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Por Dani Moscugat

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Normalmente, una crítica cinematográfica de mi puño y letra tiene implícita una motivación objetiva: defender o posicionarme respecto a lo que entraña todo el proceso de creación de un filme, esto es, la comunión de arte, humanidad, cultura y, sobre todo, entretenimiento en una sinestesia retórica única. Y el cine debe ser, por encima de todo, entretenimiento. De ahí se desprende que cada cual, según su uso y costumbre, considerará entretenimiento del bueno Dogville, por poner el primer ejemplo cualquiera que acaba de iluminar mi memoria en este momento, como quien dice, o bien se decantará por disfrutar delante de la gran pantalla con cualquiera de los Blockbuster que acaban en el olvido o en las montañas de ocasión de los hipermercados «tres por cinco euros»; o tal vez embelesándose con Kárate a Muerte en Bankok o quizá con Átame… y quién sabe si no es una comedia romántica del tamaño de Como Perros y Gatos. Cada persona es un mundo y calibra como quiere lo que para sí mismo significa entretenimiento, y éste también tiene sus momentos y sus pautas. No obstante, hay un nexo de unión en común entre todos esos conceptos (arte, humanidad, cultura y entretenimiento) que hace que las películas sean excepcionales, entretengan al gran público, sean aceptadas por la crítica y adoptadas por quienes nunca hubieran pensado en ser testigos de semejantes secuencias. Aclarado muy de pasada lo susodicho, me aventuro a hacer una sugerencia más sobre una película que dadas sus connotaciones excepcionales merece una reseña.

Después de siete años (desde que terminó el proceso de rodaje hasta hoy, cinco desde su estreno oficial fuera de nuestras fronteras), se estrena en España «Manolete« (Matador’s Misstress, –La Amante del Matador-), lo que se supone un biopic de los últimos días del histórico matador de toros cordobés, cuyos derechos no se pudieron ejercer a plenitud en este país debido a los continuos impagos por parte de la productora a la empresa que gestionó los decorados, ligados en un eterno litigio para recuperar el dinero adeudado. En fin, no entro en la materia de lleno pero soslayaré de pasada el porqué para que se hagan una idea de la verdadera razón del desencuentro. Muy gordo debía de ser lo que podría haber de por medio si el litigio duró un lustro, algo debía contener esa cinta por lo que unos insistían en que viera la luz y otros que ni soñando si antes no se abonaban los pertinentes euros. Pero andaba con la mosca detrás de la oreja porque siendo consciente de que te vas a topar con que una película «española» (según el registro de inscripción inicial) que está dirigida por un holandés, protagonizada por un estadounidense y rodada íntegramente en inglés, podía esperar cualquier cosa menos sentido común. Pero insisto: algo muy gordo debían esconder para que se evitara en lo posible la exhibición de la cinta por las desavenencias económicas, problemas internos y litigios burocráticos: primero la pasta y luego lo que quieras, y entre el blanco y el negro un montón de matices grisáceos a modo de múltiples montajes, por ejemplo. Aparte de otros tantos cabos sueltos, se ha contado con ocho interpretaciones de edición distintas (que se conozcan), miles de dimes y diretes, y no sé cuántas mentiras, chismes y etcéteras varios que han desviado la atención hasta la extenuación a pesar de los distintos estrenos por todo el mundo, en distintas fechas según el país en cuestión, y con distintos montajes según la conveniencia del lugar.

Pero no es el sentido común lo que impera en todo el entramado de la industria cinematográfica mundial, cosa que acaba siempre por destapar del tarro de las esencias todo su potencial cuanto mayor es el caos imperante. Manolete no es el único ni el primero de los estrenos tardíos o problemáticos. Títulos legendarios para la historia del cine pasaron casi por ser producciones malditas que por poco no vieron la luz o clasificaron «X» y que, afortunadamente para los que amamos este entramado, pasaron a ser títulos míticos. Les sugiero unos pocos: Nosferatu, El Acorazado Potemkin, La Naranja Mecánica, La Matanza de Texas, Avaricia, Apocalyspe Now, y le sigue un largo etcétera (por cierto, caso curioso que aún no ha visto la luz es el documental de los Rollings Stones «Cocksucker Blues«, en el que, según cuentan las malas lenguas que han tenido el privilegio de poder ver algo -un servidor incluido-, aparecen todos ellos, quien más quien menos, metiéndose de todos los tipos de estupefacientes de la época -principios de los setenta- y que fueron los mismos integrantes de la banda quienes prohibieron su exhibición en pantalla grande y por supuesto su distribución; imagínenlo: todos ellos junto con amigos y conocidos dándole que te pego salvajemente a las agujas, al LSD y demás derivados; un documental que sigue siendo crudo y se filtró a mediados de los 80 cuyos excesos puede valorarlos hoy día el espectador si rebusca bien por la red). Pues “Manolete” engrosará la lista de películas malditas, pero de seguro que no se incluirá entre las elegidas para escribir la historia del cine. Porque cuando existen pretensiones fuera del alcance de tu mano, cuando la sinrazón escapa de los dominios de tu disposición, cuando el peso de la historia lastra sobre tus hombros con mayor incidencia de lo que esperabas, todo lo que manejas puede resultar lo suficientemente peligroso como para que te estalle en la propia cara.

No voy a hacer demasiada sangre después de un preámbulo tan extenso, dado que toda esta verborrea funicular ha ido trepando hacia tan alto, que ahora me toca lanzar a tierra firme, cual peso muerto, esta gran bola indescriptible e inclasificable, cobijada en el seno de mi indignación más absoluta, y consecuencia de las execrables carencias de la cinta. Iré en todo lo que pueda al grano dada la verborrea susodicha. Teniendo en cuenta que el guión mantiene un rigor histórico, según he podido comprobar, correcto, adolece de muchos aspectos artísticos que se solventan de manera aceptable. Un concepto artístico (que a título muy personal repruebo hasta la extenuación y me parece una salvajada catalogar los eventos taurinos como ‘eventos culturales o artísticos’), no podía por menos que contar con una dirección que solventa con holgura el envite, pero solo en relación a la dirección de fotografía, en lo que creo que es el despropósito más exasperante de cuantos he presenciado en muchísimo tiempo en la gran pantalla. Y digo exasperante porque, tras 20 minutos de cinta, no paraba de moverme ya en el asiento, sintiéndome incómodo e incluso pasando cierta vergüenza ajena, mirando continuamente la hora, cada minuto se me hacía eterno.

Creo aventurarme y sin miedo a equivocarme que cada uno de los integrantes del elenco, cincelados bajo un rigor histórico más que correcto como ya he soslayado, todo hay que decirlo, luchaban sin descanso por competir y llevarse el galardón de interpretar peor su papel: Santiago Segura, Juan Echanove, Adrien Brody,… y cuyo premio final probablemente se lo concederían a Nacho Aldeguer, cuya parodia sobre el torero Luís Miguel Dominguín provocaron unas innumerables risotadas en toda la sala de cine que resonaban como si de una comedia se tratase (y conste que solo reproduzco lo que vi y lo que oí). De entre ellos tal vez tenga un aprobado general la incomprendida en este país por antonomasia Penélope Cruz –sin ser santa de mi devoción-, que seguirá contando de seguro con la desgracia de provocar las antipatías de los espectadores españoles, diametralmente opuestas a las admiraciones que socava entre el público universal. Representa a la perfección el desgarro dramático de la mujer española (y latina por extensión y fácil asociación), sus desvaríos neuronales y su propuesta dramática confortan a diferencia del resto del elenco. Lo que empaña sobremanera todo ese desgarro implícito de su puesta en escena es el tránsito de road movie con olor a culebrón añejo para llegar a tiempo a la plaza antes de que sus presentimientos se hicieran realidad, que más que dramático parece cómico y ridículo.

Todo lo que discurre por la cinta (repito: dirigida por un holandés vinculado con algunos trabajos de Spielberg –Menno Meyjes-, interpretada por un estadounidense -Adrien Brody-, rodada íntegramente en inglés y con un elenco acompañante lleno de españoles) huele a papel cuché, a episodio de telenovela de superproducción, a cartón piedra que muy bien podría pasar por reciclaje de series como ‘Juzgado de guardia’, ‘Médico de familia’ o la más reciente ‘Amar en tiempos revueltos’: calles de barrios humildes impolutas, un excesiva minuciosidad y concierto por doquier, entornos ordenadamente desordenados, carreteras extrañamente perfectas y ausentes de síntomas lógicos de la dejadez de la época, toros mancillados y heridos de muerte por las banderillas que no derraman ni una sola gota de sangre por sus lomos (brota más sangre del muslo de Adrien Brody tras la cogida que del lomo del toro que logra empitonarle)… Y tras esto creo que voy a frenar toda esta sinfonía orgiástica de despropósitos porque acabarían todos como el rosario de la aurora, si no es que lo están ya después de todo lo que he largado. Y es que dejaré sin palabras el comentario que se merece el montaje final de esta copia estrenada en España, que no tengo idea de si es la séptima o la octava (cuya autoría hay que dársela al director y fue la que se estrenó en Francia con el mismo eco que está recibiendo la que se ha exhibido aquí).

Es probable que esta sea la verdadera razón implícita por lo que ni la productora, por la parte que le corresponde, quería abonar el precio de los decorados y por lo que, tras ver el resultado final, la empresa responsable de los mismos (Construcciones Escénicas Moya) quería recuperar su dinero antes de ver cómo su reputación como empresa especialista en la materia se diera de bruces tras el estreno de la cinta. Muy gordo debía de ser, como dije, lo que podría haber de por medio si el litigio duró un lustro, algo debía contener esa cinta por lo que unos insistían en que viera la luz y otros que ni soñando si antes no se abonaban los pertinentes euros. Visto lo visto, son comprensibles todas las posturas. Pero retomando lo que dije en un principio:   cada persona es un mundo y calibra como quiere lo que para sí mismo significa entretenimiento, y éste también tiene sus momentos y sus pautas. No obstante, hay un nexo de unión en común entre todos esos conceptos (arte, humanidad, cultura y entretenimiento) que hace que las películas sean excepcionales, entretengan al gran público, sean aceptadas por la crítica y adoptadas por quienes nunca hubieran pensado en disfrutar de semejantes secuencias. Manolete tiene carencias visibles y flagrantes en todos y cada uno de esos aspectos, y sobre todo el fundamental, el de entretener, lo olvidaron en un cajón antes de emprender el abismal y no menos arduo viaje que supone emprender un rodaje; el mismo cajón donde debió quedarse a la espera de ser rescatado por alguien capaz de hacer un ejercicio de sinestesia retórica con arte, humanidad, cultura y, sobre todo, entretenimiento; o lo que es lo mismo: cine.

@moscugat

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