#Cine en Achtung! | Por Pablo Cerezal
Humano, demasiado humano
Fue por pura casualidad como el director alemán Werner Herzog dió con la historia de Timothy Treadwell. Visitaba, el cineasta, las oficinas de una productora especializada en documentales orientados a la pequeña pantalla, cuando descubrió, entre un barullo de papeles, la historia del citado Treadwell, abandonada en la barahúnda indisciplinada de los proyectos futuros. Y asegura que quedó fascinado y decidió al momento que debía plasmar en celuloide la sobrecogedora historia de aquel hombre. Fue así como comenzó a gestarse Grizzly Man, una obra cinematográfica que, con seductores e impresionistas brochazos, consigue difuminar la tenue frontera entre la ficción y la realidad, convirtiendo el género documental en puro cine de epopeya, o viceversa.
Pero…¿quién fue Timothy Treadwell, esa persona a la que Herzog convertiría en “héroe” trágico (al más puro estilo griego) en la película Grizzly Man? Treadwell fue un activista ecologista que llevó su pasión por el medio natural hasta los límites de la racionalidad. Dejando atrás un pasado de fracasos interpretativos (aseguran que quiso participar en la serie Cheers pero fue rechazado), y adicciones diversas a sustancias tóxicas y alteradoras de la conciencia, Treadwell decidió reencontrarse con la naturaleza y sanar su mentalidad adulterada mediante el contacto directo con la materia virgen de la creación. Así, viajó hasta Alaska y comenzó a frecuentar los parajes por los que campan a sus anchas los osos pardos (grizzly) y, durante 11 veranos consecutivos, trasladó su vida a tales territorios, dedicando todo su tiempo al estudio pormenorizado de los hábitos y costumbres de los citados plantígrados. Lamentablemente (al menos para él), Treadwell fue devorado, junto a la que por aquel entonces era su pareja, por los osos a los que había dedicado su vida.
El tema ya puede sostener, por sí solo, la arquitectura interna de una historia llevada al cine. Pero el genial director conduce la lucha interna del activista hasta los límites confusos que, de habitual, nos impone la realidad. Mediante un engranaje perfecto que impide que retiremos por un solo instante la mirada de la pantalla, Herzog, va relatándonos la historia de Treadwell, alternando las imágenes que el propio activista grabó durante sus estancias en los dominios del Grizzly con otras puramente documentales en las que podemos degustar los apasionados comentarios y reacciones de personas que estuvieron en mayor o menor contacto con él durante aquellos años.
Las grabaciones “caseras” de Treadwell son más propias de un director de cinema verité que de un simple aficionado a dejar constancia de sus andanzas mediante una videocámara. En estas imágenes podemos asistir al progresivo declive psicológico del personaje, que comienza derrochando ante la cámara un vendaval de vitalidad y pasión por la vida y costumbres de los osos, y por el propio contacto con la naturaleza, para finalizar progresivamente desquiciado y haciendo alarde de opiniones y reacciones propias de alguien ya muy alejado de la realidad. Asistimos, como privilegiados espectadores, al proceso de desmoronamiento de un ser humano abandonado a los vaivenes ilógicos y feroces de la naturaleza más despiadada. No nos referimos a la naturaleza de los animales salvajes, sino a la del propio ser humano, con todo su muestrario de miedos y abismos. Son milimétricamente estudiados los planos que la videocámara del activista recoge. Son perfectamente planificadas las puestas en escena. Son dignos de un gran documentalista los guiones que él mismo confecciona para las grabaciones.
Sin embargo lenta e inexorablemente, la racionalidad de su discurso va tornando huidiza enajenación. Cada vez se siente menos humano y más grizzly, y así nos lo muestra, sin ambajes ni esquivos vericuetos, con la brutalidad de la confesión sincera. Podemos paladear cada uno de los pasos que Treadwell da hacia el abismo de la paranoia y la alienación, y se va agigantando en nosotros la duda de si el autor de dichas grabaciones no será un adiestrado actor, si lo que nos narra el filme no será producto de una de esas bromas típicas de documentalista, como aquella en que se aseguraba que la llegada del hombre a la Luna había sido una magistral grabación de Stanley Kubrick, en Opération Lune, el burlón documental dirigido por William Karel en 2002. De hecho Herzog intercala, entre las grabaciones de Treadwell, numerosas entrevistas en que obtiene, de boca del algunas de las personas implicadas en su loca vivencia, los pormenores de su inevitable viaje hacia el centro de la locura. Y dichas audiencias destilan ante nosotros la misma atmósfera enajenada y ausente de la realidad, al mostrarnos el director, no sólo la parte de pura entrevista sino momentos ajenos a la misma en que los citados personajes parecen poner en orden lo que van a explicar ante las cámaras, como si de simples actores se tratase.
Pero la historia es cierta, y la técnica del director alemán permite que paladeemos su tierna subjetividad, su piadosa opinión del personaje. Porque, efectivamente, el protagonista total de la cinta es Timothy Treadwell, no los osos Grizzly, ni el activismo ecológico. La verdadera narración que recorre el film es un documentado estudio de los límites que un ser humano puede llegar a imponerse, y de aquellos que puede llegar a traspasar. Treadwell traspasó el límite de la cordura llevando hasta sus últimas consecuencias el contacto con la naturaleza salvaje, tornándose él mismo salvaje, perdiendo por el camino los pocos retazos de “normalidad” que su mente podía retener antes de dar el paso definitivo hacia la consumación de su sueño: ser él mismo propia naturaleza, no humano ya nunca más. Efectivamente ha utilizado Werner Herzog la vida de un hombre para filmar, nuevamente, nuestros miedos más profundos y, por momentos, podemos sentir su mirada cariñosa y comprensiva, como cuando, en su otro estupendo documental, Encuentros en el Fin del Mundo, filma la huida suicida hacia la nada de un solitario pingüino.
Pero nos preguntamos qué tipo de humano es aquel que deja de lado sus sueños y no lucha ya más por ellos. Pocos relatos tan de primera mano podemos tener hoy en día de personas que deciden llevar sus decisiones hasta el extremo definitivo. Ignoremos aquí a políticos, banqueros o misioneros. Hablamos aquí de simples humanos como los que describiese Nietzsche. Humanos, demasiado humanos.
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