El que Chey Jurado y Akira Yoshida nos representasen una pieza en la que la comunicación entre sus personajes se manifiesta a través de un profundo trabajo de gesticulación, mostró el por qué muchos profesionales del teatro físico o de la danza contemporánea aún les queda mucho por ahondar. Digo esto más que nada, porque uno a veces se encuentra obras en los teatros cuya capacidad de síntesis alcanza para que lleguen a ser ejemplares, mientras el resto de sus espectadores observan atónitos.
Ambos profesionales se fueron balanceando por registros que generaban efectos similares al slow motion, a la cámara rápida y demás cosas por el estilo. El caso es que Chey Jurado y Akira Yoshida pusieron al servicio del montaje y la investigación de Hito, todo lo que estaba albergado en sus respectivas “cajas de herramientas”. Hasta el punto de que ello siendo conjugado con el tono simpático y a veces existencialista de esta pieza, me indujo a pensar que estaba viendo dibujos animados, no una obra de danza- teatro. Lo cual lo considero como algo absolutamente maravilloso, divertido y esperanzador, para quienes vemos varias obras de artes escénicas cada semana.
Y como si lo anterior no fuera suficiente, Chey Jurado y Akira Yoshida nos expusieron una serie de situaciones entre dos amigos que, gracias al acampar consiguieron conocerse más a fondo, empezando, cómo no, porque lo más probable es que éstos no habían compartido un contexto similar. Así, estos profesionales nos desplegaron ante, nosotros los espectadores, una suerte de antología sobre que uno en vida no llega a conocer del todo a las personas que nos son más allegadas (y por extensión, a nosotros mismos). Ejemplificando, que basta probar distintos planes bajo la finalidad de que la rutina no “ritualice” nuestras formas de desarrollar las relaciones intersubjetivas en las que nos desenvolvemos asiduamente.
En esta línea, Chey Jurado y Akira Yoshida trasladaron al público a un lugar en el que no importaba tanto si se entendía al detalle lo que estaba sucediendo entre los dos personajes de Hito, ya que lo que hicieron mayor incidencia es que, nosotros los espectadores, nos fuésemos reconociendo en las diversas imágenes que reproducían en escena, de tal forma que cada espectador se le invitase a dotarles de más contenido. Semejante empresa requirió que estos dos profesionales tuviesen claro qué le estaba pasando en cada instante a sus correspondientes personajes, a pesar de que ello no se viese subrayado con palabras dentro de un diálogo y demás recursos. Aún con todo, ellos no prescindieron de nada, más bien diría, que hasta en el tipo de uso que le otorgaron a los diálogos, dio muestras de sus grandes dotes para dirección y de crear dramaturgias. Es decir: En el tiempo que duraba cada escena y cada canción seleccionada; si en ese momento cabía incluir una coreografía bailada entre los dos para que la pieza no se hiciese plana, o por qué no decirlo, con la idea de que Hito no fuera un pretexto para que los bailarines en juego se luzcan con sus acrobacias, su virtuosismo…; etc.
De cualquier modo, Hito es de las pocas obras que he visto que me han hecho preguntarme si todos los movimientos súper locos como los que ejecutaban Chey Jurado y Akira Yoshida con limpieza y precisión, podrían en un momento determinado “distraer” al espectador de lo que se estaban contando, o por el contrario, llevaban a la pieza a un lugar onírico y mágico a las escenas cotidianas que estaban representando. De lo que no me queda ninguna duda, es que Hito es de los trabajos que más he disfrutado de ver a lo largo de esta temporada 2022-2023. Tanto es así, que no me molestaría verla otras dos veces seguidas a lo largo de una tarde en la que no tuviese otra ocupación que atender. Supongo que esto se debe a que los que nos dedicamos a escribir sobre artes escénicas, necesitamos, de vez en cuando, que se nos recuerde que analizar de un modo “intelectual” una pieza, es una forma de goce más. Tal vez la clave está en saber distinguir cuándo compensa relacionar conceptos y todo lo que hemos visto con la pieza en juego, de cuándo convendría “dejarse hacer”.