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Por Miguel Fernández Ibañez

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En febrero de 1945 el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt reconoció la importancia del petróleo en la realidad social de su país. El informe del director económico para Oriente Medio que cayó en sus manos predecía relaciones con los países árabes. Tras la Conferencia de Yalta, subido al barco Quincy, Roosevelt firmaría un acuerdo aún vigente con el Rey Ibn Saud, fundador del actual Arabia Saudí, para cambiar petróleo por estabilidad. Hoy, con el avance en la extracción del gas y la reducción de las reservas de petróleo, este hermano fósil despreciado durante años se revela esencial para el futuro de demandantes energéticos como Europa (55%) y Japón (80%). Sin un pacto explícito, pero probablemente con muchos ‘mini- Quincys’, el mercado del gas se juega con escasa transparencia, monopolios nacionales y problemas democráticos en los países extractores.

El mercado del gas supone ya el 25% de la energía mundial. Los yacimientos, no siempre ligados a los del crudo y más repartidos, generan un escenario internacional en el que países como Turkmenistán, Azerbaiyán, Angola o Guinea Ecuatorial juegan un papel fundamental para garantizar el suministro a bajo precio requerido por Occidente. Con el petróleo en manos de unos pocos y la energía nuclear en tela de juicio tras el desastre de Fukushima (Japón), el gas se ha convertido en la alternativa energética del futuro. Su consumo se duplicará en el horizonte de 2030 y los gobiernos occidentales quieren asegurar su participación aunque ello suponga cerrar acuerdos millonarios con dictadores. El gas “es un negocio muy lucrativo”, subraya a Achtung! el ex-portavoz de energía de la Comisión Europea, Ferrán Tarradellas.

@MFIjournalist

Si quieres seguir leyendo el reportaje hazte con el número 4 de Achtung!




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