Por Arturo Triviño
Nada más hablar, temblaron los parqués europeos y la prima de riesgo italiana se disparó. La presentación como candidato a las próximas elecciones italianas del expresidente italiano Silvio Berlusconi, uno de los personajes de la política europea más discutidos de los últimos tiempos, ha provocado un verdadero terremoto en la cúpula de poder político y económico de la Unión Europea. Tras el fin del paréntesis del gobierno tecnócrata de Monti, que declaró el 8 de diciembre su dimisión imprevista tras la concreción del presupuesto para el curso que viene, el foco de atención del poder político europeo se puso sobre la vuelta de un rostro más conocido popularmente por sus líos de faldas, el “bunga-bunga” y sus sonadas excentricidades.
El Cavaliere se presentó públicamente con un discurso, como es usual, muy incorrecto políticamente: Europa no es la salida a la crisis, sino el problema. Para algunos es un meandro más en su estrategia de propaganda populista, un recurso bastante frecuente en las últimas elecciones del continente en las que se han venido reivindicando este paradigma desde posiciones ideológicas de extrema derecha como en el caso griego de “Amanecer Dorado”, que consiguió entrar por primera vez en el parlamento, o Finlandia, en la que el partido “Auténticos Finlandeses” se convirtió en la tercera fuerza nacional.
Sin embargo, el caso del expresidente italiano tiene una importancia singular, lo que se ha traslucido del revuelo instantáneo de algunos importantes dirigentes políticos que nada más oír sus primeras declaraciones lanzaron a los medios claras señas de repulsión, incluso superando límites de la corrección diplomática nunca vistos. En este caso, fue la canciller alemana Angela Merkel la que alzó la voz para pedir públicamente a los italianos que no voten en las elecciones a Berlusconi, consiguiendo así que el país se mantenga “por el camino justo”(1). También el Ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, tras las serias acusaciones de Berlusconi afirmó que “Europa no es la causa de las actuales dificultades que atraviesa Italia”.
Una subida de tono inusual que deja constancia de cómo la corriente europeísta liderada por Alemania se inmiscuye en los asuntos internos de las naciones, en especial las mediterráneas, que son las que más están sufriendo las consecuencias de una crisis financiera que está destruyendo los pilares del sistema de bienestar. Sin embargo, un político como el Cavaliere, con una opinión pública casi unánime en su contra -a tenor de los numerosos excesos en su vida privada, tanto léxicos, sexuales y económicos- no debería preocupar a los que toman las decisiones en Europa. Las preguntas surgen entonces acerca del origen de este temor a la vuelta de un político tan desacreditado y excéntrico.
Las desavenencias entre Merkel y Berlusconi eran bastante explícitas durante los años en los que ambos coincidieron como jefes de estado. Este último nunca ha sido un personaje dócil y cómodo para aquellos que querían unificar criterios en torno a unas medidas económicas poco populares tras el desastre bursátil del 2008. Sus relaciones energéticas con personajes tan controvertidos en los últimos tiempos como Muammar Gaddafi o Vladimir Putin siempre mosquearon a la cúpula europea, ya que excedía los intereses económicos del eje occidental. La amistad con el presidente ruso y sus grandes lazos diplomáticos fueron puestos a la luz en los cables de Wikileaks publicados en 2010, en los que se pudo comprobar cómo Berlusconi orientaba en gran medida sus esfuerzos diplomáticos hacia coordenadas diversas a las comunes de Europa y Estados Unidos. Así, en una entrevista que se publicó en el Corriere Della Sera (2)el embajador estadounidense en Roma entre 2005-2009 afirmó que “el eje Roma-Moscú preocupaba” (3). Entre los acuerdos más importantes destacaba el de la petrolera Eni (la cual pertenece una parte al estado italiano) y el gigante ruso Gazprom: “El embajador de Georgia en Roma nos ha dicho que el gobierno georgiano cree que Putin ha prometido a Berlusconi un porcentaje de los beneficios de todas las tuberías desarrolladas por Gazprom en coordinación con ENI”.(4)
Con este carácter hecho público de persona non grata para Occidente, el Cavaliere perdió su puesto de presidente de la República en noviembre de 2011. La razón que lo deslegitimaba como cabeza de su administración fue una subida altísima de la prima de riesgo que provocó un verdadero caos en la economía del país, poniéndolo al borde del abismo, por lo que las presiones del FMI y la UE incidieron en la necesidad de la salida de su presidente por ineficacia en la gestión económica que podría desencadenar consecuencias desastrosas a nivel mundial.
El Cavaliere, no obstante, en sus primeras declaraciones como candidato no ha dejado pasar la ocasión de sacar a la luz una versión que difiere a la oficialista: “cuando subió estrepitosamente la prima de riesgo, Berlín había ordenado a todos los bancos vender los bonos del tesoro italiano, con siete, ocho o nueve millones de valor vendido”, lo cual, asegura, hizo también contagiarse a los inversores norteamericanos, y así, “todos los inversores estimaron conveniente exigir una prima de riesgo teórica muy alta por el peligro que corrían al comprar estos títulos, pidiendo un interés de un 14-15% a Grecia, un 9-11% a Portugal, del 7-8% a España y un 6% a Italia”, aseguró en una conversación telefónica a una cadena de su imperio mediático.
Monti, el ex consejero de Goldman Sach que sucedió a Berlusconi
Es imposible tener una información de rigor sobre lo que sucedió, pero sí es cierto que las consecuencias fueron desastrosas para el sistema político emblema de este continente: la Democracia. A la salida de Berlusconi le sucedería la imposición de un gobierno tecnócrata, con Mario Monti a la cabeza, reputado miembro de los círculos económicos por ser ex consejero internacional del banco de inversiones Goldman Sachs (5) -banco de inversión que tuvo mucho que ver en la consecución de la crisis financiera que surge en 2008- y que salió a la primera plana económica gracias a la ayuda del mismo Berlusconi, el cual lo alzaría en 1995 para participar de la Comisión Europea.
Con un equipo poblado de miembros de la banca y hombres de gran prestigio social, se puso manos a la obra inmediatamente para resolver todas las imprecisiones que a nivel financiero Italia había cometido con respecto a las directrices marcadas por la cúpula europea. Así, llevarían a cabo una gran cantidad de reformas antisociales, sin ningún respaldo democrático, simplemente amparadas por una casi “certeza divina” del deber financiero que parecía ser la panacea para salvar a un país de todas las desgracias.
Ahora, cuando está marcada la fecha de salida de este gobierno –si puede ser denominado como tal- se pueden analizar las consecuencias de esta incursión europea. Como es lógico, los parámetros de distancia con el bono alemán se han mantenido estables, puesto que las concesiones en políticas internas estaban salvando la imagen del país en el exterior. Sin embargo, para el pueblo italiano la situación es diversa, con cifras como la del aumento de la presión fiscal a la familia, que sube del 42,5% al 44,7% y la caída del poder adquisitivo en un 4,1% (6).“Yo mantengo que Mario Monti ha llevado a cabo unas reformas que han permitido la vuelta de la confianza a los inversores sobre Italia”, ha comentado Merkel (7). Esta es la visión idealizada desde el exterior que tiene Europa, la cual, en cambio, no tiene correspondencia con la situación real de Italia: la supuesta estabilidad económica no ha hecho mejorar la industria italiana en exceso, ni ha mantenido la confianza de inversores, como en los últimos casos de la Fiat o Ilva. La primera, casi a punto de cesar su actividad en algunas sedes a la espera de tiempos mejores, mientras que la segunda, una de las líderes en el sector siderúrgico, está muy cerca del cierre previsto para el año próximo si la falta de fondos continúa.
Por ello, han surgido algunas voces críticas sobre el poder que tiene Europa para administrar los recursos internos de cada país, a tenor de los pobres resultados obtenidos en la experiencia italiana. Y es aquí donde la figura de Berlusconi y sus últimas declaraciones tienen un papel importante, ya que ha comenzado a expandir un discurso que hace incomodarse en sus asientos a los que habían dictado la norma hasta entonces con la seguridad de una eficacia absoluta como estandarte que se ha comprobado tenía bastante de falacia.
A nivel económico -el ámbito en el que se han concentrado prioritariamente el equipo de tecnócratas- son algunas personalidades importantes del mundo de la economía las que afirman que la salida de Monti es un buen síntoma para la recuperación real de las finanzas italianas. Es el caso de Wolfgang Münchau que, en una editorial del Financial Times, se muestra “escéptico sobre su actuación como cabeza del gobierno italiano”, consistente en resolver los problemas económicos dejando la política a un lado e “imponiendo algunas reformas y mucha austeridad” en lo que considera un gobierno de “burbuja” (8), que servía como analgésico a los inversores hasta que se ha desinflado y ha derivado en una depresión económica del país.
Toda esta serie de acontecimientos tienen como único perjudicado el pueblo italiano, al que se oprime económicamente y se vulnera su poder democrático. La disensión de parecer de Berlusconi se alinea con la corriente de la derecha italiana, que esta viendo una gran baza este tipo de discurso, enlazándolo con su tradición nacionalista. Sin embargo, la verdadera importancia de estas elecciones está en el hecho de ser la primera votación en la que se pondrán en tela de juicio a las instituciones europeas, representadas en el gobierno tecnócrata de Monti y los que mantienen que éste es el camino justo. De ahí proviene el miedo de Angela Merkel, puesto que se tendrá que enfrentar públicamente a la opinión de los más de 60 millones de italianos que darán su veredicto a la intervención del país y así legitimar o deslegitimar el poder europeo en lo que podría convertirse como el primer movimiento de disensión política a nivel continental.
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