#Cine en Achtung! | Por Pablo Cerezal
Parece demostrado que, en más patente o menos evidente medida, todos y cada uno de los que gustamos denominarnos humanos paseamos por este mundo un buen puñado de adicciones de las que nos resulta prácticamente imposible prescindir.
Al respecto de estas sustancias, productos, actitudes o actividades a las que decidimos engancharnos, o por las que no podemos evitar una cruel inclinación, podemos asegurar que, como seres racionales, poco hemos aprendido de los siglos precedentes. Es así que no enfrentamos la adicción sino que, simplemente, decidimos continuar hundidos en su sabroso magma de dolor y placer, a partes iguales.
Pero llegó un cineasta marciano a inaugurar el presente siglo con un devastador tratado fílmico sobre las adicciones. Darren Aronofsky decidió en el año 2000 llevar a la pantalla una de las más brutales antiepopeyas del sueño americano. Basada en la novela homónima del a partes iguales denostado e idolatrado esritor Hubert Selby Jr., y en estrecha colaboración con éste para dar forma al brutal guión, Darren Aronofsky irrumpió de forma definitiva y violenta en los altares de la cinematografía con Requién por un sueño.
Diseccionar la adicción es lo que supongo pretendió Aronofsky con esta brutal joya del séptimo arte. Pero diríamos que el cirujano encargado de la disección comentada sufre ataques epilépticos. Por la frenética puesta en escena, por la demoledora lógica del guión, por el avasallador ritmo de las imágenes, solapamiento en pantalla de planos distintos pero de simétrica violencia, enjuague sónico de la banda sonora…entre otros tantos detalles que, con falso brillo de purpurina, engarzan esta poliédrica gema fílmica.
En tiempos de abulia mental, carencia de expectativas y ausencia de referentes visibles, la sociedad occidental se aferra con renovado brío a la lucha por alcanzar aquello que dimos en llamar sueño americano y que ya deberíamos saber agotado. Es la raíz de ese sueño lo que dejará expuesto a los ojos del espectador la cruenta cirujía que ejecuta la cámara de Aronofsky.
Entramos de lleno en los sueños y frustraciones de una familia media norteamericana formada por una viuda agotada por años de cuidado familiar, al vaivén de los estrictos cánones judeocristianos del sacrificio hembra, y uno de sus retoños, el histriónico hijo que modela el más amable de sus rostros para mejor obtener los ingresos que le permitan ahondar en su adicción por las drogas duras. Ya hemos abierto en canal a la rana, sobre la mesa de operaciones. Como en esos artefactos cinematográficos adolescentes en que asistimos a las reacciones de un grupo de alumnos ante la crucifixión y posterior desguace de una rana, en la clase de Ciencias, para comprender su organismo. Disección.
Claro que, en dichas películas, por no dañar los buenos sentimientos, la cámara enfoca sin ambages la expresión de disgusto de los alumnos ante el citado despiece. En Réquiem por un sueño, Aronofsky se olvida de los estudiantes y centra el foco de su cámara, con una cercanía obscena, en el martirio que sufre la rana, siendo ésta, aquí, metáfora del tan cacareado sueño americano, personificado en el ramillete de ilusiones rotas con que intentan engalanar sus vidas los integrantes de la familia protagonista.
Inmersos en la disección. ¿Cómo bombea el plasma del sueño americano? Observamos cómo surca arterias de miedo e inseguridad, cosificando las esperanzas quebradas de una madre cuyo único objetivo en la vida ha sido crear y alimentar una familia de la que su único vástago es un adolescente enganchado a la heroína y empleado a fondo en saquear el monedero de su progenitora, para mejor abastecer su continuo chute y mejor ausentarse del turbio horizonte que se desangra ante su mirada perdida.
Inconmensurable Ellen Burstyn que nos regala, quizás, la más esquizofrénica y visceral de sus actuaciones. E inconmesurable el joven Jared Leto que nos certifica el hallarnos frente a un intérprete que aún tiene mucho que regalarnos.
Pero…ahondemos en las arterias de la rana. Una nueva inmersión vía deformante microscopio, y observamos el riego sanguíneo en recorrido de regreso hacia el corazón del anfibio que, sorprendentemente, aún late. ¿Cómo es posible? Porque mantiene una ilusión de vida escenificada en uno de los miles de programas televisivos con que los poderosos gustan de proporcionar una ilusión de falsa fama a los desheredados de la auténtica fama. Para acudir a uno de esos programas televisivos, la protagonista necesita volver a estar guapa, incluso adelgazar para poder vestir de nuevo aquel vestido que, de joven, resaltaba su esbelta belleza. Para poder hacerlo acude a la ciencia, y a una compulsiva ingesta de anfetaminas que acelere su adelgazamiento. Brutal el proceso, como de sierpe que se enrosca alrededor de su víctima, por el que asistimos los espectadores al “enganche” químico de la mujer. Adicción. Más sobrecogedor incluso que las escenas de chutes heroínicos de su joven y perdido hijo.
Pero hay que estar preparado. Los músculos de la rana convulsionan, la sangre salpica el foco de la cámara y las vísceras empantanan la pantalla. No es agradable observar a través de un microscopio una disección, pero…¿quien dijo que alcanzar el conocimiento a través de la ciencia fuese tarea fácil?
Ritmo trepidante, espiral de angustia a la que el espectador, al borde del colapso, no puede ni debe escapar, en alucinante y vertiginosa caída libre hacia un final que nos sumerge, sin posibilidades de escape, en el corazón de la rana, inevitablemente gangrenado por la carencia de riego sanguíneo. Así el sueño americano.
Réquiem por un sueño es una dura experiencia, tanto como pueda serlo cualquier adicción. Enfrentarse a ella no es fácil, si digestión es larga, pesada y puede incluso resultar traumática. Pero indudablemente ensancha las miras, mejora los científicos conocimientos de anatomía de todo espectador avispado que busque en el cine algo más que puro entretenimiento. Comprender que el llamado sueño americano no es más que una dolorosa adicción, por ejemplo.
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