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Por Dani Moscugat

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Aunque pudiera parecerlo, no voy a escribir una crítica de la película (This boys’s life -Warner Bross, 1993-); enorme, por cierto, el incipiente descaro de un jovencísimo Leo Di Caprio que apuntaba enormes cotas, junto al no menos extraordinario Robert de Niro -un pelín sobreactuado-  y una sorprendente Elen Barkin. Y precisamente ese descaro y sorprendente talento se había instalado en la memoria, deslumbrado por ese sol incandescente bajo el que me fui tostando hasta que noté cierta irritación en la piel: las noticias hablaban de las olimpiadas.

A título personal, no comparto la falsa modestia del deportista actual, la mal entendida “humildad” de la que pretenden envolverse (en especial el deportista de élite), la más que flagrante mentira de quien dice lo que no piensa y habla por su boca todo aquello que quieren oír los demás y no es lo que siente.  Antes que nada, aclarar que no estoy haciendo una crítica hacia el deporte o el deportista de élite. Creo que no es el momento de hacer causa para defender mi postura, pero prometo que más adelante daré una somera explicación al respecto que creo será de interés general. Simplemente quería llamar la atención sobre el verdadero espíritu olímpico y lo que significa.

Lo primero que habría que destacar, si bien no deberíamos centrarnos en esto porque perderíamos el hilo de lo que nos interesa, es que en la antigua Grecia, el año en que se celebraban olimpiadas, no eran aceptables y quedaban suprimidos los conflictos bélicos; de ese modo cualquier competidor podría desplazarse libremente de cualquier polis para llegar a Atenas sin miedo a que pudieran asaltarle o agredirle (no estaría mal que volviera a aplicarse esta regla en la actualidad: Siria es ahora la panacea, pero existen 20 conflictos armados más en todo el mundo). Aunque hubo un tiempo en que esta norma parece que alguna polis se la saltó a la torera y desapareció poco antes de que lo hicieran los Juegos Olímpicos. Dicho lo cual no vendría mal hacer un poco de historia para comprender mejor las conclusiones de todo esto, que más bien comienza a parecer un maremágnum oceánico sin parasol y aun menos sin espacio para el disfrute.

Allá por el año 776 antes de Cristo se celebraron por primera vez lo que se dio a conocer como Juegos Olímpicos, que tomó ese nombre porque se ubicó en el Santuario de Olimpia en honor al dios Zeus, cuya actividad se celebraba en un estadio de la ciudad de Élide, y tenían lugar cada cuatro años; un período este que llamaban Olimpíada y durante el transcurso del mismo se suprimían todo tipo de conflictos bélicos, como anteriormente cité. La llama se encendía en Olimpia de un modo un tanto especial: los rayos del sol se reflejaban en un espejo curvo y así provocaban la ignición del pebetero, una llama que se consideraba sagrada, beneplácito de los dioses. Una vez encendida la llama, se pasaba el fuego a una antorcha que se entregaba al primer corredor, relevado por otros tantos a lo largo del trayecto, cuyo destino final sería el estadio, donde estaría capitaneando a la vista de todos mientras los juegos durasen. La primera edición consistió solo en una carrera de unos 190 metros y a posteriori se agregaron más pruebas atléticas, tal vez la más representativa y una de las primeras de todas estas fue el lanzamiento de disco, conocido por todos a través del discóbolo de Mirón (450 a.d.C). Como anécdota, el origen de la prueba atlética de maratón fue debido a un conflicto bélico (qué si no), en el año 490 antes de Cristo el soldado Filípides, héroe de guerra a posteriori, recorrió algo más de 40 kilómetros con noticias de la batalla de Maratón.

Años más tarde, los romanos conquistaron Grecia y, a pesar de que los juegos olímpicos continuaron, perdieron esa característica mística de sus inicios y acabaron por llevar a esclavos y prisioneros a la competición (casi es lo que parece hoy día en algunos aspectos), con luchas a muerte entre gladiadores y un sinfín de salvajadas que no vienen a cuento ahora. Por último, en el año 393, fue el emperador Teodosio quien suprimió o abolió los juegos olímpicos puesto que el concepto cristiano de la vida consideraba el culto del físico algo inmoral, depravado y propio de incestuosos, pederastas y blasfemos…

El espíritu olímpico era sacrificio, era entrenamiento, era dedicación, austeridad… el sueño de todo atleta era poder tener la oportunidad de competir en unas olimpiadas… no había mayor gloria que aquella. Como resultado, queda patente que el honor, una vez posicionado en el estadio bajo la mirada de toda Grecia y de los dioses, era vencer para mayor gloria de la polis que le vio nacer y tener así la consideración de Zeus para con su pueblo en particular y para su persona en especial. Esas eran las premisas del atleta, la exhibición y superioridad de su poderío físico como prédica de su pueblo, competir bajo la atenta mirada de los dioses, vencer para mayor gloria de su tierra y tener de su parte la consideración de Zeus.

OscarPistorius-deportes-revista-achtungFrente a mí, en las noticias sobre las olimpiadas modernas, un pequeño monográfico sobre Oscar Pistorius me sigue dejando la piel en evidencia y los rayos ultravioleta inciden en mi conciencia para que deje mi asiento y corra hacia algún lugar en busca de no sé bien qué (ahora entiendo a Forrest Gump). Un tipo singular y luchador como ningún otro este Pistorius. A los once meses de vida le amputaron ambas piernas debido a una malformación degenerativa. En un principio, todo marchaba bien hasta que inició sus estudios en el colegio y la crueldad de la inocencia en la infancia hacía que sus compañeros se burlasen de él constantemente. Así que desde pequeño aprendió a ignorar las burlas y continuar su lucha. La verdadera pasión de este joven “gladiador” desde niño eran los deportes. Ante la dificultad con la que contaba desde apenas recién nacido, parecería imposible la práctica de deporte alguno. Sin embargo resulta sorprendente que alguien con sus impedimentos practicara con devoción y sacrificio rugby, waterpolo, natación y (sin dudas con el que más éxitos ha logrado) atletismo.

Pistorius, con esas extensiones de fibra de carbono en sus muñones, auténtica ensoñación de la ciencia ficción, logró trascender a nivel mundial y fue capaz de registrar 46,34 segundos en 400 metros (Kirani James, atleta de la isla de Granada logró el oro en Londres 2012 con un tiempo de 43,94 y el record olímpico aún está en poder del estadounidense Michael Johnson con 43,49), y un oro en 200 metros. Pero Oscar soñaba con convertirse en el primer atleta paralímpico en disputar unos JJ.OO…  y se topó con la I.A.A.F., quien publicó en Marzo de 2007 una norma que impedía cualquier tipo de ayuda técnica a los atletas, con el objeto de que los avances tecnológicos en las prendas deportivas, en especial el calzado, no desvirtuaran la competición…  y, por qué no decirlo, también para emplazar a la mosca cojonera sudafricana con extensiones pseudobiónicas que abandonara su empeño de participar en unos Juegos Olímpicos, en concreto en los de Beijing. “Nadie de la IAAF ha venido a ver cómo son las prótesis”, llegó a decir en una ocasión, “no han hecho un informe. Así que será una discriminación si no toman su decisión con una prueba”. Lamentablemente desestimaron esta petición o no hubo tiempo suficiente para estudiar con detenimiento el caso, o hubo discriminación; pero el bueno de Oscar, fiel a ese espíritu de competición, fiel a ese espíritu de lucha y entrega que lleva innato en los genes y que ya quisiera para sí el más avezado de los atletas del Olimpo, no cejó en el empeño… Una lucha tan encarnizada como el de un crío con su padrastro a hostia limpia por lograr el respeto que merece. Pistorius consiguió por fin ese respeto en su lucha contra la IAAF: ser el primer atleta discapacitado de la Historia en participar de pleno derecho en unos juegos olímpicos, en los de Londres 2012.

 ¿Este es el verdadero espíritu olímpico? Tal vez lo sea para algunos, tal vez para otros signifique poco más que las desventuras de un Phantomas cualquiera con aires de grandeza; yo me decantaría en que sí, que este es el verdadero espíritu olímpico. Otros muchos deportistas pasan por ser también ejemplos de superación, lucha y entrega (de hecho, aquí en casa tenemos unos pocos)… pero desde las condiciones normales de un físico sin carencias ni amputaciones. Como dije, después de tumbarme al sol de esa estrella brillante, protagonista de “Vida de este chico”, me topé con el monográfico de la “vida de este otro chico”, Oscar Pistorius, en las noticias; cosa que me produjo la quemazón en la piel debido a tanta radiación solar cuando le oí hablar. La noticia estribaba en que había caído eliminado en semifinales e hicieron un breve repaso de su trayectoria como atleta, más proclive en provocar empatías lacrimógenas que alabar el mérito de este gran luchador. Oscar Pistorius lo había logrado: había llegado a tiempo al Santuario de Olimpia y disputar su poderío frente al de otros competidores en honor al dios Zeus. Pero el verdadero espíritu olímpico, como digo, no son las medallas, no es el dinero: para el atleta olímpico de la antigua Grecia el espíritu olímpico era la exhibición de su poderío físico como prédica de su pueblo, competir bajo la atenta mirada de los dioses, vencer para mayor gloria de su tierra o de su gente: un sacrificio cuyo único fin era la meta… y solo uno, tan solo un atleta, podía tener el privilegio de obtener ese galardón de ser el mejor, de ganar (no así como vemos en la actualidad, que parece más héroe el ganador del bronce que el de la plata). Y si creen que Pistorius no ha ganado nada, se equivocan. Después de llegar a la meta, sabedor de que no se había clasificado para la final de 400, responde a la pregunta de si estaba triste por no lograrlo: “No estoy en Londres para ganar. Estoy para que la gente vea que si trabajas duro y crees en ti mismo, puedes hacer lo que quieras”.  Oscar Pistorius nos ha ganado a todos…

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@moscugat

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