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¿Cuál sería el mejor escenario para la reconciliación? El rey Lear, a pelo, de la mano de Andrea Jiménez, en el Teatro Central de Sevilla.

 

Un escenario dentro del escenario. Ya pinta metateatral. Eso y que no sepamos quién va a hacer de rey Lear. Nos explican la dinámica. Somos cómplices. No sabemos cuánto vamos a participar. La tensión es buena, es un juego teatral interesante e intrigante, pero con la maestría y complacencia del teatro clásico. El texto está cerrado y la puesta en escena es lo que está en juego.

Andrea Jiménez tiene carisma, apela a la empatía desde su carácter firme y seguro. Porque sobre las tablas o en la pantalla nos encantan esas personas. Pero lo que nos cuenta, y lo hace con mucha honestidad, remite directamente a su historia personal. Para estar donde está, haciendo teatro, haciéndolo en directo y para nosotros, ha tenido que sacrificarse. La han sacrificado. Y de la herida, y del motivo, ha impulsado su carrera. No va a fallar ahora con lo que se ha jugado. Ole por ella.

El Casting Lear nos trajo el viernes un regalo, a Manolo Caro. Como la mayoría de los que estaríamos allí, imagino, sólo lo había visto en acción, en sus personajes. Tiene una credibilidad asombrosa, sólida. Pero el obsequio de esta estructura, de este juego dramático que propone esta obra, es que nos dio la oportunidad de ver al actor fuera del personaje antes de que comenzara su performance. Sale al escenario y Andrea le pregunta si ha ensayado o pactado algo con ella antes de aparecer esa noche en escena y él responde, dice la verdad, que no.

 

Foto: Bárbara Sánchez Palomero

 

Una conversación con el actor antes de ser dirigido nos presenta a una persona algo tímida, sencilla y serena, dentro de unos nervios que, nos cuenta, está experimentando, inevitablemente, a pesar de las décadas que lleva de profesión. No sabe nada de lo que va a pasar. Sabe que será Lear ¿Todos sabemos quién es Lear? Pues bien, es un personaje de Shakespeare que reta a sus tres hijas a demostrarle su amor para competir por su herencia y la pequeña se rebela, se niega a forzar o a vender el amor por su padre y es desheredada y expulsada de su familia.

Un fiel escudero, encarnado por el ayudante de dirección, Juan Paños, hará de apuntador de un actor escogido para la ocasión que tendrá que realizar un ejercicio de confianza y obediencia y rendirse ante la mirada y dirección, no sólo de una directora, sino de una hija. Ha sido un espectáculo ver la transformación de este hombre. Se hizo grande, puntiagudo y tentador. Ya lo dije, un regalo.

Hay un momento mágico, incómodo, metateatral, marginalmente escénico. Cuando el actor es puesto en jaque y tiene margen de error. El único, prácticamente. Se le da una orden por el pinganillo y él repite e increpa con esa orden a quien se la impone hasta que la directora decide interceder para que la obra continúa. Cómo es el riesgo, es lo que más agarra al espectador. Es cruel, emocionante, pero forma parte del pacto, que el actor se ponga en riesgo, pero cuanto más vemos su precipicio más nos abre los ojos y nos capta la emoción.

Es la terapia del teatro puesta de manifiesto de una forma metadiscursiva. Es la autora y conductora del espectáculo la que se mira al espejo y nos enseña lo que ve.

¿Se puede perdonar “esto”? ¿Cómo se perdona?

Matar al padre. No es sólo una cuestión freudiana, la de la emancipación e individuación a partir de dejar de depender de la validación de tus progenitores. Vamos a por los padres del teatro también. Vamos a desafiar a Shakespeare, y por qué no, a Juan Mayorga también. La directora se plantea una forma de darle la vuelta a las formalidades escénicas y aún así nos ofrece un rato de teatro al desnudo, crudo. Se lo agradezco.

No te enfades. O sí, enfádate.

El padre de Andrea la desterró por escoger el teatro como modo de vida y luego necesitó de su ayuda. El paralelismo con la obra inglesa es indudable. Cordelia, la hija favorita de Lear, no acaba bien. Podemos cuestionar el fatídico destino para este personaje femenino desde una visión actual en la que todavía se demanda a las mujeres que sean comprensivas y sacrificadas por el bien de los hombres. El público podría ser de cualquier edad. Esas heridas no se cierran fácilmente. Pero quizás allanaría el camino de una audiencia que adolezca.

Entre los más diablos de la sala se escucha a la salida: “me gustaría venir a verla con mi hija”. En este salto generacional se echa de menos la famosa frase de la obra de Shakespeare: No digas esto es lo peor mientras puedas decir «esto es lo peor”.

 

Foto: Bárbara Sánchez Palomero

 

 

CREACIÓN Y TEXTO Andrea Jiménez

DIRECCIÓN Andrea Jiménez y Úrsula Martínez

DRAMATURGIA Andrea Jiménez y Olga Iglesias

INTERPRETACIÓN Andrea Jiménez y Juan Paños

junto a un ACTOR INVITADO, diferente cada día, de este listado: Ramón Ibarra; Pepe Viyuela; Patxo Tellería; Abel Folk; Luis Zahera; Manolo Caro; Antonio Dechent; Secun de la Rosa; Alfonso Torregrosa

DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA E ILUMINACIÓN Judit Colomer

ESPACIO SONORO Lucas Ariel

DISEÑO DE VESTUARIO Yaiza Pinillos

MOVIMIENTO Inés Narváez y Amaya Galeote

AYUDANTE DE DIRECCIÓN Óscar Martínez-Gil

ADJUNTO DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN Fabián Ojeda Villafuerte

JEFA DE PRODUCCIÓN Y REGIDURÍA Blanca Serrano

GERENTE EN GIRA Y REGIDURÍA Paco Flor

DIRECCIÓN TÉCNICA Manuel Fuster

ADMINISTRACIÓN Henar Hernández

JEFA DE PRENSA María Díaz

FOTOGRAFÍA Sergio Parra

DISEÑO GRÁFICO Eva Ramón

DISTRIBUCIÓN Fran Ávila Distribución

TRANSPORTE FJS Transportes

UNA PRODUCCIÓN de Andrea Jiménez, Barco Pirata y Teatro de la Abadía

 

 

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