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#Cine en Achtung! | Por Javier Vayá

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No soy amigo de efemérides, pero ésta me resulta especial. El pasado 19 de agosto se cumplieron treinta y cinco años del fallecimiento del mítico Groucho Marx. Desde hace unos días se van sucediendo los reportajes sobre la figura del gran cómico y sus delirantes hermanos en televisión, prensa escrita e Internet. Su biografía ha sido contada muchas veces en poco tiempo, sus geniales frases repetidas hasta la saciedad si es que eso es posible, sus mejores gags han sido proyectados en informativos y escuchados en radio varias veces en las últimas semanas.

Sin embargo, y a pesar de que todo parece dicho ya, me encuentro ante la obligación de escribir un artículo sobre Groucho. Obligación para conmigo mismo que todavía recuerdo la impresión que me produjo de muy pequeño la primera vez que vi en pantalla a ese señor alocado de lengua veloz, puro en ristre y bigote pintado.

Creo que fue entonces cuando descubrí lo que significaba la palabra humor y desde entonces mi concepción de la vida cambió completamente. Más tarde me emocionaría la ternura de Chaplin, disfrutaría con las desventuras de Buster Keaton y Harold Lloyd, adoraría a Woody Allen, me desternillaría con Jerry Lewis y Monty Python, pero ninguno superaría, a mi juicio a  Groucho, Harpo y Chico.

Lo que aquellos hermanos chiflados hacían en pantalla era algo increíble, el llamado slapstick elevado a cotas de verdadero surrealismo, la anarquía en estado puro, el ritmo vertiginoso de chistes consecutivos ametrallando al espectador a punto de morir dulcemente de un ataque de risa, todo eso y más eran y son para mí Los hermanos Marx.

El Marxismo según Groucho

Quizá alguno que lea esto se sorprenda o escandalice si afirmo sin el menor asomo de broma que la figura de Groucho significó para mí lo que para otros pudo significar la de Ernesto Che Guevara. Lo revolucionario, lo irreverente, la necesidad de enfrentarse a poderes establecidos, de revolver conciencias, de escarbar más allá de pensamientos únicos, todo esto me vino dado por el humor mordaz y cínico de Groucho Marx.

¿Es posible que alguien que interpretó en innumerables ocasiones a personajes totalmente corruptos, que afirmaba tener unos principios que si no gustaban los podía cambiar por otros, pueda transmitir estos valores?

Por supuesto, ya no sólo por la clara labor de cualquier cómico como espejo deformado, del uso de la sátira como denuncia, sino también, y más aún en el caso de Julius Henry Marx, por su brillante capacidad para saltarse a la torera cualquier convencionalismo, por su jocosa manera de denunciar la codicia y el egoísmo y sobre todo por tomarse a broma a todo y a todos, incluido él mismo.

Desgraciadamente en esta vida existen demasiadas cosas que debemos tomarnos muy en serio y la mejor forma de hacerlo es con el humor como vehículo, no sólo como vía de escape sino como medio para poder ver esos feos asuntos desde otra perspectiva. No existe método más eficaz que el humor para combatir verdades absolutas y no hay nada más sano que reírse de uno mismo, que ciertas gotas de cinismo, para no creernos tan importantes.

Si tengo que soñar con un mundo mejor sería un mundo en el que sonara una bocina cada vez que un político dijera una de sus mentiras, en el que el contrato de la hipoteca comenzara diciendo que la parte contratante de la primera parte será la parte contratante de la primera parte o en el que los discursos de Navidad los pronunciara un tipo encorvado de smoking raído y disparatado bigote. No sé si el mundo cambiaría algo si esto ocurriera, pero estoy seguro de que sería mucho más divertido.

Tal vez esta no sea la crónica sobre el 35 aniversario de la muerte de Groucho Marx que ustedes esperaban, este artículo no contiene jugosas anécdotas sobre su vida, no incluye un listado de míticas frases, no cita fechas ni nombres de películas ni habla de matrimonios, éxitos o fracasos. Pero quizá para alguien tan imprevisible como el mayor de Los hermanos Marx, este pudiera ser un merecido homenaje.

De todas maneras ya advertí en el título del artículo que esto era entre Groucho y yo…Mec, Mec…Ah, y dos huevos duros.

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