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#Cine en Achtung! | Por Pablo Cerezal

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Acostumbrado como está gran parte del público cinéfilo occidental a las salidas de tono, rocambolescos juegos visuales y frenética exaltación musical de la violencia que han hecho de Quentin Tarantino un referente ineludible para las generaciones actuales y venideras (en lo que al séptimo arte se refiere), tiende éste a pensar, en ocasiones, que la citada violencia es real. Sí, vemos Pulp Fiction y creemos que en cualquier calle estadounidense puede darse un choque frontal de automóviles vintage al que le siga una persecución a tiro limpio por caminos de asfalto incendiado por sol del mediodía.

Pueda ser. De tanto en tanto nos informan de estos hechos, en televisión, pero dudo que pase de anécdota lo que el director estadounidense convierte en norma. No nos equivocamos al afirmar que Tarantino ha visto demasiadas películas, su trabajo en un videoclub así lo avala.

Épica de la violencia, dieron en llamarlo algunos. Pero más bien podríamos considerarlo exaltación sarcástica del desenfreno. Puestos a hablar de épica de la violencia, nada mejor que asomarse a las más de dos horas con que el brasileño Fernando Meirelles decidió sacudir las neuronas del espectador, hace ya una década.

No hay en Ciudad de Dios ironía, burla o ridiculización de la crueldad y el ensañamiento. No será plato de gusto para quien disfrute de los elaborados chistes tarantinianos. La violencia de la cinta brasileña es simple reflejo de la más feroz de las realidades, la de miles de personas abandonadas por gobiernos, autoridades e incluso organizaciones caritativas, a los más salvajes de los instintos humanos cuando de sobrevivir se trata.

Para despejar dudas y dejar claro el valor documental de tan portentoso filme, comienza éste (y finaliza) con la importancia que, de cara a poder mostrar la realidad sin ambages ni medias tintas, supone el más atrevido de los reporterismos: la fotografía. La historia de Buscapé y de cómo su atracción por registrar la realidad que le circunda con una cámara fotográfica le lleva a inmortalizar los momentos álgidos de la violencia desatada en la favela de Ciudad de Dios, puede considerarse hilo conductor.

ciudaddedios-cine-revista-achtungPero es antes de que el joven fotógrafo se enfrente a la imagen definitiva, ya en los títulos de crédito iniciales, cuando se  advierte que nos enfrentamos a un espectáculo jugoso en barbaridades y furias: esa gallina que corre por las callejas de la favela, huyendo de los disparos de un grupo de maleantes. A partir de ahí todo es posible, y las escenas de crueldad se suceden al ritmo trepidante de la realidad más cruda.

Años 60 del pasado siglo. La alcaldía de Rio de Janeiro desplaza a los desheredados de la opulencia económica a un terreno en que se construyen casas de latón y cemento. Comienza la historia del Trío Ternura, dulcificada por ligeras músicas cariocas y colores pastel. Aprendemos a comprender la necesidad de delinquir para poder salir a flote y casi deseamos la mejor de las suertes a los integrantes del citado trío cuando, tras cometer alguna de sus fechorías, se despiden con la frase: “Fe en Dios, hermano”.

Pero Dadinho, un demonio cuya minoría de edad elimina toda traba moral ante sus salvajes apetencias, hace su entrada en escena saciando su sed de sangre, y todo viso de sonrisa espectadora queda congelado al amparo del salvajismo más veraz.

Dadinho entrará en la década de los 70 cambiando su nombre por el de Zé Pequeño, aunque lo único que haya cambiado en él, desafortunadamente, sea la edad: ya es un adulto, pero con idéntica inseguridad. Una inseguridad que pretende borrar eliminando a todo aquél que ose enfrentar su reinado de sangre y fuego. Varían los ritmos que animan las escenas, convirtiéndose en frenéticas dosis de funk acelerado, y la fotografía comienza a tornar oscura y granulada. Entramos de lleno en el reino del crimen organizado, el tráfico de drogas y la venta de armas. Asistimos a la transformación de la favela en un campo de batalla.

Entrará en escena Mané Galinha, convertido en el posible redentor al que los habitantes de la favela desearían entregar sus esperanzas. Cándidas promesas de un futuro más amable.

Y en todo lugar donde reine el crimen, y los integrantes de uno y otro bando de delincuentes precisen aumentar los réditos, la violencia termina por estallar. Así que entramos en la recta final del filme aturdidos por el estruendo de músicas cercanas a lo industrial que se suceden al ritmo vertiginoso que la cámara en mano imprime a la narración. Década de lo 80, acoso y derribo de la delincuencia en Ciudad de Dios de manos de los mismos delincuentes. De por medio, la repugnante implicación de las fuerzas del orden en el mortífero reptar del crimen organizado.

ciudaddedios-cine-revista-achtung-3Buscapé ya tiene la foto que le permitirá abandonar por siempre el miserable caracoleo de la vida en la favela. Pero se trata de una instantánea en la que, aparte la luz captada por los haluros de plata, quedará impreso todo un transcurrir vital a la sombra intransigente del crimen y la desesperanza.

Tres décadas que podrían haberse narrado en tres películas distintas pero que Meirelles integra en una sola, plagada a la vez de múltiples historias que se entrecruzan, muriendo en ocasiones, tomando en otras nuevos senderos cuyo final, aunque podamos intuir, desconocemos.

Una planificación perfecta, un guión que no deja resquicios al hastío, una fotografía prodigiosa que lleva al extremo el jugueteo con distintas técnicas sin quedar anclada en la apatía de lo experimental, un elenco de actores no profesionales que dotan de feroz veracidad a cada uno de los personajes, un ritmo endiablado pero asumible por cualquier espectador. Un prodigio técnico y narrativo, por intentar resumir.

Al finalizar la proyección una pregunta flota en el ambiente: ¿será real todo lo que hemos visto? Pregunta retórica. Es evidente que la veracidad ensucia cada uno de los fotogramas. No nos hallamos ante una nueva demostración cool de violencia tarantiniana, sino ante la desolación que provoca la más absoluta furia, esa que se desata en nuestro mundo, no tan lejos, cada día, jaleada por el hambre y la miseria.

Nos gusta Tarantino y la cotidianidad que imprime a sus salvajes relatos, ese toque personal que nos hace vivir como reales mundos que sólo habitan en el celuloide. Pero si queremos conocer los vehementes entresijos de la violencia real, descubrir con el poeta que “hay otros mundos pero están en éste”, no veo mejor manera de hacerlo que internarnos en Ciudad de Dios.

@pablo_cerezal

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