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Foto: John-Mark Smith

De cartas, miedos y razones

Hay cosas que cambian. El pelo, el tiempo. La sonrisa. La intensidad de un abrazo y las canciones del reproductor. El número de veces que tienes que tener sus ojos delante para averiguar que quieres morir allí dentro. La contraseña del correo, la cantidad de azúcar del café y el color de la montura de las gafas. La verdad. Ahora que todo es volátil y nada permanece, en este imperio de cambio e impostura en el que es de locos dejar de moverse, mantenerse en pie y defender tu propia casilla, parece que perdurar es de anarquistas y desequilibrados. Y en esta tormenta de corsés y márgenes, tú y yo fallamos. No sé en qué momento se nos pasó, hay cosas que nunca deberían cambiar. Costumbres que no deberíamos (volver a) perder. Y esas cartas, nuestras cartas, hacían más real nuestro abrazo. No eran más que un grito de inconformidad, una pataleta en tiempos de mensajes instantáneos, wifi gratuito y correos electrónicos. Pero era nuestra pataleta, la que tienen dos hermanos cuando sus padres les quitan los juegues y les obligan a meterse en la cama.

Porque así te entiendo, como el hermano que nunca tuve. Y ahora como siempre he hecho, te veo. Pero te veo mal. Y no se me ocurre una forma mejor de volver a acercarme a ti que recuperar aquella estúpida manía nuestra. Nuestra costumbre perdida. Esta es mi carta, y la escribo porque, juraría, te veo menos, más pequeño y con la sonrisa más difusa. Creo que te persiguen demasiadas preguntas y joder, yo no conozco ninguna respuesta. Lo que me hace sentir inútil e impotente. No sé qué decirte para convencerte, ahora que la urgencia de las decisiones sobrevuela la tranquilidad de los abrazos. Pero, créeme, siempre hay algo por lo que seguir. Algún motivo por el que no rendirse, ir hacia delante y ahogarse menos en el barro al que todos estamos destinados. Refugios para sobrellevar el miedo, ese que te visita con la navaja entre los dientes. Sé que lo tienes, igual que sé que lo tengo yo. Pero esto no significa que le permita tener razón.

Seguir hacia delante pasa por decidir mirarle a los ojos y escupirle a la cara, porque el peor miedo de todos es el miedo a no dejar de tenerlo nunca. Entonces se termina la partida. Me jodería sobremanera que este pánico se convirtiera en una excusa para no intentar ser quien eres y olvidarte de quien deberías ser. No permitiré que tus temores te aten de manos y pies mientras te mea encima. No mientras esté aquí. Lo jodido es que, estoy seguro, si no haces nada para impedirlo, terminarán por hacerlo. El miedo es la mano derecha del fracaso e intentará matarte antes de que te toque morir.

Tendrás que por poner mucho valor encima del tablero. Ir a por lo que te mereces porque el tiempo no pone a nadie en su lugar. Te pones tú solito. Todos los gritos y los fantasmas de alrededor deben convertirse en enemigos, pero nunca en inmortales. El único miedo que deberíamos dejar que nos acojonara es el pánico a la muerte, ya que implica que no has tenido lo que debías tener para hacer lo suficiente en vida. Aún. Para todos lo demás, porque, créeme, los tengo igual que los tienes tú, te confieso algunos (de mis) secretos, trincheras entre las que la mierda salpica un poco menos. Y lo hago con el cariño y la fe del hermano mayor que regala a su hermano pequeño una caja llena de los discos que marcaron su infancia.

La trompeta de Chet Baker. El preludio de la Suite para violonchelo nº1 de Bach. Los polvos imprevistos y los mordiscos en la oreja. Café, café y mil veces café. Haneke, Miyazaki y Fellini. Fincher. Casablanca (lo sé, no digas nada). Adolfo Aristarain. Una mamada de buenos días. Su espalda. El olor del mundo tras la lluvia. James Dean y (Sir) Michael Caine. La tranquilidad de una vuelta a casa sin prisa, y la fe en ese paseo que no va a ningún lugar. Bukowsky y Miller. Kerouac, Woolf, Kundera. AC/DC. La guitarra de Eric Clapton. Bob Dylan. Jack Nikolson, Anne Hathaway (soy tuyo desde el primer día, Anita) y Julianne Moore. Diane Keaton en Annie Hall (Ay!). Diane Keaton, así, en general. Friends, Rick y Morty, Homer Simpson. Los Aristogatos. Tom y Jerry. Rust Cohle, Tyler Durden y Don Draper. Jep Gambardella. El amor incondicional de cualquier chucho, y esa mirada, llena de luz y agradecimiento, que te regalan tras prestarles unos minutos de tu vida.

El queso y el vino. Audrey Hepburn. Cualquier frase de Benedetti. Walt WhitmanEl retrato de Dorian Gray. Pillarla mirándote a escondidas. La libertad guiando al pueblo de Eugéne Delacroix, o  Impresión, sol naciente de Monet. (Siempre) Camarón. Sgt. Pepeer’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles (que sí, que Abbey Road y lo que tú quieras, pero JO-DER), Thriller de Michael Jackson, Kind of Blue de Miles Davis y lo que se te ocurra de Pink Floyd. My Way de La Voz. Follar en la calle cuando no hay tiempo ni lugar para la decencia. El ruido del silencio. La tortilla de patata y el abrazo de los tuyos. Las sonrisas indiscretas. Recuperar aquellas costumbres perdidas que desaparecieron en el olvido de la rutina. El hormigueo del cuerpo tras una buena carrera. Tú.

Estos son (mis) pequeños secretos. Sé que, puede, a ti no te sirvan para nada. Quién sabe. Después de todo, esta carta es solo papel y tinta. Un puñado de palabras que acabo de poner en orden esperando que te sirvan para algo. El preludio del abrazo que te daré la próxima vez que nos encontremos.

Hasta que te lea.

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