Por Verónica Lorenzo

Virginia Woolf (1882-1941), en los años treinta. / THE GRANGER COLLECTION (AGE FOTOSTOCK). («El País»)
Anaïs Nin, Alejandra Pizarnik, George Sand, Virginia Woolf,… todas ellas son las llamadas diaristas, un término adaptado del inglés, que se designa a la autora de un diario. Todas ellas son conocidas ¿qué ocurre con las demás, las anónimas, la gente de a pie? ¿No escriben también aunque no estén publicados? Hoy en día podemos encontrar diaristas en la red, que utilizan blogs o redes sociales como páginas de un cuaderno en el que expresar sus sentimientos, pensamientos, ideas, reflexiones. Pero éstas son las más públicas porque existe en todas nosotras un yo que expresamos al escribir, sobre cualquier soporte, haciendo las funciones de diaristas (¿acaso no tuiteamos, actualizamos el estado de Facebook, o subimos post al blog frecuentemente? ¿No volcamos en ello algo de nosotras, de nuestro día a día?) y es justo en estos “nuevos” medios que la intimidad gana más fuerza. Se trata de un compromiso de la autora con la escritura, con su tiempo y consigo misma.
No está reservado a grandes escritores, sino que es una práctica común, que viene de antaño, y que se lleva en cuadernos, folios sueltos, durante años, esporádicamente o durante un tiempo determinado; y es porque a través de él buscamos nuestra identidad, la definimos, tanto individual como colectiva. De hecho, en las terapias de psicología y psicoanálisis es muy frecuente animar a escribir un diario. Pues, como dice Philippe Lejeune, “el valor del diario es el de ser una huella”.
Es más, para este estudioso de la autobiografía, el diario “es una manera de vivir con la escritura, de ordenar la vida con la escritura y una técnica de vida. Y la escritura, uno de los aspectos de esta técnica. Sin embargo, lo que define al diario es la relación entre lo que se vive y la escritura, la organización del ida y vuelta en una vida real, entre lo vivido y la escritura”. Manuel Alberca, estudioso español, seguidor de Lejeune, afirma que “un diario se escribe como si se llevase una contabilidad, de hecho no se escribe, sino que se lleva o se atiende como las cuentas de un negocio: un negocio del espíritu”.
Para la escritora francesa George Sand, el diario era una renuncia al futuro, es decir, entendía el diario como vivir en el presente, reconocer el paso implacable del tiempo, que ya no se espera nada de él, que una se conforma cada día y que no hay ya relación entre ese día y los demás. Para Anaïs Nin el diario era un ejercicio diario de su escritura, un registro de experiencias, sensaciones, pensamientos que han surgido durante su vida; ella misma dice que “lo que es excluido del diario es también excluido de mi mente”.
Se trata también de un ejercicio de libertad, un volcado del alma sobre unas páginas. La escritora cubana Wendy Guerra, en su novela Posar desnuda en La Habana, siguiendo los diarios de juventud de Nin, expresa con la voz de la diarista: “debo escribir. Eso es lo único que me dará la libertad. Seré devota de mí. Este egoísmo por mis páginas puede y debe salvarme, que este enclaustramiento voluntario me lleve a la luz”. Se trata, al fin y al cabo, de escribir para no volverse loca.
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