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Por Javier Vayá

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Velódromo Luis Puig, Benimamet, Valencia.

14-Séptiembre-2012, 22:30 Horas.

Roberto Iniesta tenía una deuda pendiente conmigo. Conmigo y con toda una generación que hace veinte años cantábamos sus canciones como himnos descarnados de juventud, rebeldía y amor. Años en los que cada concierto de Extremoduro era o bien un auténtico desastre o quedaba suspendido de manera indefinida. El caso es que no creo que Roberto Iniesta sea consciente de dicha deuda y, de serlo, seguramente le importa bien poco.

De modo que allí estoy, dispuesto a saldar mi deuda íntima, junto a unas 7.500 (entradas  agotadas para viernes y sábado) personas expectantes y ansiosas que oscilan entre los treinta años, algunos bastantes más, otros bastantes menos, pero todos con el objetivo de disfrutar al máximo de lo que el último poeta maldito del Rock patrio sea capaz de ofrecer.

Las luces se apagan y en las pantallas del escenario se proyecta un video con un tema todavía inédito del grupo, Pájaro azul, que sirve como aperitivo mientras los músicos van incorporándose a sus instrumentos en penumbra. En el momento justo en que la canción sube endiabladamente de tono, Roberto Iniesta e Iñaqui Uoho hacen acto de presencia al mismo tiempo sustituyendo el sonido enlatado por los primeros afilados riffs que serán la nota predomínate del concierto. La cosa promete y la exaltación y el júbilo se apodera de la grada.

Con un sonido impecable y muy guitarrero, por momentos salvajemente emocionante, el grupo comienza a desgranar una a una las impecables composiciones de Robe,  Mi espíritu imperecedero, Ama, ama, ama y ensancha el alma, Desarraigo, o una de esas hermosas canciones de  su último disco como es Si te vas. En ese punto álgido Robe se sienta solo en el escenario e interpreta otro tema inédito del que asegura que es una canción muy necesaria. Con un par de temas más, incluyendo una versión casi instrumental de Sucede cantada por el público, se llega al final del primero de los tres actos.

Tras quince minutos de descanso comienza el segundo acto y plato fuerte de la velada. Tras Dulce introducción al caos, la banda desgrana el disco La ley innata entero salvo la Coda flamenca en cuarenta minutos sublimes que ponen de manifiesto lo importante que es tener un buen directo y lo mucho que ganan algunos temas en vivo. El público a esas alturas está totalmente entregado y no importa el calor asfixiante que se respira en el recinto. Los chicos se quitan las camisetas y las chicas se quedan en sujetador, llueve la cerveza y el Rock demuestra su inmortalidad. Nuevo descanso y preparados para la traca final.

El grupo vuelve a darlo todo con Bribriblibli y el amago de versión lenta de A fuego que luego resulta ser más cañera que nunca, Cabezabajo, So payaso,  Puta o un Me estoy quitando mucho más rokero encienden al público ya en éxtasis. Un par de bises impecables como Standby y Salir rematados brutalmente por un gigantesco solo de guitarra de Uoho ponen el broche de oro a una noche inolvidable. Roberto Iniesta hace rato que ha desaparecido del escenario dejando al resto de la banda llevarse los aplausos y vítores.

Esta noche Extremoduro ha demostrado en Valencia por qué son uno de los pocos músicos españoles que tienen colgados el cartel de no hay billetes en todos sus conciertos con la que está cayendo y por qué su música continúa traspasando fronteras generacionales y sociales pese a no gozar del mismo escaparate mediático que otros. Y es que Roberto Iniesta tiene ese algo que parece tan sencillo y que es tan difícil de encontrar hoy en día en el territorio musical español; canciones honestas que se clavan el alma de la gente ya sea como romántica caricia o brutal bofetada, a menudo incluso ambas.

Advierto que pueden existir errores en el orden de algunas canciones, de ser así ruego sepan disculparme y echarle la culpa a la ingente cantidad de litros  de zumo de cebada ingeridos que una noche como esta casi obligaba a efectuar. Por cierto, la deuda ha quedado saldada con creces.

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