Hasta hace relativamente poco, solía pensar que las personas aparecían en nuestra vida de manera arbitraria sobre nosotros, como si hubiera un régimen autoritario invisible que dictara el futuro tras sopesar las consecuencias, igual que en The Umbrella Academy. Sin embargo, cada día me arrepiento más de esos pensamientos.
Pues ya no solo se trata de mis dudas respecto a los fantásticos planes del cosmos para mí, sino que también comienzo a pensar que las casualidades, en la web 3.0, ya no existen.
Antes me gustaban unas zapatillas y el deseo era fugaz o intermitente, los de la clase media podíamos permitirnos un cierto margen de olvido con los caprichos, no obstante, se ve que el mercado de los deseos, hoy en día, se ha disparado. Ahora me gustan unas zapatillas, un libro o un mísero bozal y da igual en dónde me meta, que estará ahí, amenazante, en un lateral o ventana emergente, en un anuncio de Instagram o una recomendación de Facebook. No puedes escapar del deseo, está presente hasta en el puchero de los lunes.
Y es que el deseo se manifiesta de muchas formas. Es como el Espíritu Santo, que unas veces viene en forma de paloma y otras de pantera. Los cookies que aceptamos—¿No estáis hartos de aceptar cookies?—almacenan nuestras preferencias, gustos, inquietudes y demás aspectos de nuestra personalidad para conformar un perfil que una Inteligencia Artificial controla desde alguna parte de Silicon Valley.
Como alguien sabio dijo alguna vez: «cuando el producto es gratis, el producto eres tú». Y, de la misma manera en que somos productos, ¿Qué nos hace pensar que nuestras relaciones no están prediseñadas? Quizás sí estabas predestinado a estar con alguien porque un algoritmo así lo dictaminó.
¿Nunca os habéis dado cuenta de que hay personas que seguís que jamás aparecen en la pantalla inicial? O que, de repente, alguien que nunca viste, te sale el primero constantemente y te da por fijarte en él. Pero la realidad es que hay un ordenador en California que decide sobre ti y lo peor es que crees que lo has elegido tú.
La ciencia ficción nos ha hecho creer que el apocalipsis vendría acompañado de una fila de robots destructores con ansia de colonización. No obstante, esa avaricia es solamente propia del ser humano y no lo puede enseñar un cómputo.
Siento ser yo la que lo diga, pero el fin del mundo está aquí y ocurre en el momento en que las máquinas tienen el control de nuestro inconsciente, las riendas de nuestra mente.