Entrañas con patatas es una pieza que se puede leer al menos desde dos puntos de vista. Esto es: en primer lugar, estaría poner el foco en que es un trabajo de investigación de artes escénicas contemporáneas, en el que lo que esté relacionado con la condición humana, es un pretexto para tener un terreno por dónde desenvolverse y que el público tenga una forma de acogerse a lo que sea que se esté contando en escena. En contra posición, este montaje se vale de los recursos que nos posibilitan las artes escénicas contemporáneas para dar con la fórmula más precisa de cómo, nosotros lo seres humanos, lidiamos con las personas que nos rodean y el mundo en general. Lo cual se traduce en que desde fuera, todo es un vaivén nada estable, a pesar que recurran a «rutinas» para tener la mínima certeza de que uno está antes los mismos personajes de hace un rato (por así decirlo).
Por tanto, la mejor metáfora que tengo para definir a este trabajo de esta compañía catalana, es que es una moneda, a la que se puede contemplar desde cualquiera de los lados de la misma. No obstante, si uno hace el “experimento” de intentar ver los dos lados a la vez, uno corre el riesgo de ver una cosa desdibujada, incompleta, e incluso, caprichosa. Y justo cuando uno como espectador afronta a este tipo de tesituras, uno tiene la potestad de elegir qué tipo de obra está viendo, y qué tanto uno está dispuesto a poner a prueba su criterio a la hora de identificar lo que se está representando sobre un escenario.
En esta línea, Entrañas con patatas es una pieza que no espera a sus espectadores, siendo que los profesionales involucrados, sólo se limitan a “activarla” en cuanto corresponde representarla. El que es para mí el mejor ejemplo de ello, es la extraordinaria labor que interpreta Valentina Azzati, quien aunque parece en un principio que su tarea es que el diseño de luces y de sonido se ejecute según lo previsto, el hecho es que ella está representando una suerte “metaobra” a Entrañas con patatas. Y por más que haya momentos de interacción con Luis García y Pere Joseph que llevan al cenit el contenido que fuere que se esté abordando en una escena en cuestión, el caso es que ello no es más que un signo de que sus caminos confluyen en una nueva bifurcación, en la que al instante, todos retoman las vías en las que se desarrollan sus respectivos trayectos.
De esta manera, esta profesional pudo haber hecho, perfectamente, una obra sin que sus compañeros de Los Informalls estuviesen actuando. Es más, el que ella fluyese con esa soltura sobre todo el escenario, me hizo pensar que los únicos seres imprescindibles en la sala éramos nosotros los espectadores, para contextualizar del todo el que se esté representando esta pieza. En tanto y cuanto que si no hay nadie mirando lo que sucede en escena, no hay escenario, no hay intérpretes (sino seres interactuando en un plano paralelo al de nuestro cotidiano), el trabajo de luces y sonido en un mero ejercicio de investigación artística, etc.… A dónde quiero llegar, es que Entrañas con patatas es una pieza que está dotada de innumerables sugerencias que llevan al límite a lo que comúnmente conocemos como artes escénicas contemporáneas.
Es más, a lo largo de la interpretación corporal/gestual de Pere Joseph y Luis García, uno puede comprobar el cómo ambos van justificando el uso de esos movimientos tan barrocos, que de no ser situados en un trabajo tan multipolar, insisto, muchas cosas estuviesen fuera de lugar, o peor, las hubiesen hecho “porque pueden”. El marco de Entrañas con patatas es tan amplio, que estos profesionales fueron configurando un terreno en el que todo era impredecible y orgánico (aunque sea reconocible en el que de un modo u otro, la estructura de esta obra respondía a una espiral ascendente que retomaba ciertos temas. Pero después de que alguno de los dos personajes protagonistas de la obra, hayan pasado por una experiencia similar), lo cual les proporcionó las garantías de que quienes formásemos parte del público estaríamos entregados hasta al final. He allí que la dicha estructura, supo equilibrar lo que remitía a nuestra condición humana a través del despliegue del tipo de relación que tenían los personajes protagonistas entre sí y con ellos mismos, y el de sus movimientos coreográficos, que se podrían observar como una especia de monólogos en los que estos bizarros personajes, se expresaban en un más allá del uso del idioma que comparten con nosotros los espectadores.
O dicho de otra manera, brotaban tantas cosas del interior de estos personajes, que las palabras que emitían eran explicitaciones de lo que les sucedían, o bien, era una manera de “mantener las formas” ante quienes les estaban mirando (el público). Así, se iba haciendo evidente que de sus “monólogos internos” se hacían transparentes cuando eran bailados. Desde luego, no pasa desapercibido el enorme repertorio de movimientos y de recursos de interpretación de los cuales se valen Pere Joseph y Luis García. Cosas que irrumpían con tal fuerza, que evitó que Entrañas con patatas sólo sea vista como un drama (que lo es: hasta niveles que ahondan en las consecuencias de carecer de herramientas para gestionar el hecho de estar vivo en los días que corren). Dando pie, a que ciertos trazos de humor absurdo y a veces ácido, fuesen emergiendo de los lugares más insospechados.
En definitiva, Entrañas con patatas me parece un montaje brillante y monumental (a pesar de su pequeño/medio formato). Son menos de las ocasiones que me gustaría, cuando me encuentro con piezas que dan con la clave para aunar en una sola cosa, un trabajo profundo de investigación artística con comunicar los lugares menos nombrados de nuestra condición humana, desde una gran sensibilidad y respeto.