Qué de cosas rondarán en el interior de Santi Rivera para que considere que los urgentes mensajes que vertebran Neurotímico, son más fáciles de que se escuchen a través de la representación de obra de teatro contemporáneo. Porque seamos claros, básicamente, lo que integra el guion de esta pieza interpretada y dirigida por este extremeño asentado en la ciudad de Sevilla, son de sobra conocidos, y en contextos de intimidad, gozan de una mayoritaria aceptación. Sin embargo, cuando uno se atreve a tener la expectativa de que los mismos se apliquen en aquellos que nos rodean, de tal forma que el aparentar seguridad, firmeza, carisma, etc.…, ante los demás, es los que “realmente nos garantizarían” tener un círculo de personas en las cuales resguardarnos cuando precisamos compartir lo que acapara nuestras preocupaciones; nos encontramos, cuanto menos, con erráticos y contradictorios comportamientos por parte de nuestros semejantes, y por extensión, de nosotros mismos hacia nuestra propia persona.
Sí es que esta pieza no hace más que poner un formato en el que, nosotros los espectadores, no tenemos por qué mostrarnos que hemos sido aludidos directamente. Así, casi como si fuera un “excéntrico juego”, Santi Rivera nos va caldeando con el propósito de que al menos seamos sinceros con nosotros mismos, sin que ello suponga, necesariamente, de que nos esté “reclamando” que demos un vuelco radical en nuestras respectivas vidas. Quizás la cosa se encauza por un canal en el que a través de la mímesis que nos propician las artes escénicas, nos dejemos de ejercitar el hábito de dar excusas y autoboicotearnos, mientras nos despojaríamos de todos aquellos lastres que nos han hecho más que emborronarnos nuestra mirada y el pensamiento.
Reconozcamos con naturalidad de que nos sentimos solos, y no hemos sabido acompañar y cuidar a las personas que nos rodean, incluyendo a los que consideramos parte de nuestras relaciones más estrechas (personas que, probablemente, estén en un estado similar al nuestro, aunque “no esté en boga” dar indicios de ello). Lo que me lleva a afirmar, que el no resultar una persona atractiva ante los demás (por un sinfín de motivos, algunos más debatibles que otros) nos hace estar expuestos a la exclusión social. Conduciéndonos a dinámicas en las que uno ha de “vender su propia marcar”, con el fin de si quiera aspirar a mantener un equilibrio en lo que a salud mental se refiere, desmarcándonos de recaer en un marco en el que nos terminamos juzgándonos a nosotros mismos, por no haber estado a la altura ¿Por qué no sabemos salir de esta viciada situación (a modo colectivo e individual) en la que no hemos hecho más que someternos a normas arbitrarias, que están haciendo estragos en cada ser humano? ¿No será que estar buscando estar ocupados con nuestras responsabilidades y nuestros momentos de distensión, no hace más que blanquear la consolidación de dichos dispositivos disciplinarios?
De esta forma hay un espacio muy restringido para ejercer la mejor de nuestras versiones. Hasta el punto de que cualquier muestra de vulnerabilidad, es confundida (en la práctica) de provenir de una “persona incompleta”, o peor aún, de alguien que trae “malas energías”, una “persona tóxica”, etc…”¡Sáquesele Red Flags a todos ellos!” Lo anterior nos conduce a la deshumanización de los otros, en donde más pronto que tarde, aplicaremos hacia nuestra propia persona, si esta perniciosa lógica nos da pie a concluir que no “estamos a la altura”. Sin embargo, ello no nos priva de tener contemplaciones que asociamos a lo que, recientemente, le hemos llamado “responsabilidad afectiva”, y demás cosas que lleven consigo al reconociendo del otro en tanto ser humano.
Con esta obra Santi Rivera ha demostrado ser una persona más valiente e íntegra de lo que tal vez pueda pensar de sí, al estar dispuesto a enfrentarse a necias declaraciones, de aquellos que se empeñarían en calificarla como el producto de “un llorón tan patético, que ni ha sabido dar con el psicólogo correcto para resolver sus traumas, que responden al de una persona burguesa que habita en los países occidentales. Y encima, abusa de los beneficios de haber ganado un Premio Lorca, para que escuchemos sus mierdas: ¡Qué madure ya! y que vaya a recoger fresas a Huelva, allí sí que aprenderá a ser un hombre de una vez por todas”. Este tipo de mensajes de odio, ocultan un miedo profundo hacía aquél que nos ofrece pequeños espacios que ponen en evidencia de que nos debemos a un sistema que asfixia tanto, que todos los que salimos de esta obra contentos seguimos teniendo en claro que a día de hoy, que lo que se plantea en Neurotímico no es realista de que se haga hegemónico a corto y medio plazo.
En lo que refiere a la puesta en escena de esta pieza, cabe destacar que es un trabajo hecho con humildes recursos, lo cual ha favorecido que, nosotros los espectadores, nos veamos tentados a creernos eso de que “de repente Santi Rivera pasaba por allí, y se decidió por puro ego, desahogarse con quienes estábamos sentados en el patio de butacas del Teatro TNT, esperando a saber qué cosa”. Ello nos brindó un entorno en el que él se podía poner cómodo, como si estuviésemos de forma casual en la sala de su casa. Ello fue precioso y uno de los grandes aciertos de Neurotímico, dado que sus extraordinarios dotes interpretativos estaban al servicio de plasmar el cómo se escenificaría lo “congestionadas” (si se me permite la expresión) que están nuestras cabezas y emociones, cuando se tercia hablar de lo que nos pasa y de quiénes somos nosotros mismos. Haciendo pasar por “lúdico”, el identificar en qué tipo de pautas de biomecánica actoral, o de trabajo de voz dio uso para que pareciera, por momentos, que de verdad estábamos echándonos un domingo lluvioso por la tarde con Santi Rivera.
El inteligente diseño de iluminación enriquecía de dinamismo y de misterio a lo que estaría por decirse, ya que al fin al cabo, Santi Rivera hizo tal derroche de verdad con Neurotímico, qué no había límites en temas a tocar o la profundidad de las conclusiones a las que llegó su personaje. En esta línea, este profesional tuvo de apoyo una serie de folios y láminas, con las que hacer mayor énfasis en sus monólogos, ayudándole a dotar de ritmo e “ilustrar” lo que él consideró como más importante, como signo de las exhaustivas horas de trabajo y el cariño que invirtió para que este montaje saliese a delante.
Para mí Neurotímico me parece un trabajo espectacular capaz de llegar mucho más lejos de lo que llegó durante la celebración de la edición del Certamen CINTA del presente año. Y aún con todo, tengo el convencimiento de que pondrá en serias dificultades al jurado de dicho certamen, a la hora de dictar la decisión final de quién se queda con los galardones de mejor espectáculo y mejor interpretación. Seguro que con un mayor rodaje en los diversos escenarios en los que ojalá sea programada, no hará más que crecer y crecer, porque la generosidad y compromiso que hay detrás de Santi Rivera para con Neurotímitco, es enorme.