Por Roberto Morlán | Bristol
“…toma distancia”. Así fue lo que hace un año ocurrió. Tomé distancia para ver las cosas con otra perspectiva, hacerme preguntas y buscar respuestas. En momentos de soledad uno puede pensar mucho y llegar a un punto en el que ve con otros ojos la realidad. En ese momento nace Luck y desde sus felinos ojos pude conocer una nueva vida, una nueva ciudad, otro país, una cultura completamente distinta e interesante a la vez.
Comencé a descubrir la ciudad andando por sus calles, desde su epicentro hasta la periferia, y como si de un compás se tratase no dejé de trazar círculos que, del mal pulso, se acaban convirtiendo en espirales en donde podías llegar una y otra vez al punto de partida y volver a empezar.
Las noches eran mi refugio y bajo su amparo no dejaba de descubrir el cambio que en mí se había producido, el de mis hábitos, mi alimentación, la manera de relacionarme con el mundo, de alejarme de él, de andar solitariamente buscando como sobrevivir a cada día. Los fantasmas nunca dejaban de estar cerca y los miedos y la inseguridad eran sus mejores aliados para intentar hacerme caer. A pesar de ello nunca lo consiguieron.
Recuerdo con mucho cariño un momento en el que me encontré con varios de los míos. La quietud con la que se hayaban debajo de un árbol me dejó boquiabierto. El árbol era viejo, majestuoso, preparado para el frío invierno. La luz de la luna plasmaba su silueta en un edificio gigante, de bloques, que estaba justo detrás, dejando una imagen casi metafórica que imponía. No era de extrañar que los asistentes no dejasen de contemplarla espectantes, como si algo fuese a ocurrir. Fue un momento de mucha tranquilidad y después de un día lleno de vanalidades la escena permitía evadirte e introducirte en lo más profundo del subconsciente y meditar.
Las semanas pasaban dejando atrás el colorido carnaval de St. Paul, el ambiente festivo del Harbourside Festival en los Docks, o el Balloon Festival y la estampa del Suspension Bridge de fondo. Cada miércoles el St. Nicholas Market citaba a los amantes de los alimentos frescos. La organic food era el denominador común en cada uno de los puestos que recorrían la céntrica calle. Tampoco pasaba desapercibido el barrio de Southville con el alternativo Graffiti Festival o el mercado de los domingos en el Tobacco Factory donde por veinte libras podías tener un puesto y vender lo que quisieses. La ciudad natal de Banksy era un núcleo de cultura underground, de gente pintoresca y del uso de la bicicleta. Los cacos tenían su agosto hecho, el mercado de segunda mano era muy prolífero, y la policía, sin armas, no dejaba de recibir denuncias de bicicletas robadas.
Las noches seguían siendo mi refugio y el constante ambiente musical del Old Duke, el Start the Bus, el Mr. Wolf; o mi favorito, The Canteen, educaban mi sentido del oído. Fue cerca de este último donde sucedieron algunas replicas de los riots londinenses. Los disturbios no eran algo nuevo en la zona. Meses atrás, los vecinos más radicales no pasaban por alto la apertura de un supermercado de una conocida multinacional. Era la protesta ciudadana por mantener las tradicionales tiendas que caracterizan la independiente Stokes Croft. Nosotros salíamos beneficiados, y gozabamos de un festín de suculentos desperdicios.
El tiempo pasó, y acompañada de los pocos rayos de sol, la despedida era algo, que sin saberlo con certeza, estaba programado desde el momento en el que dejé mi ciudad natal. Quizás esperaba que la experiencia hubiese sido diferente, haber tenido más éxito, o visitar por dentro St. Mery Church, no lo sé, pero al final dejé mi piel prestada y volví al lugar donde quiero estar, donde quiero vivir.
Una vez distorsionada la realidad despertamos para comenzar una nueva aventura más arriesgada que las anteriores. Encontrarse emprendiendo.
Hasta pronto… Bristol.
Canción recomendada:
Jónsi – Grow Till Tall
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