Fragmento de diario 18 de marzo de 2020. En la calle llueve y hace frío, y en los cuadernos íntimos de Cioran puede leerse que morir es ridículo. Líneas más adelante, sin embargo, también se lee que no ha vivido un solo día en que no haya sufrido. Supongo que es una buena manera de reírse de uno mismo.
Digo yo que será difícil reconocerse en la confrontación entre la realidad material, que es inapelable y empíricamente cognoscible, y nuestras querencias que, como sentimientos que son, además de abstractos, etéreos y volátiles, son imposibles de definir y moldear, por muy estoico que se sea. De esa lucha dialéctica, del resultado que de ello se adquiere, es precisamente de lo que está determinada nuestra capacidad de vivir y lo que vivimos, no en términos cuantitativos pero sí en términos de vitalidad asociada a la síntesis antes expuesta. Cada vez lo veo todo más en términos dialécticos.
Tanta revolución para acabar la jornada en este váter hermoso.
Estoy pensando que cuando me toque corregir todo esto va a ser difícil y duro. Como siempre. Acostumbro a escribir tantas tonterías por página que llega un momento en que no sé si debería dedicarme a esto. Ideas peregrinas en su mayor parte. Cuestiones que se me presentan nuevas, importantes o capitales y que son gilipolleces de lo más sórdidas. En ese sentido, sólo queda reducirlo todo. Darle a las palabras un sentido primitivo –a la forma de Morelli–, pero tratar de ir más allá. Tratar. Una palabra que no conocemos y que estamos saciados de utilizar. Nos expresamos en códigos que están muertos, que capan la sensibilidad. Son eso, códigos. Una escafandra. Te implantamos dos brazos y en cada uno de ellos tienes una mano, y en cada una de ellas tienes diez o quince dedos. Una pecera y un pez calvo con gafas habla de relaciones de poder, de contexto, de ideología, de Parménides, de locura y sexualidad. Podría seguir así hasta que me cambien el agua.
Bueno, creo que tomaré un té, hoy hace frío.
Ahora que tengo todo el tiempo del mundo quiero dedicarme, en parte, a continuar un relato que tengo entre manos y que empieza de la siguiente manera:
I
José introducía en sus maletas la ropa necesaria para las vacaciones de diciembre. Era la primera vez que viajaba con su familia, puesto que las veces anteriores se había quedado en casa al cuidado de la criada de la familia, que cada año era una distinta. Todas eran, a ojos de José, que tenía por entonces catorce años, chicas que despertaban en él la erección y la fantasía erótica. Aquí está tu desayuno, y él le miraba los labios e imaginaba su polla introducida en la boca de esta, Susana, la que en esos momentos vivía con ellos, e imaginaba cómo se ahogaba, de rodillas en el suelo, con sus ojos verdes sonrojados, lágrimas recorriendo su cara, su barbilla empapada por la saliva y sus manos ofreciendo resistencia a la penetración. Susana parecía hecha para él, pero igual que Susana, María, Angustias, Clara…todas ellas con un perfil canónico que se repetía: la misma cintura, mismo color de pelo, mismos ojos, boca, pechos y culo. José le mira atrás al irse de su habitación, se relame y entonces nota que está cachondo. Se aproxima a la puerta, la cierra y se baja los pantalones. Tumbado en la cama se masturba e introduce un dedo en su ano hasta que se corre, justo el momento en el que entra su madre. José, tienes que darte prisa. Salimos en media hora. Sí mamá. Su madre abre la maleta y comprueba el contenido de esta. Todo en orden. Se acerca a José, le besa y le lame la cara. José llama a Susana. Susana, limpia esto. Y señala su semen, esparcido por su vientre. Susana coge un trapo y le limpia mientras él permanece tumbado en la cama. El contacto de sus manos vuelve a excitarlo, y se yergue.
José seleccionó concienzudamente la ropa que llevaría a la casa que su tío Arturo tenía en la montaña. Estaba relativamente cerca, un par de horas en coche. No sabía cómo era esa casa porque nunca había estado, pero su padre y su madre le había hablado tantas y tantas veces de ella, todas esas veces describiendo jardines inmensos, huertos fértiles y cargados de frutos, zonas de bosque verde y húmedo, habitaciones amplias y cálidas con perfume a chimenea, un gran salón donde toda su familia bebía y celebraba la vida mientras fuera la naturaleza se expandía, que en su imaginación ya había estado allí, hacía muchos años, como fotogramas titilantes y ensoñaciones.
Una vez Susana se va de la habitación, él escucha cómo sus padres la asaltan en el pasillo. Oye Susana, hemos pensado que estas vacaciones te las mereces tú también. Ha sido un gran acierto encontrar a una chica como tú después de tras tantos años haber trabajado con María, que lamentablemente decidió irse. Susana se sorprendió por eso. No te preocupes, vendrás a la casa de Arturo en calidad de invitada: nada de trabajar. Y olvídate de pagar nada. Para nosotros eres de la familia. Susana gritó de alegría y abrazó a Jaime, padre de José, y a Beatriz, madre de este. Lo siguiente que hizo fue llamar a su madre, mujer viuda que había perdido a su marido en un accidente de coche y que, tras años de alcoholismo, había conseguido remontar gracias a la ayuda de la comunidad evangelista de su zona, que además le había proporcionado el trabajo que desempeñaba y con el que podía vivir.
Susana, acicálate, dúchate y límpiate bien. Supongo que no querrás dar una mala impresión a la familia. Beatriz invitaba a Susana a asearse extendiendo los brazos hacia la puerta de la gran ducha familiar como acto de caridad, puerta que se encontraba justo en medio de la estancia. Una ducha que, en sí misma, era una habitación. El agua caía del techo desde un sistema especial de canalización solar, por lo que la temperatura era óptima en toda época del año. Al fondo había un gran armario de mármol banco donde una gran cantidad de productos de limpieza de primerísimo nivel asomaban por los estantes. Todo blanco y pomos, grifos, y detalles, dorados sobre un suelo discretamente ajedrezado. Así, Susana, que vio que su ropa de recambio estaba preparada en la gran ducha, y entró, cerró la puerta y se desvistió. Mientras el agua corría por su cuerpo y ella deslizaba su tacto por su pecho y su coño, pensó en el origen de la gran fortuna de la familia y en la razón de aquel despilfarro estético, todo un ejercicio de megalomanía innecesario, y tras la puerta, bajando el visillo discretamente, Jaime y Beatriz se masturbaban entre ellos mirando el cuerpo de Susana. Estaban tan excitados que, en un momento dado, Jaime introdujo su polla en el coño de Beatriz, por detrás, mientras ella miraba por el visillo de la puerta y gemía cada vez más fuerte.
Mamá, Papá, ¿no nos íbamos? José salió al pasillo un poco serio y enfadado ante la tardanza de la partida. Sí, hijo, dijo Jaime, en cuanto Susana termine de prepararse nos vamos. En ese momento José se sintió bien al pensar que de verdad Susana iba a ir con ellos. Jaime le susurró a Beatriz que iba a correrse dentro de ella, que era una perra y que eso le ponía y ella empezó a tocarse y a gemir apoyándose ambos en la puerta del baño. Susana salió un par de minutos después. En el coche José no paró de sonreír.
Mientras lo leo, saboreo los dedos de Thelonius Monk, que en estos momentos está tocando canciones de Duke Ellington. Me he despertado más animado. Es el cumpleaños de mi hermano. Me duele el ganglio que siempre suele inflamárseme cuando me pongo enfermo. Me duele bastante y me cuesta un poco caminar, pero no importa. No tengo mucho que caminar, a decir verdad. El café que me he tomado a las 5 de la mañana estaba asqueroso. He vuelto a ver Psicosis.