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Por Rosa Berbel

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“Quisiera partir como el sol en el ocaso”

¿Se puede haber perdido la alegría de vivir con tan solo 14 años?

Sí. Marzo del 1892. El atormentado Hesse alberga ya, en su pueril mente, la idea del suicidio.

En el seno de una familia pietista se cuecen continuos y violentos conflictos: la rebeldía de Hermann contra la educación tradicional (como refleja en su obra “Bajo las ruedas”) y su deseo de dedicarse exclusivamente a la poesía colisionan con el destino que su padre tiene dispuesto para él, el estudio de la teología.

“Seré poeta o nada” dijo Hesse. Y con estas palabras como filosofía, escapa del seminario evangélico de Mulbronn para formarse a cuenta propia.

Dos meses después de la huida, el joven Hesse es ingresado en el hospital privado de Bad Boll donde lleva a cabo su primera tentativa de suicidio. Consecuentemente, su familia lo interna en un manicomio por maldad y satanismo y posteriormente en el Centro de Cuidados de Stetten. Tras el ir y venir, se le diagnostica, al fin, melancolía (depresión).

Es precisamente en Stetten donde Hermann escribe la carta de inmolación contra su propio padre. La obstinación contra los convencionalismos de la Alemania finisecular, la coacción paternal, la prohibición de realizar aquello que amaba y la presión social lo conducen irremediablemente a la fase pútrida de la depresión. Es palpable el rencor y el resentimiento que profesa hacia su progenitor, así como la tensión protagonista de las relaciones entre ambos. Hesse lo culpa directamente de su situación, y resultaría tremendamente sugestivo imaginar las endurecidas facciones del padre al leer y releer la epístola de su hijo:

Estimado señor:

Ya que usted se muestra tan a las claras, dispuesto a hacer sacrificios, quizá pueda pedirle un 7M o directamente el revólver. Una vez que usted me ha llevado a la desesperación, supongo que estará dispuesto a librarse rápidamente de él y de mi persona. En realidad ya debería haber sucumbido en junio. Usted escribió: «No te hacemos ningún terrible reproche» porque me quejo de Stetten. Esto también sería bastante incomprensible para mí, pues el derecho a despotricar no se le puede quitar a un pesimista, porque es lo único y lo último que tiene.

«Padre» es una palabra extraña, que parece yo no entiendo. Debe designar a alguien a quien se puede amar y se ama, desde el corazón. ¡Cómo me gustaría tener una persona así! Ya podría usted darme un consejo… Sus relaciones conmigo parecen volverse cada vez más tensas; creo que si fuese pietista y no fuera humano, si convirtiese cada cualidad y tendencia en mí en justo lo contrario, podría estar en armonía con usted. Pero así no puedo ni quiero vivir en absoluto, y si cometo un delito, para mí usted, señor Hesse, tiene la culpa, puesto que me quitó la alegría de vivir. El «querido Hermann» se ha convertido en otro, en alguien que odia el mundo, en un huérfano cuyos «padres» viven. Nunca vuelva a escribir «Querido H.», etc., es una malvada mentira. Hoy el inspector me ha visitado dos veces mientras yo desobedecía sus órdenes. Espero que la catástrofe no se haga esperar mucho. ¡Ay, si hubiese aquí anarquistas! Hermann Hesse, prisionero en la cárcel de Stetten, donde «no está para ser castigado». ¡Empiezo a pensar sobre quién es el débil mental en este asunto!

Fuente: http://www.hermann-hesse.de/es

 Afortunadamente, estos esbozos se desvanecieron con el paso de los años y perduró, únicamente, el recuerdo.

Recuerdo que marcó asombrosamente sus obras, tanto las rígidas relaciones familiares como el pozo en el que zozobró a tan corta edad. Sin embargo, fue el psicoanálisis al que se vio sometido en esta época unido a la casi obsesiva búsqueda de la verdadera identidad los que marcaron, sin duda, el punto de inflexión en la vida y obra de Hesse.

Es concretamente, en la novela «Demian» donde podemos apreciar con mayor claridad los resquicios de la atormentada juventud del escritor. En ella se relata el paso de la niñez a la madurez, el dolor, el sufrimiento y la búsqueda del yo. El protagonista de la obra no es otro que el propio Hermann a través de su pseudónimo Émil Sinclair, el cual debe enfrentarse al desaire existencial producido con el descubrimiento de la pubertad, así como a continuas encrucijadas.

Las vivencias que acaecieron en la adolescencia al Premio Nobel fueron, en definitiva, la guerra interior que se libró a lo largo de toda su vida. El martirizado paso de tránsito entre la dulce infancia y la árida etapa adulta nunca dejan indiferente a nadie.

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