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Por fin se estrenó El Último Concierto, documental de hora y poco más que será todo un comedero de cabeza para quienes tengan que ser parte de los jurados en los festivales en los que se presente. En resumidas cuentas, esta obra de la productora Wonderers es un relato claro para entender cómo ha evolucionado la música a lo largo del tiempo tomando como punto de partida un lugar mítico que estaba situado en el centro del universo sevillano, la Alameda de Hércules, cuyo epicentro era el Fun Club (que se pronuncia tal como se escribe).

 

La idea llegó tras el anuncio de que esta celebérrima sala de conciertos cerraba sus puertas, sumándose así a una lista de las bajas que provocó la pandemia del Covid-19, un episodio histórico que hizo que muchas gotas colmaran muchos vasos en la zona de la que hablamos. Esta mala noticia hizo que Chema Ramos y Jorge Molina no dejaran pasar el momento. Se pusieron manos a la obra, y se reunieron con la flor y nata de la música de Sevilla y más allá. Y es que no estamos hablando de un lugar cualquiera, y el documental lo deja bien claro. Otras movidas de otros sitios se hicieron más famosas, pero esto es otra historia…

Así que estábamos de estreno este 18 de abril de 2023, en un sitio que no podía ser más ideal para este tema en cuestión, el Teatro Alameda. Pocos músicos sevillanos de renombre se quedaron atrás para ver el documental. También muchos asiduos del local estaban presentes, que nos conocemos las caras. De repente, uno de los rockeros más rockeros de aquí dijo «Aquí cae una bomba y se arregla Sevilla», y casi a continuación comenzó la proyección.

 

 

El foco del documental es doble a la vez que único; el Fun Club visto como termómetro de la música y su tiempo. En este péndulo temático, los que vivimos (y bebimos) en esta sala, muy llevados por la subjetividad nos perdemos un poco cuando no se nos habla de esta, pero la riqueza de las opiniones no da lugar al desinterés. En realidad, lo que queríamos era lo que queríamos, recordar lo que era vivir entre aquellos muros la música en directo y la de los DJs que tenían noches buenas y mejores aún.

Esto nos trae al punto flaco del documental; apenas si pudimos distinguir al final del documental al mítico DJ Diego Márquez, que pinchó en el local probablemente desde el principio. El artista gráfico Ezequiel Barranco también presente en la sala, no lo estuvo tampoco en el documental. Camareros legendarios, como el fallecido Abdón también quedaron fuera… Bueno, no del todo; apareció en una de las cientos y cientos de fotos que estaban pegadas a las paredes. Quizá lo más inexplicable es la ausencia del anecdotario del sevillano de a pie, de los que estuvimos allí, de los asiduos crápulas melómanos. De aquí hay que destacar y recordar que el local no sabía de géneros musicales ni de tribus urbanas. Es más, era el punto de hermanamiento de las dos sevillas, entre ellas y/o con los guiris. Los muros del Fun Club estaban decorados con posters de conciertos, fotos de artistas y fotos de clientes habituales, todo un collage que se reflejaba en la pista y las barras. De aquí salieron encuentros esporádicos, parejas, matrimonios, amistades para siempre que lo mismo durarían dos cervezas, y lo que imagines.

 

 

Haber añadido algo de la intrahistoria hispalense hubiera enriquecido el documental, es decir, las vivencias de aficionado a la música, tanto en directo como la de los himnos que se dejaban sonar desde la cabina. Pero ¿Qué se puede esperar en una hora y diez minutos si además nos dejamos llevar por nuestra individualidad (grupal) sevillana? Con toda seguridad, en el tintero fílmico de Chema y Jorge se tuvo que quedar mucho material ya grabado, y ahí tuvo que quedar muy a pesar de ellos. Un producto así tiene que tener un corsé bien apretado y se entiende, pero también se disfruta.

La dinámica, divertida e instructiva filmación hace uso de testimonios gráficos y entrevistas desde el origen del local, de Pepe Benavides, repasando el elenco de rockeros y no rockeros que llegaron a actuar en su escenario o simplemente asistieron a alguna actuación. Entre los entrevistados, Dogo, Paco Loco, Charly Molina, Antonio Luque, José Manuel Casañ, Emilia Pinzón, Antonio Arias de Lagartija Nick, Jota de Los Planetas… También se refleja una nueva hornada, la que hizo del Fun Club y de Sevilla el epicentro del Rap en España; SFDK y el Chojín. Ligado al tema de la música, se tratan temas como el problema de las drogas y el machismo imperante en una primera época, comparando aquellos tiempos con los de hoy.

 

 

Un final apoteósico: Pájaro y Álvaro Suite a las guitarras, al bajo Andy Jarman (Southern Arts Society), Goyo (All La Glory, por ejemplo) a la batería, y Charly Molina interpretan una canción sobre el mítico escenario y acerca del mítico escenario. Un momento y un tema especialmente conmovedor visto en perspectiva, y que lleva toda la fuerza de su título: Mi Rock and Roll es Fun Club. Luego, un imperdonable pero imprescindible remate; la sala en proceso de ser desmantelada, provocando un asombro y una tristeza difícil de olvidar para todo el que viviera aquello. Que el documental acabe con las letras «la energía no desaparece, se transforma» nos sirve de poco consuelo o ninguno. No queríamos ni que desapareciese, ni que se transformase. Tampoco nos valdría lo de «renovarse o morir».

Pues ahí quedó este retrato necesario, que refleja que ahora que teníamos solucionado el grave problema de delincuencia que tenía la Alameda de Hércules, y ya que casi nos habíamos olvidado del albero, nos quedamos sin el Fun Club, y sin Corto Maltés, y mejor paremos de contar. Ahora lo que se lleva son los bucles, los lugares domados, lo impersonal, la luz de burdel chillona y cambiante, las cachimbas de colorines y la misma música machacona en muchos sitios… y pizzas y cosas así. Se nos pasó de rosca lo de la modernidad, y así, dejaremos desheredados culturalmente a una generación que tiene pinta de que será inteligente, de manera artificial, eso sí.

 

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