Por Hermes Manyés
Las Hurdes, tierra sin pan (1933), de Luis Buñuel, es una película documental que muestra los horrores de la humanidad hurdana en tiempos de la Segunda República Española.
El documental muestra escenas cotidianas de la comarca: niños comiendo pan mojado en agua sucia; la muerte de un burro por picaduras de abejas en su fallido trayecto a Salamanca con el propósito de transportar miel con fines comerciales; la repentina muerte de un niño hurdano y su traslado al cementerio; la caída y consiguiente muerte de una cabra por la montaña; la proyección del mal estado bucal de una niña y anunciación en voz en over de su muerte (posterior a la grabación); un sinfín de tradiciones y supersticiones que impiden el desarrollo social de Las Hurdes; un largo etcétera de crudeza humana captado en 27 minutos.
«Mi intención fue transcribir los hechos que me ofrecía la realidad de un modo objetivo, sin tratar de interpretarlos, y menos aún de inventar (y como) llevábamos casi justo el metraje […] decidí no rodar más que aquellas escenas que correspondían a una sinopsis hecha de antemano […] todas las tomas hubieron de ser pagadas. El pueblo de Martilandrán, uno de los más miserables, se puso a nuestra disposición por un par de cabras que hicimos matar y guisar y 20 grandes panes que comió el pueblo colectivamente«, (Luis Buñuel, 1941, en la presentación del film para los estudiantes de la Universidad de Columbia).
La pregunta a la que tiene que enfrentarse el espectador de este film es en qué punto queda la ética audiovisual y, generalmente, humana, sobre la elaboración de este pseudo documental. Pseudo, puesto que un documental, según la Real Academia Española, se trata “de una película cinematográfica o de un programa televisivo: Que representa, con carácter informativo o didáctico, hechos, escenas, experimentos, etc., tomados de la realidad.”
Es verídico que la comarca de Las Hurdes es conocida por su pobreza, ya quedó recogido en la tesis doctoral de Mauricio Legendre, publicada en 1927 y con 15 años de investigación previos a su publicación. Luis Buñuel quiso trasladar los hechos recogidos en la tesis de Legendre y retransmitirlos en un corto de media hora. Elaboró una previa sinopsis y procedió a realizarla en 1932. Quizá lo que Luis Buñuel no se paró a pensar fue lo que pensarían los espectadores sobre el sospechoso humo de pistola que rodeaba al burro que transportaba miel, o el visible respirar del supuesto bebé muerto. Ni mucho menos pensó que 67 años después, un reportaje llamado Los prisioneros de Buñuel, de Ramón Gieling, mostraría testimonios de hurdanos que negarían la veracidad de todas las escenas filmadas para el documental Las Hurdes, tierra sin pan. En este reportaje los hurdanos, incluso pasado más de medio siglo, muestran su frustración y desengaño hacia el documental de Buñuel. Manifiestan que su dignidad ha sido pisoteada y que aunque Las Hurdes siempre ha sido una comarca pobre, siempre ha sido merecedora.
Si la intención de Luis Buñuel fue transcribir la realidad de un modo objetivo y sin invenciones, y además clasificó su film como documental; nos encontramos entonces ante una farsa audiovisual. He aquí donde topamos con el concepto que tiene Buñuel sobre la ética audiovisual, que la mancilla tratando de vender una realidad tergiversada con el fin de aclamar fama, dinero y reconocimiento. El cineasta antepone su éxito profesional frente a la dignidad de Las Hurdes de los años 30. No se critica que tomase la iniciativa de hacer un documental, lo que resulta inadecuado es que decida recrear una realidad bajo sus premisas sin respeto hacia los habitantes hurdanos.
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