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La decimoquinta edición del Festival Escena Mobile en la ciudad de Sevilla. Un festival, que con el tiempo, se ha ido convirtiendo en una referencia ineludible a nivel nacional de la danza interpretada por personas con algún tipo de discapacidad. Como en otras ediciones, han actuado varias compañías de España y de otros puntos de Europa, de tal manera que queda acreditado de que estamos ante un evento que si no es conocido entre las personas que forman parte de las artes escénicas en Europa, quizás es porque aún queda mucho trabajo por hacer. Con el fin de que se esfume el menor resquicio de dudas, de que las piezas de danza interpretada por personas con cuerpos diversos son trabajos profesionales, hechos por profesionales. 

 

Aquí no caben paternalismos, como  ningún otro modo de manifestación de menosprecio a personas que han llegado a actuar sobre un escenario enfrentando más dificultades por vivir en un mundo que no está hecho para ellos, más que por la complejidad que les puedan suscitar interpretar  las piezas que representan. He allí  que les invito a estudiar estos trabajos dejando de lado las “complicaciones” que la mayoría de las personas les atribuiríamos por la apariencia que tienen estos interpretes; para dirigir el foco en el contenido y la forma en cómo representan sus piezas en juego.

En paralelo, la edición del presente año ha vuelto a contar con la más que acertada fórmula de combinar profesionales andaluces, con al menos una persona con algún tipo de discapacidad para llevar a escena una pieza corta. Si el año pasado muchos quedamos sorprendidos por los resultados y el potencial que tiene esta iniciativa, pues, en esta ocasión ya se están percibiendo signos de que  aquí pueden salir dúos, tríos, etc…, que si se lo proponen, podrían ser “compañeros de viaje”, al menos para montar una pieza de más de cuarenta cinco minutos de duración. Con el fin de que se apueste por estar en las programaciones de los teatros sin que se esté, necesariamente,  dentro de un ciclo con los apellidos “inclusivo”, “social” y demás cosas por estilo, que, lamentablemente, siguen siendo importantes para visibilizar las incontables realidades de los profesionales con algún tipo de discapacidad.

Sin más que añadir, les ofreceré unos breves comentarios sobre las piezas que cerraron unos días llenos de danza, reencuentros entre profesionales de un mismo sector, y quién sabe qué más cosas se habrán estado gestando en esos cuatro días tan intensos. Sin olvidar, que el próximo 20 de mayo en el Teatro TNT (Sevilla), hay programadas más piezas de danza contemporánea  interpretadas por varios de los profesionales que han estado involucrados con este festival ¡No os perdáis esta nueva oportunidad!

Foto: Rafa Núñez Ollero

Foto: Rafa Núñez Ollero

Nataasha Van Kampen de Sara Barker y Sofía Taliani.

Ya la sinopsis de esta pieza nos indica que la misma, fue creada como un modo de hacer un homenaje a la fallecida cineasta que le da nombre a este trabajo. La cual fue amiga de Sofía Taliani que se mantuvo durante su interpretación, conservando cierta distancia con Sara Barker. Quizás como una manera de exponernos que los momentos que compartían de intimidad, eran así de cálidos y reconfortantes. Si es que hasta parecía que no hacía falta que mediarán palabras entre ellas directamente. Pues, la sola presencia de la una con la otra resultaba suficiente para que se configurase un ambiente hogareño.

Sara Barker inicia la pieza dándonos las espaldas, desplegándonos un solo en el que ya nos iba adentrándonos en un mundo de exploración interior y exterior. Tal fue la entrega, el sosiego y el ensimismamiento que derrochaba esta profesional andaluza, que la pieza nos aproximó al campo de lo sensorial. A poco que uno se deje llevar por cada una de las acciones que llevaba a cabo (en especial cuando estaba sentada al lado del piano), ya pasaba en un segundo plano el “cómo se veía lo que hacía”, dándole mayor más peso al “cómo hacía lo que hacía”.

Naatasha Van Kampen es un trabajo que se te hace corto, porque tienes la sensación de que estás de visita en un mundo donde apenas te has asomado, y allí han estado pasando cosas y están por pasar cosas. Por ello terminé con la idea de que esta  pieza termina en puntos suspensivos. Y aunque no fuese el caso, es fácil imaginarse que la misma continúe bajo esa estética costumbrista que se va transformando gradualmente a un viaje que bordea lo místico.

El magnetismo de la interpretación de Sara Barker es tan fuerte, que los sonidos que va emitiendo Sofía Taliani se fundían en el aire que se respiraba, tal y como si los mismos fuesen un incienso capaz de dotar de una  densidad,  que causaban leves ondas expansivas desencadenadas de cada uno de los movimientos de Sara Barker. Esto y muchos otros detalles, demostraron que  este trabajo fue lo más esquicito, hermoso y delicado de esa noche de mayo.

Con esta crítica me gustaría animar a estas dos profesionales a dar el paso para montar una versión larga de este trabajo. Y si coincide que ellas consideran que el mismo está cerrado y ya cumplió su función, pues que al menos se aventuren a ir más allá en el campo de investigación que nos han compartido en escena. Porque seguro que todos (las intérpretes y nosotros los espectadores) saldremos beneficiados.

Foto: Rafa Núñez Ollero

Foto: Rafa Núñez Ollero

 

Mi cuerpo soy yo de Lucía Bocanegra, Hartta y Helliot Baeza:

Al poco tiempo de empezar esta pieza decidí dejar de intentar analizarla, porque era tal el torrente de movimiento que se generó venido de las interacciones entre Lucía Bocanegra y Helliot Baeza, que me resultaba un desperdicio centrar mi atención a dar con  la estructura de fondo y el contenido exacto que querían transmitir al público. Y nos es para menos, porque ambos consiguieron algo que pocos se atreven. Esto es: lanzarse a materializar pequeños fragmentos coreografiados en los que estos dos profesionales andaluces no hacía exactamente los mismos movimientos, pero estaban  absolutamente conectados. Lo cual demuestra que la armonía que ha de haber en un cuerpo de baile en la danza no ha de confundirse, necesariamente, con que todos parezcan soldados en un desfile militar.

Lo anterior, da riqueza y contenido a una pieza, siempre y cuando ello sea sostenido bajo un trabajo del grado de escucha y complicidad que tenían Lucía Bocanegra y Helliot Baeza. Siendo que se notaba que ellos podían sacar lo que sea adelante, inclusive los momentos más saboreados. Lo que me deriva a conectar estas interpretaciones de estos dos profesionales, con el tema de la pieza, que versaba así: “La voluntad de expresar nuestros sentimientos armoniosamente a los demás, a través de la vivencia feliz del propio cuerpo”.

Por más que la danza profesional, entre otras cosas, esté centrada en hacer un ejercicio de sofisticación del bailar, y a través de ello comunicar algo que represente algo que incumbe a la condición humana. Ello es perfectamente compatible, con  que un trabajo profesional esté impregnado de la alegría de bailar desde nuestros cuerpos y para los otros. No tanto para demostrar algo ni cosa que se le aproxime; sino más bien, para exponer ante un público que uno puede ser un sujeto afirmativo capaz de embarcarse hacia terrenos menos estudiados. Si es que arrojarse a ellos, ya es un acto performativo que amplía las posibilidades de la realidad en la que todos los seres humanos estamos enmarcados.

He allí que defienda que los tres profesionales involucrados en esta pieza (no se ha de dejar de lado que Hartta se encargó del espacio sonoro: maravilloso como tantas veces), deberían emprender un proyecto común en el que se tomen su tiempo de investigación  e indagación. Porque aquí hay un equipo muy potente, que ojalá al menos nos regalen un trabajo más.

Foto: Rafa Núñez Ollero

Foto: Rafa Núñez Ollero

 

Circo Soni de la familia formada por Laeva Gallego, su hijo Teo GG (alumno en la Escuela de Danza Mobile) y David Ión (encargado del espacio sonoro junto a Paulo Medal).

El año pasado en el mismo Teatro Alameda y en un contexto similar (es decir: la muestra de espectáculos de profesionales andaluces con personas con algún tipo de discapacidad, organizado por  Danza Mobile y teniendo la colaboración, entre otros, de la asociación PAD), esta adorable familia nos representaron la pieza Parto al Agua. Trabajo que mostraba a una familia que con el paso del tiempo, iba aprendiendo a estar juntos. No tanto porque ello suponga un “gran problema” lidiar con uno y la otra, sino más bien, se debería enfocar como que el convivir de por sí genera sabiduría. Y si se tiene un poco de suerte, podrá emerger el amor de los unos hacia los otros.

Si es que basta verles relacionarse entre sí, para olvidarse que se está ante una pieza de artes escénicas. Siendo que es tan de verdad lo que se ve, que uno debería sentirse un privilegiado por presenciar escenas tan entrañables. Las cuales de una manera muy inteligente y con un modo de ver la vida que recoge recursos del clown, combina lo anterior con abrir temas que incumben a la conciliación familiar; el tema de los cuidados en medio de una época donde cualquier tiempo de calidad entre seres queridos; etc…

Por tanto, Circo Soni  de un modo u otro se entrelaza con Parto al Agua, pero esta vez los hechos se dan en un hogar medio, en el que una madre pasa por diferentes retos para que su hijo Teo se vista, vaya al baño a hacer sus necesidades, coma y demás cosas cotidianas. Cosas que cualquiera puede pensar que son tan rutinarias, que a la larga, no tendrían por qué suponer grandes dificultades para llevarlas a cabo. Ya se pueden imaginar los que no hayan visto Circo Soni, que muchas de esas imágenes que les he descrito son una exageración, y que en el fondo “no ha de ser para tanto”. No obstante, si esto no es planteado así a nosotros como público nos costaría empatizar con ambos personajes; como también, salir del teatro con las ideas más claras sobre las grandes dificultades que implican cuidar y criar a un hijo que se le quiere como lo que más, pero no siempre ello puede ser llevado con la entereza que uno quisiese.

Por tanto animaría a los integrantes de esta familia, a poner en diálogo todo el material que tendrán en sus manos para dar luz y rostro sobre temas que nos son de sobra conocidos, pero que siguen necesitando que se les ponga en el centro. Si no se nos hará más complicado dilucidar a los que no hemos tenido ese tipo de experiencias, que aquí hay un tema que nos interpela a todos en tanto pertenecientes a una comunidad humana. Y justo en lo anterior, es donde está todo el peso político de esta pieza, sin que ello deba ser entendido como si nos estuviesen dando «moralinas» de algo, o inclinándonos hacia la militancia de una corriente política concreta.

 

Felipe Valera junto a Teresa Rodríguez-Barbero (Compañía Danza Mobile), con Ni Europa ni yo de Ángela Olivencia y Reyes Vergara.

A riesgo de parecer un tanto heterodoxo, me gustaría comentar estas dos piezas en conjunto. Dado que de una manera u otra, ambas abordan el tema de la intersubjetividad visto desde una dimensión individual hacia una persona con la que uno comparte momentos de vida, o bien con cada cosa que forma parte del mundo (incluyendo, por supuesto, artificios que nos hemos dado en tanto seres humanos, como lo es el continente europeo, o sea,  Ni Europa ni yo).  Ahora bien, la relación que uno puede configurar con lo que fuere que nos exceda como sujetos, siempre está entrelazada con una dinámica dialéctica en la que el aprendizaje de reconocer a lo otro, supone una tarea en la que uno queda “negado” transitoriamente  para dejar espacio a modos de rearticularse con el mundo en el que uno habita.

Por otra parte, siempre lo otro será lo desconocido por más que se haya interactuado durante años con ese otro que tiene ese “rostro determinado” (por así decirlo). Ello nos deriva a una coyuntura en la que lo otro hace de las veces de espejo, para que si somos seres autónomos y con inteligencia, captemos eso como una oportunidad de reconocernos como seres que transcendemos a nuestra individualidad, aunque parezca que no estamos en otro lugar que dentro de nosotros mismos. A dónde quiero llegar con esto,  es que la reivindicación política (como es el caso de Ni Europa ni yo) o las idas y venidas con un individuo concreto con el que nos topamos (como es el caso de la pieza de Felipe Valera y Teresa Rodríguez-Barbero), no son más que etapas de un proceso de autoconocimiento que nos hace ser espectadores del grado de implicación personal que tenemos con aquello con lo que nos relacionamos, y en función de cómo nos relacionamos con ello, estamos moldeando nuestro modo de estar y ser en el mundo.

Desde luego, uno no es el que es sin el otro. Asimismo, ese  otro se nos presenta como se nos presenta, porque hace lo que puede con el cómo ha sido tratado con quienes ha interactuado previamente.  Lo cual nos conduce a pensar que toda está por hacer, y a la vez ya todo está hecho. Entonces ¿Vemos al otro como un ser absolutamente inalcanzable, que en momentos dados, hasta podría ser un enemigo? O por otra parte ¿Me reconozco como ser vulnerable, y me atrevo a aprender desde un lugar que no me haga sentir que lo otro es un simple agresor, dada su condición ontológica con respecto a mí como sujeto?

Mírese las idas y venidas de la pieza de Felipe Valera y Teresa Rodríguez-Barbero, en donde cualquier que haya estado distraído, pudiese pensar que ambos no se entienden ni a sí mismos. Dado que todo sucede tan rápido y a la vez de manera tan fluida, que parece que el uno y la otra se necesitan para comprenderse como sujetos individuales. Es más, si no hay un otro yo no tengo acceso a pensarme como sujeto individual. Lo cual nos conduce a pensar en un sujeto que precisa afecto, un sujeto precisa vivir en un espacio que le haga sentirse seguro porque el afuera es tan siniestro como lo otro.

No me mal interpretéis, pues, uno como sujeto ha de pasar en el recorrido de su propio devenir, para darse cuenta que es posible que se cree en uno mismo un sentido de pertenencia hacia aquello que un primer momento lo percibimos como lo absolutamente otro.  Y dentro de esa aparentemente contradictoria relación, cabe el cómo nos puede doler hasta la frustración, que algo como lo es la patria o el ser miembro de una familia a la cual se reconozca como propia, ello haya caído en decadencia (estoy ahora pensando en la pieza Ni Europa ni yo). Claro que da lugar a dar un grito para que las cosas retomen causes más dignos en donde uno se puede sentir orgulloso  de formar parte de dicha comunidad. Sin embargo, ya el Tao Te Ching de Lao Tse dice el parágrafo 18: …”Cuando no hay paz en la familia comienza la piedad filial. Cuando el país cae en el caos nace el patriotismo”.

Es posible que me esté arriesgando al afirmar, que en el fondo Ni Europa ni yo es canto de amor a Europa. Y justo por ello, uno ha de dar el paso para decirle a la cara con la garganta ronca, que esa no es la Europa en la que uno querría vivir, y uno no ha de conformarse con que esto es lo máximo que ello va a dar: Uno es consciente que existen unos valores, unos derechos humanos que compartimos, y sin embargo todavía no nos lo tomamos tan en serio como ha de ser.

En definitiva, no sé si el que estos dos trabajos hayan estado programados en la misma noche fue una casualidad. Pero desde mi punto de vista, el que haya sido así, ayudó a que el uno y otro se hayan retroalimentado, e incluso dar paso a interpretaciones tan aventuradas como la que aquí os he emplazado a través de este texto.

 

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