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Por Diego E. Barros

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Imagen del libro Armed America

Me lo advirtió Nuño al poco de pisar por primera vez EEUU: «algún día te descubrirás en medio de tus amigos, antiyankees como tú, defendiendo a EEUU». Y así fue. Casi sin darme cuenta, con mi gen de antiamericanismo inoculado desde el mismo momento de la concepción, allí me encontré defendiendo, de alguna manera, al Imperio del Mal. Luego me di cuenta de que no era una defensa sino el simple resultado de todo proceso cognitivo. No existen negros ni blancos especialmente en EEUU que es el reino del gris. EEUU es un país increíble, sobra decir que de película. En todos los sentidos y cargado de contradicciones sin mayor necesidad que dar la vuelta a la esquina para encontrarlas. Ocurre que el primer error en el que caemos todos cuando pontificamos sobre EEUU es nuestro desconocimiento. El segundo es la comparación, errónea, de poner EEUU frente al espejo de, por ejemplo, España (póngase aquí cualquier país). No podemos comparar EEUU con ninguno de nuestros pequeños (y homogéneos) países. Más correcto sería establecer ese tú a tú entre EEUU y la Unión Europea e incluso así nos quedamos corto. 50 estados, más de trescientos millones de habitantes. Un sistema político endiablado y una legislación cuya jurisprudencia es un Tetris nivel experto. Hay tanto en común entre un habitante de la liberal Oakland (California) y un ciudadano de Farragut (Tennesee) como entre un residente de A Illa de Arousa y un metalúrgico de Riga. Y una única cosa que los une, ambos rinden pleitesía a la misma bandera cruzada de barras y estrellas y siguen a pies juntillas un mito grabado a fuego en su imaginario colectivo: el american way of life como resultado del american dream.

Ahora en caliente, allí pero también aquí, los medios dedicarán horas a debatir sobre lo ocurrido en un colegio infantil de Newtown, Connecticut. Incluso faltarán expertos en psicología social para tratar de «hacernos comprender», cuando la cosa resulta bastante simple: un tipo entró en un colegio con tres armas, una de ellas un M4 semiautomático, y en pocos minutos se llevó por delante a 27 personas, 20 de ellas niños menores de 10 años. Lo hizo porque podía: tenía las armas. Lo hizo porque quería: puede que algo no funcionara bien en su cabeza pero al fin y al cabo lo que cuenta es que quiso hacer lo que hizo. Las razones son lo de menos. Rápido y sencillo, con la misma frialdad con la que el tirador tras dar por cumplida su misión se descerrajó el último tiro en su propia cabeza. Y también igual de complicado. Porque la cuestión de las armas en EEUU va mucho más allá del simple debate entre el derecho o no a la posesión salvaguardado de forma un tanto ambigua por la sacrosanta Segunda Enmienda de la Constitución: «A well regulated Militia, being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed.» O lo que es lo mismo: «Siendo necesaria una Milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar Armas, no será infringido.»

No se trata de tener o no tener. Eso sería fácilmente solucionable a nuestro europeo modo de ver el mundo. Y he ahí el problema que así, a lo loco, solucionamos de la siguiente manera: «los yankees están locos». Se trata de que las armas, gusten más o menos, forma parte de la esencia de EEUU. Incluso de su cultura (bizarra, en ocasiones salvaje), la que más impacto tiene el mundo moderno. En mi altar particular figuran tipos como Hunter S. Thompson o Ernest Hemingway, que cuando jugaba al periodismo cargaba una pistola al cinto. Ambos acabaron sus días como vivieron, pegando tiros. Ambos tenían un gusto especial por combinar drogas y armas. Burroughs mató a su esposa jugando a Guillermo Tell con una pistola. Ambos estaban cargados.

Huelga decir que no me gustan las armas. No sé qué hacer con ellas y eso que han tratado de enseñarme. Supongo que, como Woody Allen en caso de guerra, yo en caso de apocalipsis solo serviría como alimento para zombis. Pero también huelga decir que si hay armas de por medio, las probabilidades de caer víctima de un balazo se multiplican. Matanzas entre civiles con armas de por medio se producen en todas partes. Nosotros tenemos incluso nuestro célebre Puerto Hurraco. La diferencia es la frecuencia y esta viene marcada sin duda por un hecho: la facilidad de acceder a determinadas armas de fuego y por tanto de usarlas.

En determinadas zonas de EEUU, la posibilidad se ve incrementada de manera exponencial como me dijo Casey este verano hablando de los diferentes barrios de Chicago. Porque según las estadísticas (todo lo fiable que pueden ser las estadística) en un país con 311 millones de habitantes hay registradas casi un arma por residente. Eso solo las legales, claro. Hay quien habla de la existencia de al menos tres armas por familia, lo que puede ser exagerado. Según un reciente estudio de Gallup la mitad de los americanos tienen un arma en casa.

En la del tirador de Newtown dicen que había hasta cinco. Con esos números, lo que pueda plantear un presidente con un poder muy lejos de ser todo lo omnipotente que se le presupone es poco o nada. Y eso a pesar de que es sabida la posición de Obama más o menos favorable al control de armas. En la última campaña se mostró partidario de recuperar la ley que prohíbe la venta de semiautomáticas (el fusil utilizado en Newtown) enarbolada por Clinton y dejada morir por Bush, algo harto improbable dado que se toparía con la mayoría republicana del Congreso en contra. Es cierto que está en su última legislatura y que un movimiento en este sentido ayudaría a abrillantar su legado. El problema es que a Obama se le acumulan los retos para su segundo mandato.

El verano pasado Casey, que está a favor del control de armas y es lo que los norteamericanos considerarían un socialista, me comentó un plan para pasar la tarde consistente en ir a disparar (a una sala de tiro) y a hacer una cata de vinos. No pregunté en qué orden. Dejando a un lado la parte lúdica y cultural (coleccionismo) de todo lo que tiene que ver con las armas (existe y está muy enraizada) si algo son los americanos sobre todo es prácticos. La finalidad de un arma de fuego es matar. Buena parte de la opinión pública está a favor del derecho a tener armas. La lógica es sencilla y no ha variado mucho desde los tiempos de los padres fundadores: o tú o yo y por tanto, si tu arma sirve para matar, la mía sirve para defenderme. Un dato refleja esta creencia. En Estados Unidos se registra solo un 13% de robos domésticos estando los propietarios en la vivienda frente al 45% de, por ejemplo, Reino Unido. La razón es aplastante: ningún ladrón quiere llevarse un tiro que la legislación establece como plenamente justificado. Al fin y al cabo después de doscientos y pico años de historia, EEUU no ha evolucionado tanto en lo que a cuestiones armamentísticas se refiere. Por medio de las armas se conquistó la nación y por medio de las armas se mantiene. Sobra decir que lo vasto del territorio y la manía de algunos por vivir en medio de ninguna parte hace que los tiempos del lejano oeste estén muy presentes en según qué estados.

Hay gente (mucha) a favor del control de armas, crecen incluso las voces en la prensa. Prácticamente hay un empate entre partidarios y detractores. La mayor parte de mis amigos son favorables al control. También tengo amigos en la posición contraria. Dos cosas son especialmente llamativas. Desde el 93 los partidarios de la libertad de los propietarios de armas se han disparado comiendo el terreno de quienes están a favor del control. Desde que Obama ocupa la Presidencia, la venta de armas se ha incrementado de forma notable coincidiendo con los rumores que sitúan en la agenda del presidente la intención de poner limitaciones a la venta de armas. La realidad es que solo han sido rumores, eso sí, muy lucrativos para fabricantes y vendedores.  Estos dos últimos aspectos son el resultado de un trabajo bien hecho: el de la poderosa NRA, que de asociación de aficionados a la caza en sus orígenes, ha pasado a ser uno de los lobbys más influyentes.

Lo primero que vi al pisar por primera vez el campus de una universidad americana en Michigan fue un gran cartel que advertía de la prohibición estatal de portar armas en los recintos educativos. Imagino que ahora ya no está. Hace un par de días, el senado estatal de Michigan (en manos republicanas) abolió esa norma. Recordando el leitmotiv de Battlestar Galactica, no puedo evitar pensar que todo esto ha sucedido antes y nada impedirá que vuelva a ocurrir en el futuro.

@diegoebarros

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