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#Literatura en Achtung! | Por Annie Montauk

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Hola, me llamo Amélie y vengo a desplumar al mundo, a los demás y a mí misma. Esta podría ser una posible traducción a definición del estilo de la belga Amélie Nothomb, una mujer cuyo excentrismo trasciende la vestimenta para dejarse ver elegantemente en la prosa. La suya es una risotada mordaz que desenfunda la naturaleza humana para exponerla ante la burla pública; una carcajada antropológica que a menudo nos hace envidiar su ingenio. Y de toda su obra, la muestra idónea de este humor que ha doblegado a la crítica más reacia, es Estupor y temblores: una novela en la que ella misma es protagonista. Una Amélie veinteañera emigrante en Tokio que narra sus vivencias en el seno de la importante firma Yamamoto, donde el sentimiento a flor de pies es precisamente ése —estupor y temblores—, el mismo que exigía a sus súbditos el emperador del Sol Naciente.

Si consideramos la trayectoria de un personaje como una autopista, la joven de esta historia se dirige en irremediable línea recta a la 666. Comenzará su andanza como una contable más de su sección pero, en un deshonroso descenso, terminará ocupándose de la limpieza de los aseos de su planta. La tragedia por excelencia del hombre moderno —el abismo de la degradación profesional— se torna cruelmente divertida gracias a la narración de Nothomb, que convierte las observaciones metafísicas de la protagonista en ironías exquisitas.

¿Qué vale la carne de esos valiosos humanos frente a la eternidad de la loza de los sanitarios? Acuérdate de las fotografías de las ciudades bombardeadas: la gente ha muerto, las casas han sido arrasadas, pero los lavabos, todavía se levantan, orgullosamente, hacia el cielo, encaramados a cañerías en erección. Cuando el Apocalipsis haya completado su obra, las ciudades sólo serán bosques de retretes.”

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Fotograma de la adaptación cinematográfica (2003)

Así es como el váter se constituye como desagüe del agravio de ser, simultáneamente, mujer y occidental en Japón. Lejos de demonizar a la isla del Fuji, Amélie ensalza sus amables tradiciones y parece mofarse de las no tan amables, sin llegar a caer en un reproche educacional. El cliché de la empresa nipona, jerarquizada, machista, casi marcial (que a grandes rasgos la autora extrapola a su sociedad) está servido desde el principio, pero el resultado es todo lo opuesto a lo arquetípico. Amélie arrastra al lector a un permanente estado de asombro ante sus descabelladas reflexiones, que rayan en lo admirable si tenemos en cuenta que la historia es de inspiración autobiográfica. Uno llega a preguntarse si, realmente, aquella fue su primera respuesta mental ante la humillación, o si su cinismo ha sido consecuencia de la  sabia perspectiva de los años. Pero no sólo de meditación se alimenta la obra, que hace alarde, además, de imágenes cautivadoras, especialmente las referidas a la antagonista, Fubuki, jefa de nuestra antiheroína, en quien suscita sentimientos encontrados de devoción y pánico.

Su belleza me dejaba pasmada. Mi única queja la constituía su aseado peinado, que inmovilizaba sus cabellos en una media melena de curva imperturbable, cuya rigidez significaba “soy una executive woman”. Entonces me entregaba a un delicioso ejercicio: la despeinaba mentalmente.

Esta novela es la astuta caricatura de una realidad extendida: mujer presa en las redes laborales, cómicamente resignada a ser pieza de su sistema. Realidad que, como ella apunta, en Japón se intensifica hasta convertir el suicidio en una opción válida. Yendo más lejos, podemos concebir la obra como un ejemplo de lo que habita en la matriz de las economías, una metáfora de un capitalismo feroz en el que el pez grande se come al pequeño, y el superior se cierne sobre el subordinado. Este festival de sarcasmo, por su temática y trama, bien podría haber resultado aburrido, intrincado o incluso dramático. Pero estamos hablando de Amélie Nothomb, y de ella puede esperarse que eleve un argumento a la categoría del genio. Y tras mucho divagar, no he podido encontrar mejor descripción para Estupor y temblores que la ya sentenciada por Bernard Le Saux:

 “Un tratado de inspiración marxista… tendencia Groucho.”

Annie Montayk

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