Por Marisol Gándara
Así es, sólo falta el verano porque nosotros ya tenemos canción. Los autores se hacen llamar la Familia Caamagno y de hecho hay mucho de vínculo hondo, case sanguíneo, entre estos cinco jóvenes que, a golpe de conciertos en pequeños locales y algún que otro festival, llegaron hace poco a la sala Capitol, en Santiago de Compostela. Su primer EP aún huele a estudio de grabación y sus actuaciones en directo desprenden la misma fuerza, o más si cabe, que el primer día. Por si esto fuera poco las pasadas navidades grabaron dos villancicos para que en época tan festiva moviéramos el esqueleto con buen rock and roll. Tanta dedicación por su parte bien merece que nos fijemos un poco más en ellos.
El pasado 3 de Enero inauguraron el año tocando en el Pub A Reixa y ojalá sea este el primero de muchos otros conciertos para esta formación con apenas año y medio de extorsión y buena música. Desde su primera canción amenazan con hacernos bailar su ritmo cavernario (enlace TVG)al cual es imposible no rendirse puesto que sus melodías, al igual que todo el grupo, están hechas de materia purísima: los sueños.
Cuando abandonan los vaqueros y las zapatillas de deporte para ponerse de corbata y etiqueta poco importan sus nombres. A quien los escucha y observa no le preocupa que sean Toni o Manuele, Lano, Francesco o Xesús. Subidos al escenario, muchas veces improvisado en cualquier bar de copas, la Familia Caamagno, con una exquisita elegancia por dentro y por fuera, pone en funcionamiento el mecanismo de la fantasía y los asistentes lo agradecen.
Hay un momento en el que estos individuos abandonan su cotidianidad para entregarse a un público que, tímido muchas veces, no llega a romper la barrera del medio metro que separa al artista de sus espectadores. Eses, seguramente, son los peores momentos, cuando se está dándolo todo y cada quien sigue ajeno a esa máquina de hacer sueños que es la música, pero que en el caso de la Familia Caamagno, va más allá y es casi teatro.
Muchos otros lo hicieron antes y muchos lo volverán a hacer después, con más o menos acierto, con mayor o menor éxito. De hecho, y a pesar de su juventud, cualquiera de los integrantes de esta familia tan especial cuenta a sus espaldas con al menos una formación anterior lo cual les ha dado tablas y aplausos en desigual proporción. Excepcional es el caso de Toni Caamagno, veterano y batería del grupo que compagina su labor de baqueta en Los Chavales y Kästoma, algo que para os profanos resulta insólito.
Lo que hace especial a la Familia Caamagno es la simbiosis perfecta entre lo estético exquisito y lo gamberro descortés. Un equilibrio de fuerzas que alcanza en la dimensión musical un paralelismo idóneo entre las letras deslenguadas, un tanto insolentes, y las melodías perfectamente ejecutadas.
Quedan sin duda muchas actuaciones, más ensayos y un sin fin de pruebas de sonido pero está claro que la imagen de la Familia Caamagno está ya definida desde la base con una sólida idea detrás, sacar del rock and roll su espíritu elegante sin perder de vista el aire desenfadado y festivo característico, aderezado con cierto espíritu vindicativo, diciendo las cosas sin cortapisas, con un directo que nos deja noqueados sin remedio.
Pero no sólo es cuidar la imagen, puesto que como decíamos desde el principio tienen todo previsto para el verano, que por ahora no es más que una idea en el calendario. La próxima canción que nos hará sudar en época tan calurosa, amenaza Manuele, bien podría ser esa estampa de playa y sol que describen en “Surfistas nazis”.
Si lo analizamos un poco, esta no ofrece una descripción de la época estival más disparatada que “La barbacoa”, hábito un tanto pasado de moda. Y es que afortunadamente Georgie Dann ya no nos tortura con sus canciones. Yo sigo traumatizada pensando que demonios era el bimbó y espero no averiguarlo nunca. Porque aquel sí que fue un chiringuito, casposo y retrógrado donde los haya. Pero este es un campo abonado al recuerdo que, como una bomba, desafía nuestra masa encefálica a no sucumbir a ritmos atroces y deliberadamente ambiguos, a veces difíciles de resistir cuando el alcohol y las ganas de divertirse empiezan a hacer mella en nuestro paladar musical.
Algunos aún podemos recordar cuando el reggaeton se fue haciendo paso y dejamos de andarnos con medias tintas para prenderle fuego a todo ese juego de ambigüedades. Y es que cuando suena por alguna pista de baile alguna de esas glorias entramos en crisis súbita, pero de coeficiente intelectual. Por suerte no hay tiburón que tenga por costumbre hacer acto de presencia en nuestros arenales aunque nos persigue verano sí, verano también, cuando el pincha piensa que ya estamos borrachos y todavía no estamos lo bastante para volver a escuchar según qué cosas.
Definitivamente yo me quedo con los surfistas nazis de nuestras playas que, aunque igual de desagradables son mucho menos indigestos que la mayonesa caducada.
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