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A la cantina El Maracuyo vienen a ahogar sus penas escritores, pintores, músicos, pescadores, vendedores de chances clandestinos, ordeñadores, artesanos de la vida. Uno de ellos es un amigo poeta cuyo verdadero nombre no debería revelar por respeto a su privacidad.

 

Bueno, a la verga: se llama David. «Compadre, yo lo que quiero es ser cantautor», me dijo una vez. Lo miré con compasión: «Yo te pondría en contacto con Yigo Sugasti, a ver si te acepta en la Fundación Tocando Madera, pero, David, tu voz es pésima, la verdad». Me dio las gracias y me mandó pa’l carajo. «Vete pa’l carajo» es su enunciado-verso favorito. «¿Cuándo cambiarás el discurso ese de que las patrias no existen?», me preguntó el otro día. «¿Sabes cuándo?», dijo, sin dejarme responder, «cuando se acabe tu mentira, tu palabra. Yo no soy poeta de la patria un carajo, pero la patria existe, cabrón». La palabra «cabrón» la dijo ya en el suelo. Aquella vez YO lo levanté, YO lo saqué por la puerta del bar no sin antes pagar lo que debía, YO lo metí al carro y YO lo llevé a su casa. Ahora estoy de nuevo en El Maracuyo. He preguntado por él y Nen, el cantinero, me ha dicho que tiene días sin aparecerse. Recuerdo que de este mismo lado de la barra David me dijo que en la isla de Key West hay un bar al que Ernest Hemingway solía ir y en el que ahora la cantinera les señala a los turistas la esquina de la barra en donde el escritor se sentaba a beber. Según David, la cantinera no tiene ni la más puta idea de dónde Hemingway se metía sus tragos. La tipa simplemente escoge un sitio al azar y los turistas se acomodan allí y se ponen a beber, y todos contentos. David dice que cuando él muera quiere que Nen, o en tal caso yo, les diga a los clientes el lugar preciso en donde él huía del mundo, pero que digamos que él componía y cantaba sus propias canciones, no debemos mencionar que escribía poemas. «Putos poemas», ha dicho exactamente. «¡Te digo!», me gritó aquella vez David, «¡la patria existe, sí: es este rincón de la barra. Derramaría sangre por ejercer mi soberanía en él. ¡La constitución de esta nación soberana mía es el aguardiente!». David, mientras bebe, casi siempre lee el periódico. Se llama a sí mismo el «cantautor frustrado lector de periódicos amarillistas». «Cosecharán yuca», leyó David el otro día. Hizo una mueca y me mostró el encabezado. La luz estaba baja y me dio pereza leer. David continuó leyendo en voz alta (las palabras se le enredaban en la boca): «Cosecharán yuca en provincias centrales. El ministro de comercio se reunió con productores campesinos para discutir los nuevos precios y… Bla, bla, bla. ¿Puedes creerlo?, ¡cosecharán yuca, cosecharán yuca! Nos meterá la yuca el gobierno que suba, eso sí. Que se vayan pa’l carajo». Luego cambió el tema y me contó sobre Juliana: «El otro día fui a visitarla y le canté unas canciones. Y la muy hija-de-su-madre me dice que mejor le recite unos poemas. Yo le recité los poemas y luego, por supuesto, la mandé pa’l carajo por ser tan cursi». Otro día David me dijo: «Tienes que entender que la frase “culo grande” es un pleonasmo, una redundancia vil, ya que, si un culo no es grande entonces es otra cosa: un accidente de carne magra que no ha llegado a culo, es ojo caído, amargura, soledad, reloj de Dalí». «Ves», le respondí, «a un cantautor no se le ocurren esas cosas. Eres poeta, acéptalo». «Vete pa’l carajo», me dijo empinándose otro trago mientras apuntaba la idea para un futuro poema.

 

 

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