos el hecho de que el conductor iba sin permiso en regla, echen cuentas. Y no creo que nadie se atreva a cualificar a EEUU de «no democracia», aunque abierta como está la espita de las estupideces todo es ya posible.
En todo este festival se desmarca ahora la plana mayor del PP con Esperanza Aguirre al frente para seguir mostrando la luna con el dedo de la conspiración, el mismo que sirve para esconder la broma de verdad: que el PP vaya a seguir pagándole un sueldo público de 50.000 euros al señor Carromero para sacarlo cuanto antes de la cárcel. En calidad de asesor aunque sea de cómo seguir conduciendo arrastrando 47 multas, el carné retirado, dos muertos en un accidente y todo ello siendo un conductor novel. Una coña de las buenas que en otro tiempo solo podría estar dentro de una película de Berlanga pero que tras muchos esfuerzos finalmente hemos conseguido hacer realidad.
Queda claro, la interpretación más falta de neuronas. Aquella que repite el ala más delirante de la caverna: el delito de Carromero es ser del PP y ya se sabe del interés del régimen castrista por molestar en Génova. A mí solo se me ocurre que el Castro pequeño, si de verdad hubiera querido importunar al PP, le hubiera concedido a su cachorro una medalla. Por los servicios prestados.
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