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Una vez más los integrantes de Teatro Incandescente deja en pie a sus espectadores en el Teatro TNT. Espacio en donde se han formado y constituido como joven compañía de teatro físico y de investigación contemporánea.  Si bien es cierto que han contado con más medios que la mayoría de los profesionales que intentan hacerse un hueco dentro del circuito profesional, a mí me gratifica que estén aprovechando con una forma tan fecunda, las valiosas oportunidades que se les han brindado.

 

Hay distintos modos y grados en cómo se puede ejercer algún tipo de violencia sobre algún ser humano. En esta línea, la persona que la percibe puede dar con la fórmula y los recursos necesarios, o no, para seguir persiguiendo “estar a la altura” de lo que esta sociedad exige de cada individuo más allá del respeto a la ley. Ello es susceptible de verse exacerbado, si su manera de comportarse ante los demás y su estética (incluyendo lo que, presuntamente, se puede extraer de su lenguaje no verbal), nos remite a experiencias en las que lo más probable, esa persona no ha tenido nada que ver, pero por si hay dudas “mejor no correr riesgos” (como si un producto de supermercado se tratase).

Lo anterior, responde a parte de las consecuencias de la carencia, de lo que se ha llamado en los últimos años, “responsabilidad afectiva”. Algo que considero que de no tenerse al menos una serie de contemplaciones hacia nuestros semejantes, estaremos a contribuyendo a ensanchar “las heridas” que no hayan resuelto hasta aquél momento. Lo cual les pone en una coyuntura en la que esas personas han de sortear un indicio de que están siendo deshumanizados, en donde la hospitalidad de la que hablaba el filósofo lituano Emmanuel Lévinas, no se prevé que vaya darse lugar. El punto está en que si alguien queda “desterrado” (o se autoexcluye) de nuestra sociedad debería entenderse como un fracaso colectivo, sea por razón de nivel adquisitivo, religión, nivel de formación académica, falta de habilidades sociales, país de origen, identidad de género, inclinación afectivo-sexual, etc.…

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Y menos aún hemos caer en dinámicas, en las que una suerte de “gregarismo” nos conduce a excluir a un individuo porque sino nuestro “lugar en el grupo” (sea compuesto de relaciones interpersonales estrechas, o bien del colectivo al que pertenecemos) al que nos gustaría seguir formando parte, puede ponerse en juego. O dicho de otro modo: “mejor que ese individuo se las arregle como fuere, antes de yo exponerme de alguna forma a caer en una posición más o menos similar a la suya. Supongo que bastará con no tratarle como otras personas para que su situación no sea peor”. Todo lo que les he comentado hasta ahora  conectaría con lo que nos plantea Delirio, en tanto y cuanto que los dispositivos disciplinarios que operan a través de las violencias machistas y los discursos homogenizadores de lo que se ha querido institucionalizar como lo que “es un ser humano”, dificultan que una persona llegue a vivir su vida de una forma digna, y sin ser sospechosa de arremeter contra “lo establecido” por ser lo que se es (como si se estuviese atentando contra el “Orden de la Naturaleza”).

He allí que los personajes de Concha y Verónica “ponen rostros” a cosas que aunque a día hoy no sucedan de forma tan literal y frecuente como hace apenas unas décadas en el mundo occidental, si que nos ayudan a volvernos a aproximarnos, de lo lesivo que es que a se acumulen en uno tantos maltratos y humillaciones. Hasta el punto de que ellas se les dio pie a pensar que “mejor no haber existido, porque cuando yo canto (en el caso de Concha) no consigo más que reprimendas, a pesar de que me guste y me sienta un poco más yo misma”.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Ambas viven bajo la permanente coacción de quienes no les dan herramientas eficaces para reconducir su trágica y malherida condición. Pero sin embargo, se sitúan en una posición de poder en el que la autocrítica y la falta de empatía, son fundamentales para que las cosas sigan tal cual. Por ello, corresponde “llevárselas por delante”, alejarlas del espacio de lo público…, de lo contrario, se estaría dando lugar a que éstos pongan a debate su privilegiada posición, de la cual disfrutan con impunidad.

Lamentablemente, muchas de los testimonios de estas personas quedarán en el olvido o figurando como un “rumor”. No obstante, una de las maneras que tenemos para intentar contribuir a su redención (tal y como lo definió Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia), es a través de las artes escénicas. Así, esta obra escrita por Almudena Blanco,  y codirigida por la misma y Lucía Povedano, está planteada de tal forma que no da descanso a sus espectadores: Todas y cada una de sus escenas, se retroalimentan entre sí.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

La escenografía, la iluminación, sumados a la interpretación de: Amalia Romero, Isabel Cabrera, Almudena Blanco, Christian Miguélez y Javier Arboleya. Conformaron varios de los elementos de un trabajo absorbente que buscaba dar un buen “zarandeo” a sus espectadores, añadiendo a quienes de un modo u otro estén más familiarizados con el tema de la salud mental, y la genealogía de cómo a aquellos que se les ha señalizado como seres que han “perdido el juicio”. Por tanto, es irrelevante el grado de formación y experiencias que se tenga al respecto, considero que Delirio es capaz de atravesar los lugares que muchos prefieren no volver de no ser necesario. Ya que el tema de la salud mental es algo que nos interpela a todos en tanto seres humanos, por más que por motivos contingentes, se le haya perfilado como algo tabú, o peor aún, como algo que no se ha de tomar tan en serio.

En definitiva, Delirio de esta compañía asentada en la ciudad de Sevilla, me parece que equilibra muy bien el hacer una labor reivindicativa en relación a lo que denuncia, sin caer en “moralinas”, “amarillismos”…, cosas que pueden faltar el respeto a la inteligencia de nosotros los espectadores. Aquí no se le da el mínimo espacio a concesiones propias de obras que se venden a sí mismas como “ocio y tiempo libre”, siendo que en el interior de los integrantes de Teatro Incandescente hay una fuerte inclinación que les hace valerse de las artes escénicas como un potente vehículo de transformación social, aunque a nuestro alrededor parece que las cosas se siguen “cayendo a pedazos”.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

 

 

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