Por Abel Peña | Ilustraciones Roi Paz
Según cálculos policiales, el pasado abril un millón de personas salieron en procesión en viernes santo en pos del Cristo de Medinacelli. No deja de ser una cifra impresionante, sobre todo si se tienen en cuenta que en la anterior procesión que exaltaba el dolor y el sufrimiento y la necesidad de trascenderlo para alcanzar una mejor vida, la del 29 de marzo, solo 800.000 personas se echaron a la calle en toda España, según las mismas fuentes. Claro que, para los sindicatos, fueron 10,4 millones los nazarenos de la Cofradía del Paro Perpetuo. Esto viene a probar la inédita teoría de la relatividad aritmética, que afirma que si el número a contar es lo suficientemente alto, se obtendrán tantos resultados como personas hagan el cálculo.
En todo caso, la cifra no ha sido suficiente para hacer cambiar de opinión al PP, lo que nos lleva al segundo enunciado de esta teoría: el resultado de toda operación matemática tiene un valor igual o menor que 0 si al que lo realiza no le importa nada. Y al PP le importa muy poco la cifra final de manifestantes, porque la huelga general entraba en sus previsiones. Todo el mundo recuerda aquel arrebato de sinceridad y colegueo de Rajoy al primer ministro finlandés, Jyrki Katainen: “la reforma laboral nos va a costar una huelga”. La cifra que realmente duele al PP no son ni 800.000 ni 10,4 millones, sino 50, que es el número de diputados que se llevó en Andalucía, lo que supuso el fin de sus sueños de gobernar en el tradicional feudo socialista. Muchos interpretan la derrota como un voto de castigo por la reforma laboral que ha impedido la total defenestración del PSOE y evitado que la piel de toro parezca la de un pitufo, al tiempo que ha dejado la de Javier Arenas de un color tirando a pálido, lo que es mucho decir cuando se trata de un hombre que parece que duerme en una cama de rayos UVA. Aunque, antes que a él, Rajoy maldice probablemente a Merkel, que le obligó a adelantar el calendario de la reforma.
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