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En el Teatro Romano de Itálica (Santiponce, Sevilla), se representó Erritu, una obra que compuesta mano a mano, entre la compañía vasca Kukai Dantza y el israelita afincado en Madrid, Sharon Fridman. Una pieza brillante, que sabe equilibrar lo espectacular con lo íntimo. Asimismo, aborda algo primitivo con un lenguaje rabiosamente contemporáneo.

Desde hace un tiempo, se nos recibe a nosotros los espectadores,  con que  algunas piezas presenten un tipo de puesta en escena, antes de que empiece un espectáculo. Ello puede responder a numerosos motivos, y en este caso, he identificado que lo mismo ayudaba a que los intérpretes vayan entrando en el estado y el ambiente, en  que se nos iba en sumergir Erritu. Por otra parte, de algún modo u otro, ponía a prueba al público en lo que respecta si los que lo hemos integrado, permanecíamos en silencio o nos seguimos comportando como si el “telón” todavía estuviese cerrado.

Además, en cuanto se apagaron las luces que se proyectaban sobre el público, la pieza dio inicio. Un signo de que los intérpretes estaban consumando una transición a la “dimensión” en la que nos enmarcó en esta pieza. Me refiero a que Erritu, es una obra que de principio a fin se propone sacar al mismo de la cotidianidad, para emplazarlo en un espacio-tiempo paralelo. Ahora bien, ello supone correr el riesgo de estar los primeros minutos de la pieza, con uno o dos intérpretes haciendo una y otra vez, la misma secuencia de pequeños saltos; donde la respiración, el riguroso mantenimiento del pulso y otras cosas por el estilo…, aseguraron que los que estuvimos presentes, quedásemos caldeados.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Esta obra nos conduce a ser testigos del tránsito que pasa cada ser humano en su vida individual, social y política. Esto es: Es casi un tópico decir que solos nacemos, solos nos moriremos. Sin embargo, tanto la llegada y salida de este “mundo de los vivos”, nos son planteadas dentro de un contexto donde familiares y allegados, están vinculados a nosotros (una escala más pequeña de lo que supone nacer en un país, con una lengua natal, etc…) Incluso en el proceso del estar viviendo, nos vamos familiarizando (ellos y nosotros) con esa realidad social que nos condiciona y nos define, como seres políticos.

Sí ,seres políticos, porque el origen de esta palabra en la lengua castellana, remite a civitas en latín, y a politikós en griego antiguo; lo que es lo mismo a decir, a algo propio que nosotros los seres humanos, hemos concertado de forma contractual para organizarnos y relacionarnos los unos con los otros, en todos los ámbitos de nuestras vidas. Una suerte de constituir un “estado natural”, paralelo al que está instaurado en la naturaleza: lo que está fuera de la polis. Ya en la antigua Grecia se asociaba  que todo individuo que era desterrado de su polis natal, era un ser que estaba en un limbo entre ser un ser humano y una bestia, siendo que los seres humanos son los que viven en los espacios de lo público. He allí que ser desterrado o exiliado de la tierra que te vio nacer, era considerado de los castigos más severos.

Ahora bien, Erritu dedica un tiempo ingente (aunque necesario, en cuanto se considera a esta obra en su globalidad) a poner  en solitario a su protagonista, haciendo una y otra vez la misma secuencia de pequeños saltos, quien representa de un modo u otro, a todos nosotros desde un plano meramente formal.  Y claro, esa soledad de su protagonista resulta incómoda e inhabitable, pues, se nos ha inculcado que lo que hace que seamos seres humanos íntegros, es que tengamos una red social y de afectos, con nuestros semejantes.

Por tanto, dicho protagonista va explorando el qué es ser humano, en tanto “animal político”. Porque la soledad es vista como tal, cuando es contrapuesta con el estar acompañado con uno o más individuos. Y al relacionarnos con esos otros, con esos seres que nos exceden, hemos de acogernos a una serie de “reglas de juego” que nos orientan y protegen, para que nadie se sobrepase y la comunicación sea más fluida: He allí la tensión que se vive entre la regularización, y el dejar que todo discurra libremente.

Así  se ve al protagonista, aprendiendo ser lo que es, como también se percibe en los que van irrumpiendo en escena, como personas que se van familiarizando con el mismo. Lo cual supone que todas esas “reglas de juego” son moldeables a lo que vaya aconteciendo, por más que algunas de ellas se planteen como cosas tan irremediables, como la mismísima Ley de la Gravedad.  De todas formas, hemos de centrarnos en que la evolución del protagonista no es algo que suceda de un modo teleológico.  He allí que defienda que la condición humana se ha de entender como una estancia condicionada por poner en diálogo los momentos de soledad, con los que se está en lo social. Y  aún con todo, nuestro lenguaje, nuestros modos de percibir el mundo se han hecho posibles por estar interactuando con los otros. Supongo que la narrativa de Erritu, aparenta ser lineal porque al final uno puede llegar a “despistarse” en identificar quien es el protagonista que hemos acompañado a lo largo de su historia.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Es un hecho que el protagonista termina integrado en un colectivo como uno más. Y por más que todo ese proceso sea netamente secular, se nos va presentando como algo que se transciende más allá de los “rituales de iniciación”, que pueden haber en el interior de una comunidad humana. Ello se ve claro en cómo se nos va intercalando los cantos de uno de sus intérpretes, con la música dispuesta para la ocasión. Es decir: como una forma de definir esta historia como la de un ser que ha articulado, su faceta social, con la de un individuo independiente capaz de discernir, sobre cuál es y será su lugar en el mundo.

Erritu es un pieza que va sola, que su composición responde a seguir a dónde le lleva el hilo de asumir el compromiso de abordar el tema de la condición humana, de un modo tan directo, y por ello me atrevería a decir, que su puesta en escena es más bien abstracta y sobria. Por otra parte, he de destacar que si no hubiese ese rigor en la ejecución de las acciones que se suceden en escena, la obra no hubiese conseguido que nosotros los espectadores, hubiéramos “bajado la guardia”, y nos hubiéramos entregado a todo lo que estaba pasando.

Es interesante como esta pieza plantea lo cotidiano, como algo que es susceptible de sacralizar. Lo cual manifiesta que por más que nosotros humanos dediquemos tantas horas de nuestras vidas en resolver asuntos que nos permiten subsistir, entretenernos, descansar…, el caso es que somos también, quienes habitamos muchas de las cosas plasmadas y sugeridas en Erritu.

 

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