Místico, serio, tranquilo, humilde o enigmático son varios de los habituales calificativos que suelen acompañar al que fue miembro más joven de los Fab Four. Hoy 25 de febrero hubiera celebrado sus 75 de permanencia en el “material world”, como reza uno de sus famosos temas.
Sin embargo ya hace más de una década que George cruzó a la otra orilla y algunos todavía esperábamos ingenuamente que apareciera junto a Ringo y Paul en su reencuentro de hace escasos días en el escenario de los premios Grammy. Su vida fue, como describe la viuda del rock Yoko Ono, mágica, y sus canciones como dijo su amigo íntimo Eric Clapton nacían directamente del corazón. Give me Love o My sweet Lord son claros ejemplos de su madurez artística y espiritual cuando no de auténtica liberación de la opresión que el asfixiante esquema beatle le causaba.
Efectivamente la separación del cuarteto de Liverpool en 1970 significó para Harrison la oportunidad de dar rienda suelta a decenas de temas que habían sido rechazados o incluso ninguneados en favor de otros surgidos de la factoría oficial Lennon–McCartney cuyos gestores imponían además, sobre todo el controlador Paul, su forma personal de interpretación en detrimento de las contribuciones que George intentaba aportar. Las canciones de Harrison eran para Macca siempre las últimas de la fila, y las visiones pretenciosas del marido de Linda no le dejaban captar sus abstractas y espirituales composiciones que, bajo ese manto aparente de cantos hindúes y sitares, escondían lo que Paul más ansiaba: éxitos de venta y números uno.
Quizás esa sensación de exclusión compositiva fue lo que le permitió escribir la brillante While my guitar gently Weeps, sus inconfundibles solos de guitarra, la punzante I me mine o la canción de amor más bonita del mundo según Sinatra: Something con la que consiguió tener por fin una cara A de un single beatle tras siete años de existencia discográfica de la banda. Pero estas canciones eran las migas de pan que el beatle invisible iba dejando como pistas de lo que estaba por venir: señalado de forma unánime por la crítica como su obra cumbre, su primer trabajo tras la separación del grupo All things must pass fue un éxito absoluto. Número uno en USA y Reino Unido, aportaba material desconocido del artista y unos interesantísimos arreglos del gurú del pop Phill Spector, quien por fortuna le convenció para editar un triple álbum al darse cuenta de la cantidad de temas que el beatle había ido acumulando a lo largo de los años. De este modo el año maldito que supuso 1970 para los fanáticos de la beatlemanía, para Harrison significó la oportunidad de destruir los barrotes que firmemente le habían estado atando a la idea y la responsabilidad de lo que ser un beatle suponía. Su triunfo se consolidó con la celebración de The Concert for Bangladesh en el Madison Square Garden, otorgándole el mérito de ser el pionero de los conciertos benéficos de rock a gran escala mucho antes de que Bob Geldof apareciera en escena.
Pero Harrison no se libró en su ascenso de verse envuelto en una espiral de drogadicción y excesos que obligó le obligó a poner un sorprendente freno, un punto y aparte en su frenética y vertiginosa carrera en solitario de la que su gira americana Dark Horse en el 74 fue triste conclusión.
A partir de ahí personifica la imagen de hippie jubilado que le acompañará hasta el final de sus días, dedicándose de lleno a su propia vida cultivando su espiritualidad y su segunda pasión, la jardinería. Puntualmente participó en proyectos artísticos, como las películas de los Monty Phyton a los que apadrinó o en sus propios álbumes que de tarde en tarde servían para mantener viva su llama musical.
Pero si algo diferenciaba a George de muchas estrellas de rock era ese aura de buen samaritano de la que gozaba. No solo prácticamente renunció a su mujer Pattie Boyd en favor de su mejor amigo Clapton , si no que su falta de egoísmo y su actitud discreta le permitía ceder y compartir el foco de atención con Bob Dylan, Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lynne cuando formó los Travelling Wildburys.
Así, mientras el resto parecía disfrutar de las excentricidades y lujos de la fama George por el contrario huía de la atención mediática y de la continua mirada de los fans que parecía abrumarle. Se retrajo cada vez más junto con Olivia Arias y su clónico hijo Dhani, disfrutando de la tranquilidad y privacidad que su pequeño y Carroliano castillo
verde Friar Park les permitía, meditando y trabajando en su admirado y póstumo álbum Brainwashed.
Un homenaje en el Royal Albert Hall de Londres, su ingreso en el Rock and Roll Hall of Fame y un documental de Scorsese, sirven de colofón, que a los fans nos sigue sabiendo a poco, a la vida de un artista que se despidió de este mundo con las palabras de Jesús: Amaos los unos a los otro.