Seleccionar página

Al apagar las luces, se abre un telón que no existe: es el Teatro Távora en Sevilla, una cuadrada encrucijada donde siete mujeres van a adentrarse en el universo femenino de Lorca, tan rico, tan pasional, tan auténtico, tan fiel a la realidad de la mujer en su época, donde el machismo y el patriarcado eran lo natural, lo indiscutible, la norma.

 

La oscuridad da paso a una penumbra de presagios, evocadora de ambientes lorquianos, oscuros, misteriosos, y solo cuatro sillas acompañan a las actrices, que servirán de instrumento percutor o de atrezo en ciertas escenas (algunas cercanas a la performance). Y en el fondo, Gabriel Ocaña, espera su turno a la guitarra, mientras en un susurro se escucha la melodía de La Tarara, en un tempo muy lento, presagiando una dinámica rompedora en el crescendo poderoso de las siete voces al unísono.

No es casual que el espectáculo comience con La Tarara, “la que se pasea por los campos bailando, con una indumentaria y unas actitudes un tanto raras, tal vez de loca” y una melodía que Lorca tomó prestada para hacerla universal, mientras por detrás intenta imponerse un “calla” un “cállate” un “calla ya” un “te quieres callar” que las actrices gritan con mayor o menor intensidad, cada una transmutada en el macho que manda callar a la mujer.

 

No es sólo el maltrato, el ninguneo, la marginación, el machismo, en definitiva, lo que se expone, se critica y se siente en la expresión de esas mujeres enlorquecidas, sino también la solución, la contrapartida, la rebelión, la emancipación, la independencia.

La Tarara, vuelta al susurro, da paso a Yerma: “cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca y las manos bien amarradas dentro del ataúd, a esa hora me habré resignado”. Aquí la elección del fragmento tampoco es casual, pues expresa la rebeldía, la valentía, casi temeridad de Yerma, que muy acertadamente concatena Marta Ocaña, directora de Enlorquecidas, con frases de La Zapatera Prodigiosa: “¿Te quieres callar? Eres mi mujer, quieras o no quieras, y yo soy tu esposo”, dice el zapatero; o Bodas de Sangre: “¿Tú sabes lo que es casarse, criatura? Un hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancha para todo lo demás”.

 

Cada una de la actrices va tomando partido en esta diatriba aleccionadora, con frases fundamentales del teatro de Lorca, hasta llegar al Verde que te quiero verde, a la muerte verde de Lorca, al poema que muestra el suicidio por amor de la enamorada, concluyendo con la frase que da pie al comienzo de la guitarra: “¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde…?”

Por seguiriyas comienza Gabriel Ocaña, seguiriyas asaetadas, con compás libre, casi tonadas, empecinado en el verde muerte, continuando el poema, que ocupa toda la parte central del espectáculo y acabando con una lenta y preciosa versión de la rumba de José Manuel Ortega Heredia, Manzanita.

Gabriel toca falsetas por tangos acompañado por las palmas de las actrices bailaoras, a los que sigue una particular versión del Bodas de Sangre que con gran inspiración musicaron los Pata Negra, volviendo en la recta final al susurro de La Tarara, el hilo conductor de este gran espectáculo, corto pero intenso, que consigue sobradamente transmitir lo que busca: reivindicación del feminismo lorquiano, de como Lorca supo plasmar con maestría la opresión, marginación y el maltrato al que se vio sometida la mujer de su época, a través de siete actrices, bailaoras y cantaoras que con pasión, arte y talento nos lo transportan al siglo XXI, para que no olvidemos.

 

Comparte este contenido