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Por Javier Vayá

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Foto Jamie Diamond

Debo reconocer que tal vez Dioses sin hombres no sea la novela mejor escrita que haya leído últimamente, pero sin lugar a dudas es una de las más fascinantes. Situada en eso que se ha dado en llamar literatura trans y en una corriente similar a la obra de Haruki Murakami (pero también de Neil Gaiman o Kurt Vonnegut) Hari Kunzru consigue armar un delicioso artefacto que entrelaza la cruda realidad con el misticismo.

Precisamente la palabra “entrelazar” es la que define a la perfección la sinopsis de este libro confeccionado en torno a diferentes  personajes a lo largo de la historia con un intrigante nexo en común; una curiosa formación rocosa en el desierto del Mojave, en California. Estas historias confluyentes sirven de magnífico pretexto al autor que en una suerte de Road Movie onírica y desquiciada va creando un mapa espacio-temporal como vía para poner de manifiesto la extraña y obstinada manera que tiene el ser humano en aferrarse a cualquier tipo de Fe.

Hari Kunzru, nacido en Londres de padre indio y madre inglesa y residente en Nueva York, debe saber muy bien de lo que habla y alcanza los momentos más álgidos de la novela cuándo describe los distintos conflictos culturales de sus personajes. De manera muy hábil señala no sólo la ignorancia y el desprecio hacia lo “distinto” de mentes tan cerradas como los habitantes de un pueblo de la América profunda, sino también de personajes que se consideran a sí mismos progresistas y cosmopolitas e incluso de los propios inmigrantes ante la nueva cultura del lugar en el que residen.

Pero, como comenté anteriormente, el verdadero argumento de esta novela es la búsqueda innata del hombre hacia alguna clase de ser superior; las distintas religiones, los Ovnis, el amor libre, las drogas, el rock, la magia e incluso la economía, cualquier muestra de ese algo, de ese Dios que no nos revele la insoportable levedad del ser, la terrible certeza de la nada. Kunzru se muestra aquí magistral mostrando las pocas diferencias que existen entre unas creencias y otras, a pesar de su encarnizado enfrentamiento, así como la nula utilidad de cada una de ellas.

Por el camino el escritor nos lleva por una irregular pero fascinante epopeya a través de la historia de América en la que, de manera sumamente inteligente, más que ofrecer respuestas nos hace plantearnos preguntas, obligando al lector a colocarse fuera de cualquier territorio pasivo, cosa muy de agradecer.

Pese a que la trama resulta ágil y entretenida cabe lamentar cierta falta de equilibrio entre las distintas historias o personajes. A pesar de que el autor deja claro que existe una trama principal y que las demás actúan cómo afluentes de esta, dichos afluentes decaen demasiado a menudo para volver a subir o perderse de pronto sin remedio. En este sentido si la historia central del matrimonio con el hijo autista es prodigiosa, la de la estrella de rock comienza prometedoramente para difuminarse sin sentido como si el propio autor hubiese perdido interés en su personaje. Esta especie de montaña rusa quizá deliberada del autor hacia sus personajes hace que Dioses sin hombres no termine de resultar un libro tan redondo como cabría esperar al sumergirse en sus páginas. Sin embargo se me antoja una lectura más que obligada por su conmovedora profundidad y su amena inteligencia.

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