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Por Diego E. Barros

Nada más cruzar la frontera quise cumplir con la tradición de pueblos emigrantes como el gallego: alquilar un Mercedes y comprar una palmera para colocar en la eira de Sorribas. Los emigrantes siempre nos hemos ido en silencio pero sabemos que la vuelta tiene que ser a lo grande. No pude. No quedaban, agotadas las existencias a causa de la demanda. Ya en casa, cumplidos con los condicionantes familiares de rigor corrí a los bares. En una terraza y con una caña delante he hecho repaso. No tengo a ninguno de mis amigos imputado: se confirma, no somos nadie. La situación está entre un no me chilles que no te veo y un no me toques que me encuentras. Tengo a la mitad de ellos en el paro, a un cuarto en espera de; y al que queda, encogiéndose de hombros en cuanto se le pregunta por el trabajo. Los optimistas me contestan que este mes han cobrado, dando a entender que ha habido otros que no. 

La fiesta coincide con la llegada del buen tiempo pese a los augurios de los meteorólogos del país vecino anunciando que este año no habría verano. Francia sigue siendo el primer destino turístico mundial seguido de cerca por España. El problema es que la carrera hacia atrás que hemos emprendido estos últimos años va camino de resucitar a Alfredo Landa como reclamo de las suecas. He ahí la inversión productiva que tanto necesitamos y que en el otro lado de los Pirineos, con la crisis en los talones, haya provocado recelos. Están las suecas, los casinos y las furcias. No necesariamente en ese orden pero los que fuimos a la EGB sabemos que el orden no altera el producto. Nada ha cambiado tampoco entre el gremio de juntaletras al que un día pertenecí.

Como ya me ocurrió en navidades, nadie me ha propuesto la creación de un «nuevo medio». El enésimo y bajo la misma premisa: «con todos los caídos no me jodas que no se podría montar un buen periódico». La respuesta es afirmativa, todo lo demás, es decir, lo importante, incierto.

Siempre nos quedarán los bares, me dijo uno de los más optimistas. Ni eso, se limitó a responder otro que había pillado la conversación al vuelo y pasó a relatar la última moda. El experimento ha sido ideado por uno de los grandes empresarios de la hostelería compostelana. Tenía un hotel en pleno casco viejo. El sitio no levantaba así que el dueño decidió traspasar el local a otro incauto y optó por liquidar a toda la plantilla. Antes le propuso un trato: él pagaría la indemnización completa correspondiente a cada trabajador. Muy bien, lo lógico. La segunda parte del contrato era una propuesta y un condicionante ineludible. Ofrecería recolocar a parte de los despedidos en alguno de sus otros negocios siempre y cuando en 24 horas le devolviesen la indemnización y, por supuesto, aceptaran unas condiciones peores que las que tenían, perdiendo, además, toda antigüedad. Algunos, los más necesitados, aceptaron. Ya dijo José Luis Sampedro que cada uno es libre de mandar en su hambre pero hay muchos a los que les cuesta mantenerla a raya. Con emprendedores y trabajadores así, nuestro sector productivo seguirá teniendo futuro.

Tengo un amigo que lleva la cuenta atrás. Ahora, según él, estamos en los años ochenta y nadie conoce todavía el final de este regreso al futuro. A mí esta situación me llena de esperanza. Cualquier día nos levantaremos en plena Transición; a ver si de ésta conseguimos que salga bien.

He dedicado una tarde a recorrer las calles de la zona vieja. Aparentemente las piedras siguen en su sitio. La misma gente, los mismos bares y los turistas de zapatilla y bocadillo que tanto gustan a la asociación de hosteleros de la ciudad. Me han dicho que ha abierto un nuevo bar cuya fórmula es aparentemente imbatible: un cubo lleno de hielo y cinco botellines por tres euros; el pincho a un euro. He preguntado qué tal y nadie me ha contestado, mis amigos son gente de costumbres fijas. Uno me ha dicho que lo han colocado en el límite de la zona por lo que los bares tradicionales todavía respiran. Es cuestión de tiempo, la irrupción del Ryanair en versión hostelera.

Yo ya no sé si esta aparente calma chicha es buena o mala. Sobre todo porque desde que me fui me ocurre una cosa inquietante: cada tres meses exactamente recibo en el móvil  una llamada de un número que no conozco. Al descolgar siempre mantengo la misma conversación:

―¿Eres Diego de Sigüeiro?

―No, contesto.

Esta semana decidí prolongar la conversación y le dije a mi interlocutor que no se preocupara que ya había confianza entre nosotros. Volvió a pedirme disculpas y colgó antes de que pudiéramos citarnos hasta dentro de tres meses. En la próxima conversación he decidido contestar afirmativamente. A lo mejor cambio necesario y todo es un guion de J.J. Abrams.

 @diegoebarros

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