Se ha estrenado El Racimo en el Teatro la Fundición de Sevilla, de la mano de La Lecherita Producciones. No es más ni menos que la primera producción de este grupo de profesionales, que sin emitir demasiado ruido y ni ninguna presunción, han hecho un trabajo monumental.
El Racimo es una pieza que nos presenta a una comunidad compuesta de cinco mujeres, que están entregadas a sus quehaceres y a los pilares que sustentan a el racimo. Algunos de dichos pilares provienen del leal seguimiento de tradiciones, otros simplemente, responde al cumplimiento del objetivo de que la comunidad se mantenga en pie a toda costa. Así toda manifestación de individualidad puede ser entendida como una agresión: sea por leer este u otro acto como egoísta, soberbio, o porque procura perseguir algo con segundas intenciones. Si es que las cinco mujeres de un modo u otro, han delegado su capacidad de maniobra, a los límites establecidos por el racimo. Cada una de ellas es una “uva”, y la que se salga de los límites escrupulosamente estipulados, ha de ser desterrada.
Lo anterior nos es representado con una estética aparentemente inocente, e incluso cándida. Sin embargo, la misma es capaz de conducir al extremo (sin llegar a lo grotesco) las consecuencias de llevar una vida ritualizada.
Antes de desarrollar este tema me gustaría, citar un fragmento del parágrafo 38 del Tao Te Ching de Lao Tse, que versa:
El hombre bueno hace algo;
sin embargo, algo queda por hacer.
El hombre justo hace algo,
y deja mucho sin hacer.
El hombre moral hace algo,
y si la gente no responde,
se remanga y emplea la fuerza.
Cuando el Tao se pierde, aparece la bondad.
Cuando la bondad se pierde, aparece la moralidad.
Cuando la moralidad se pierde, aparece el ritual.
El ritual es la cáscara de la fe auténtica
y el comienzo del caos.
Durante esta representación de La Lecherita producciones, no paré de pensar en esta cita, siendo que se nos escenifica el cómo supuestamente habían alcanzado y sustentado, todos los beneficios de una vida en armonía y equilibrio. Una vida donde hay una división de tareas entre sus cinco componentes, y por más que todas tenían su personalidad, nunca se ponía en cuestión que el grupo es lo primero. Y una vez que una de ellas se daba cuenta que había atentado contra estos principios, se le inducía a la culpabilidad. Hecho que muestra lo sofisticado que es el sistema disciplinario que habían desarrollando entre tanta sonrisa.
Por tanto, quedarse con la idea de presión de grupo y demás cosas por el estilo, sería pasar por alto lo lejos que llega esta pieza en su exquisita crítica a nuestra sociedad occidental. Lo digo pensado en que los mecanismo disciplinarios que hacen alusión, los vemos reproducidos en nuestro día a día de una forma más o menos implícita, porque una parte importante de lo que se pone en juego a la hora de calificar a una persona, depende de qué tanto aprobación tiene a nivel colectivo, en cómo se desenvuelve dentro de un grupo. En ocasiones resulta hasta irrelevante, si el contenido de la postura de una persona que se enfrenta a una idea que ha “contagiado” al grupo (por los motivos más diversos), está más o menos fundamenta, incluso puede que con un par de ajustes venidos del diálogo, podrían solventar las diferencias.
Pero estas ocasiones a las que me refiero, el objetivo se desplaza a que el grupo ha de estar unido sea donde sea que les lleve, y con el refuerzo de enfrentarse a alguien que es erigido como un otro, la alteridad…, pues queda garantizado, que si uno está dentro de un grupo, se puede con todo. Si un grupo es fundado bajo estos presupuestos, entonces no hay cuidados, no hay consideraciones a las singularidades de cada uno, esto es: no vaya a ser que ello ponga debates donde no los hay, mejor dejar a en un segundo plano las necesidades individuales de cada cual.
Lo anterior puede conducir a los actos de lo más banales, donde un simple desacuerdo entre los componentes de un grupo, puede ser motivo de la configuración de dos grupos o más dentro del mismo, siendo que el arma de la coacción al otro a ser desterrado o puesta en duda su fidelidad a lo que ha estipulado en el grupo, es suficiente para llevar a cabo acusaciones, sobre que uno está detonando una armonía que en realidad nunca existió (pienso en la escena de El Racimo, en la que están decorando el pesebre para la celebración de la navidad, donde no se ponían de acuerdo qué frutas han de estar, y cuáles son las que corresponden a la tradición a las que ellas se debían).
Si es que actuar como si todo estuviera bien, como si todos son estrechos amigos nuestros…, no hace que con el tiempo los otros los sean, a menos que uno se esfuerce en evitar compartir temas y espacios, que toquen lo que pueda causar controversia. Entonces no estamos hablando de amigos, estamos hablando de personas con quien pasar el tiempo, personas que al final se genera un mutua dinámica de consumo. De tal manera, que la constitución de un vínculo en la que haya una intimidad compartida, resulta cuanto menos fuera de contexto, o bien, como algo que pone en riesgo lo que se ha establecido al tratar al otro como una persona de paso.
La ritualización que se nos escenifica en esta pieza, muestra los vicios propios de constituir una falsa armonía, basada en un consenso que no ha sido actualizado (en el mejor de los casos). Porque su momento de instauración responde a unas condiciones materiales que no se volverán a dar, y por más que uno se empeñe en reproducirlas bajo el régimen de un ritual, ello desenfoca su sentido y su significado. Sin olvidar, que acudir a este tipo dispositivos corresponde rehuir de la posibilidad de que toda relación interpersonal implica estar expuestos, implica asumir que cualquier vínculo se sustenta tras haber atravesado idas y venidas, que nos ponen en un terrenos donde la autorregulación, el diálogo sincero y constructivo, son alguno de los recursos que considero imprescindibles para la convivencia con el otro, a pesar de que en cualquier momento uno pueda salir lastimado, o la relación haya perdido lo que la mantenía vigente.
No hay más que miedo a la soledad y al dolor: un miedo que se extiende a una inseguridad basada en no encontrar la aprobación hacia uno mismo, si los otros no nos corroboran que al menos estamos bien encaminados. Si es que no se puede negar que formar parte de un grupo es atractivo y necesario, porque seduce verse a uno mismo disfrutando de lo lindo, en situaciones que derrochan complicidad. No hay más que ver cómo acudieron en El Racimo, a imágenes que recordaban a los ratones de la versión de Disney del cuento Cenicienta, o bien de las imágenes de recreo, de varios de los cartones para tapices del pintor Francisco de Goya; las cuales ofrecen una cara inocente, pero con una base profundamente siniestra (basta sumergirse en ambas referencias, para ver la perversidad que hay detrás de estos dos ejemplos, tan acertadamente aludidos en esta pieza). Lo cual encaja a la perfección con el humor ácido e inteligente de esta obra, que es planteado tratándonos a nosotros los integrantes del público, como seres maduros y con cultura; cosa que agradezco y muestra lo ambicioso que es el trabajo de La Lecherita producciones.
Y quien piense que la comunidad de el racimo era cerrada, se ofrece en la historia la aparición de un niño afrodescendiente que ha de ser instruido por estas cinco mujeres, para ser una persona de bien, incluso un buen cristiano. Con esta jocosidad se nos introducen situaciones de lo más inaceptables (dado que hay un trato racista, colonialista, y demás despropósitos por el estilo), que mostraban el cómo iniciar a otro del “exterior” a la comunidad, puede suponer el uso de la fuerza de ser las demandas ignoradas, eso sí, siempre con una sonrisa condescendiente. Claro, el racimo tenía un reto para salir victorioso este año en las olimpiadas, con quien compiten entre otros, con los componen de La Espiga. Enemigos “naturales”, por el mero hecho de ser unos otros. En este contexto en donde se expone la fragilidad que hay detrás de un sistema, que está basado en alimentarse de ver a lo ajeno como alteridad, no como iguales que viven en una comunidad diferente.
En lo que respecta a la puesta en escena de El Racimo, diría que es un trabajo riguroso, elegante y divertido. Desde luego el vestuario, la escenografía, el minucioso estudio que hay detrás de la disposición en espacio de los intérpretes y la iluminación, puestos en conjuntos, hicieron que la impecable interpretación de sus seis intérpretes, se luciera como merecía. De verdad, estos intérpretes se dejaron la piel, para que un texto tan complejo y tan rico de posibilidades, atravesara a los que hemos integrado al público. Un público que confío plenamente en este primer trabajo de esta productora, dado que se completó el aforo disponible en sus tres días de estreno. Sean más o menos entusiastas las palabras de otras personas que han visto esta pieza, he salido regenerado, y con ganas de ver más teatro.
Piezas como El Racimo demuestran el enorme potencial que tienen las artes escénicas de transformación social, desde una resistencia militante que no precisa ocupar cargos políticos, para saberse capaz de incidir en el foro público. Y encima lo han hecho representando un tema complejo de una forma totalmente pedagógica, y sin tratarnos como menores de edad. Las personas que componen el equipo de La Lecherita producciones, son unos extraordinarios profesionales a los que hemos de estudiar con detenimiento. Estoy convencido de que si veo esta obra una o dos veces más, seguiré sacando matices