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Jean-Michel Jarre 2.0 deslumbra la Plaza de España. El pionero de Lyon apostó por una relectura contemporánea de su obra, entre brutalismo sonoro, drones y ritmos electrónicos, llevando a Icónica Santalucía Sevilla Fest de Oxygène a Oxymore.

 

La carrera de Jean-Michel Jarre empezó con fuerza arrolladora. El hecho de ser hijo del compositor Maurice Jarre, oscarizado por bandas sonoras como Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago, quedó rápidamente eclipsado por el impacto comercial y artístico de su debut: Oxygène (1976).

Sus primeras obras, La Cage (1971), Deserted Palace (1973), Les Granges Brûlées (1973), habían sido ejercicios de electrónica experimental y música aplicada, más cercanos a la exploración sonora o a la música incidental.

Fue con Oxygène (1976) cuando Jarre entró en una órbita similar a la de exploradores sonoros alemanes, aunque con una diferencia crucial: donde Schulze se perdía en la deriva cósmica, Jarre trazaba melodías precisas, estructuras definidas y una narrativa emocional al alcance de cualquiera. Oxygène no surgió directamente del krautrock ni de sus paisajes cósmicos, aunque compartía con ellos la voluntad de romper con la música tradicional. Ese gusto por la melodía no era casual: le venía de una tradición electrónica francesa que incluye a artistas como Pierre Schaeffer o Pierre Henry, una tradición que había cultivado también la musicalidad entre ruidos, el juego con el timbre y una cierta inclinación por la forma.

Oxygène IV (1976) es el ejemplo perfecto: suena como si Schulze hubiera querido colarse en las radiofórmulas sin perder la compostura. Atmosférico, sí, pero con ritmo, gancho y dirección. Comercial hasta el fondo, pero sin agotar ni simplificar. Jarre toma las texturas del krautrock y el gusto por las melodías de la escuela electrónica francesa, añadiendo matices pop. Y todo sin perder un ápice de espíritu explorador. Schulze buscaba el infinito; Jarre lo encontró. Ambas direcciones tienen el mismo mérito.

 

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Jarre también redibujó los límites del directo. Pink Floyd tenía luces, proyecciones y sonido envolvente, pero siempre en estadios cerrados. Genesis, con Peter Gabriel, teatralizó hasta el exceso, pero sin salir del escenario. Yes, ELP o King Crimson ofrecieron virtuosismo y escenografías ambiciosas, pero ninguno convirtió la arquitectura de la ciudad en instrumento. Jarre sí.

El 14 de julio de 1979, en la Place de la Concorde de París, se proyectaron imágenes sobre los edificios, hubo fuegos artificiales, rayos láser y sonido cuadrafónico a gran escala. Todo ante más de un millón de personas. Un artista de electrónica prácticamente desconocido que, con ese gesto, convirtió el paisaje urbano en experiencia audiovisual. Los conciertos a esta gran escala se repitieron con cuentagotas. Jarre no concebía el directo como un trámite, sino como un acto irrepetible; una excepción fue en otoño de 1981, cuando ofreció cinco conciertos en China, tres en Beijing, dos en Shanghai. Fue el primer músico de pop occidental en actuar allí tras una década de aislamiento marcada por la Revolución Cultural y la muerte de Mao.

Volvamos a su discografía. Jarre no era flor de un día. Lejos de quedarse en el éxito de Oxygène, consolidó una carrera con continuidad artística y popular. Équinoxe y Magnetic Fields expandieron su lenguaje. Más tarde, Rendez-vous y Revolutions abrieron una etapa más sinfónica, con otra estética: más expansiva, más física, más espectacular. Los conciertos seguían siendo puntuales: Houston, Lyon, Londres…

Pero en 1993 llegó Europe in Concert, su primera gira oficial. Adaptó su espectáculo multimedia para recorrer varias ciudades europeas. La escenografía, aunque más contenida, seguía siendo espectacular: pantallas, luces, rayos láser, músicos en escena. El repertorio combinaba clásicos como Oxygène, Équinoxe o Rendez-vous con temas nuevos de su flamante Chronologie. Una de esas paradas fue Sevilla.

 

 

¿Y 33 años después?… Pocos espacios en Sevilla pueden acoger un espectáculo como el de Jarre por tamaño y singularidad. Uno de los primeros que vienen a la cabeza, claro, es la Plaza de España. El Festival Icónica supo verlo y acertó de pleno.

Jarre apareció solo en el escenario, sin músicos acompañándolo, y eso marcaba desde el inicio el formato del concierto: una propuesta individual, centrada en él y en su dispositivo técnico. Sin banda ni colaboradores, el enfoque fue funcional y directo, con todo el control en sus manos. Su atuendo reflejaba esa misma lógica: técnico y despreocupado. Chaqueta ligera en verde ácido, pantalones amplios de estampado abstracto, gafas oscuras y gesto sobrio. Algo entre piloto retro y científico. Ya en escena, se situó rodeado de luz, proyecciones y maquinaria. Entre las sorpresas de la noche, y como parte de su gira Special Summer Live 2025, tres haces de láser dirigidos hacia Marte.

El setlist fue sólido, bien armado y centrado en mostrar su faceta más reciente (Oxymore, Electronica). Esta apuesta por lo contemporáneo dejó fuera una parte esencial de su repertorio: faltaron piezas fundacionales como Chronologie Part 4, momentos de recogimiento emocional como Souvenir of China, originalmente publicada en Les Concerts en Chine, 1982, pasajes ambientales como Oxygène I o despliegues orquestales de gran escala como Révolution Industrielle (Partie I). Con ellos, se echó en falta también a ese Jarre más lírico, contemplativo y, en ciertos pasajes, arrollador en lo orquestal, que también forma parte inseparable de su legado.

Se sumó además cierta fragmentación: tanto temas nuevos como antiguos aparecieron en versiones abreviadas o reinterpretadas. Révolution Industrielle fue recortada, relegada a su breve segunda sección, y Oxygène IV sonó hasta dos veces, pero en versiones parciales y transformadas. Se ganó en cohesión y potencia escénica, sí, pero a costa de sacrificar el diálogo emocional con los oyentes más antiguos.

 

Foto: Juan Antonio Gámez

 

¿Sería injusto medir el concierto solo por lo que faltó? La propuesta tenía una lógica propia: una apuesta, una reformulación en clave contemporánea. Pero el cambio no siempre convenció. A riesgo de que se nos acuse de talibanes sonoros, ni los remixes, ni los cortes, ni las transformaciones varias parecieron sumar. La nueva perspectiva convencía más cuando estaba ausente. Hubiéramos preferido un Jarre haciendo arqueología de sí mismo o, quizá, presentando una síntesis de su obra en 2025 con algo más de acierto.

Las proyecciones aportaron abstracción, pero también distracción, imponiéndose a veces sobre lo que oíamos. Quizá con menos pirotecnia visual, o, mejor dicho, más sobriedad, como en su gira del 93, habría bastado. La arquitectura y el diseño visual transformaron en algunos momentos a la Plaza de España en una escena recargada de estética steampunk.

La verdad es que nunca quedó del todo claro hasta qué punto había melodías programadas, cuáles eran, cuántas sonaban en directo y cuándo, si es que en algún momento ocurrió, entraba el playback. Pero así funciona esta música electrónica. Aunque hubo al menos un instante revelador: se proyectó en las pantallas lo que Jarre veía a través de unas gafas-cámara. Ahí, sí, vimos que algo estaba ocurriendo en tiempo real, emocionante, vivo y mágico. Aquello ocurría mientras sonaba Oxygène II

Sin embargo, el público respondió con una mezcla de asombro y entrega. Para algunos, era la oportunidad largamente esperada de volver a verlo en Sevilla; para otros, la curiosidad de descubrir a una figura casi mítica de la electrónica en un contexto monumental. Ambas generaciones aplaudieron especialmente dos temas, que son pasado y presente de su legado: Second Rendez-Vous y Stardust.

Tres mensajes quedan para la historia de la Plaza de España: El primero, proyectado en las pantallas y en voz de Edward Snowden (durante el tema Exit), fue tan claro como incómodo:

La privacidad no es un lujo individual, sino un derecho colectivo.

Renunciar a ella porque no tenemos nada que ocultar

es tan peligroso como despreciar la libertad de expresión porque no tenemos nada que decir.

 

Como recordó Snowden, los derechos no se protegen solo por uno mismo, sino por todos y por lo que está por venir.

 

Foto: Juan Antonio Gámez

 

El segundo mensaje vino por boca del propio Jarre: la inteligencia artificial no debe convertirnos en pasivos ni inútiles, sino servir como combustible para nuestra imaginación. La tecnología, para él, no reemplaza: amplifica. No sustituye la creación humana, sino que puede empujarla más allá de sus límites si se usa con criterio y sensibilidad.

Y el tercer gesto, sencillo pero significativo: reivindicó el ADN europeo de la música electrónica. La tradición de vanguardia que viene de Stockhausen, de los laboratorios franceses, de la Berlín cósmica, de los estudios radiofónicos. Un linaje hecho de cables, osciladores y visión artística. Dedicó Arpégiateur a todos los músicos electrónicos europeos, y a los españoles en particular, como forma de reconocer que este lenguaje no nació en Silicon Valley ni bajo los algoritmos de las redes, sino en Europa, entre experimentos, cintas, radios y ruido blanco.

Justo después de despedirse con un cordial “hasta pronto”, Jarre cometió un desliz: en lugar de decir “¡Viva España!”, exclamó “¡Arriba España!”. El lapsus provocó alguna mueca, risa y sonrisa en el público. A alguno se le escaparía alzar el brazo palma hacia abajo, de broma o no.

Ahí quedó Jean-Michel Jarre 2.0 a sus 76 años: agotando las entradas del evento y apuntando hacia Marte. ¿Y el Jarre 1.0? Sigue creciendo ahí, escondido entre las capas del nuevo. Brilla en las dos secuelas de Oxygène, en la continuación de Équinoxe, en los paisajes suspendidos de Amazonia y en el flujo infinito de Eōn, entre brutalismos digitales y pulsos de electrónica bailable contemporánea.

Para la eternidad quedará la grabación íntegra del concierto para ARTE TV, nos advertía Jarre como segunda sorpresa. El canal cultural franco-alemán que lleva décadas documentando, entre otros contenidos, lo mejor (y lo más raro) de la música europea en directo. En algún momento lo emitirán, y podremos comprobar si estas impresiones que has leído te parecen atinadas… o si el hechizo audiovisual desde casa funciona mejor que en vivo.

 

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