La Galería BAT Alberto Cornejo inaugura la exposición del artista cubano residente en Madrid Gustavo Díaz Sosa, De revelaciones a encrucijadas, compuesta por una treintena de obras de pintura y técnica mixta sobre madera y lino.
Mi obra es una percepción personal del estado actual del ser humano. La humanidad vive rendida de forma inconsciente ante la falacia que nos muestran como verdad. Mis personajes huyen sin saber a dónde buscando puertas o salidas de muros monumentales que los acorralan ante la burocracia del orden que impera y sus normas establecidas. Como borregos, andan en manadas intentando salvarse cada cuál consigo mismo mientras se vuelven cada vez más gregarios.
¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Por qué estoy aquí? ¿A dónde voy?,
comprender estas cuestiones debería ser lo más importante en la vida del ser humano, sin embargo el modo en el que nos han «programado» nos aleja de resolverlas.
Gustavo Díaz Sosa
El comisario y crítico de arte Carlos Delgado Mayordomo profundiza sobre Gustavo Díaz Sosa y De revelaciones a encrucijadas:
Podríamos definir la obra de Gustavo Díaz Sosa a partir de la construcción de espacios arquitectónicos, perfectamente envueltos por un aura de misterio y que invitan a la reflexión. Con una paleta muy particular y un fiel trazo, la obra del artista cubano se hace inconfundible a los ojos de sus espectadores
Una vez más, la vida pone a prueba al hombre en esta serie, dándole también ese espacio en todas las escenas y mostrando la pesadumbría que conlleva la experiencia de ser y de los viajes introspectivos a los que nuestro camino nos conduce. Probablemente, podamos definir De revelaciones a encrucijadas como el viaje hacia el despertar del hombre, el renacimiento de éste y/o la toma de conciencia del ser y de nosotros mismos. El lugar en el que nos encontramos, probablemente, sea fruto de esas encrucijadas.
La obra pictórica de Díaz Sosa está protagonizada por escuetas sombras. Estas reflejan identidades humanas esquematizadas la singularidad y privadas de su especificidad psíquica y física. Su presencia está sometida a grandes construcciones en las que resuena ecos del panóptico diseñado, a finales del siglo XVIII, por Jeremy Bentham: una tipología arquitectónica pensada para una prisión, pero aplicable también a un hospital, un manicomio, una escuela o una industria. Un espacio cerrado cuyas claves desveló Michael Foucault en Vigilar y Castigar:
Los individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica continua, en el que cada individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos; todo esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario.
Tal vez sea la sociedad actual, esa que llamamos tardocapitalista, el mejor reflejo del esquema panóptico ya que esta exige el máximo rendimiento al menor costo posible. Díaz Sosa interpela este modelo social en unas obras siempre audaces en su composición y en las que, sobre todo, lleva a cabo un lúcido diálogo entre el dibujo y el color. El primero de ellos es el fondo estructural de la compleja elaboración plástica de su obra. Por otro lado, el color —con el predominio de blancos, grises y ocres — actúa como herramienta de fuga expresiva. El resultado es un conjunto pictórico tan bello como inquietante; o, dicho de otro modo, sus obras se deslizan a través del goce de nuestra mirada, al tiempo que desmontan cualquier visión complaciente de lo real.
En sus pinturas, Gustavo Díaz Sosa desarticula la tradicional visión de la ciudad como un espacio neutro, atemporal y sujeto a categorías universales de validación. El artista hace hincapié en que actualmente nuestras existencias transitan, con cierto sentimiento de angustia, por unas ciudades que nos cuesta reconocer como propias. La vida cotidiana conlleva un componente errático que se manifiesta en nuestra incertidumbre al relacionarnos con el entorno, mientras que la incomunicación se impone como propia de un mundo, paradójicamente, hipercomunicado.