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Por Diego E. Barros

Miles de personas congregadas en el Paseo de Gracia, en Barcelona, participan en la cadena humana por la independencia |  EFE

La clave de lo acontecido el pasado miércoles me la dio como quien no quiere la cosa la persona que comparte mi vida. Llegó de trabajar, me encontró viendo las noticias y me dijo: «¿Qué pasa con España? ¿Otra vez se va Catalunya?» Yo me quedé mirándola y comprendí que no había nada más que añadir.

A mí que se vaya Catalunya ―que en realidad ha estado siempre yéndose―, no me importa tanto como que los que nos quedemos seamos nosotros. Ésta es una sensación que tiene mucho que ver con el viejo refrán de más vale pedir que robar y que, como todos, no es más que una manera de llevar ese mal compartido por muchos que es en realidad el consuelo de los tontos. Uno al fin y al cabo y como decía el Pep es de un país como Galiza que, por no pintar, no pinta ni para el porcentaje más alto de sus naturales. Supongo que soy afortunado pues no todo el mundo tiene la suerte de vivir con alguien cuya visión no está contaminada. La vacuna que te otorga mirar la vida con los ojos del extranjero, un distanciamiento curioso y teñido de racionalidad del que carecemos los que sufrimos de esquizofrenia identitaria.

Decía Óscar Wilde que «el patriotismo es la virtud de los depravados» y yo siempre he sido muy del distanciamiento irlandés de Wilde. Otro británico (en aquel momento, Wilde era todavía británico), Samuel Johnson, hizo más carrera con su frase al definirlo más bien como «el último refugio de los canallas». Creo que cada uno es libre de elegir sus depravaciones favoritas, pero hay que ser muy canalla para escoger una amparado en un invento como la patria. Tampoco soy muy de nacionalismos por cuanto éstos tienen de impostado, que es casi todo. Sólo hace falta echar un vistazo a quien ahora dice estar pilotando el proceso desde la Generalitat; Dios (o alguien real) nos salve de los salvapatrias. Como cualquier ismo desarrollado, el nacionalismo sólo aguanta hoy una lectura y ésta es económica lo que me parece muy bien pero, por favor, no lo llamen amor.

Se ha dicho que la diferencia entre los nacionalismos catalán, vasco y gallego es que el primero es de corte económico; el segundo racial y el tercero cultural, que es una manera elegante de decir de pobres. Es curioso sin embargo que nunca nadie hable del que más guerra nos ha dado a lo largo del tiempo: el español. Como los peores, éste tiene tendencia a atacar librerías; que también ha debido de ser la vez que más cerca ha estado de un libro un nacionalista español. Porque ser español está bien, sobre todo si en realidad eres extranjero y estás de vacaciones o jubilado. Todo es pintoresco. Y no es que lo diga yo, tomo las palabras del protagonista de La noche de los tiempos, de Muñoz Molina, un señor que es de Jaén y vive, creo, en Madrid.

No tendría en cambio ningún problema con la independencia. La de Catalunya y sobre todo la de Galiza. Sería más que nada un alivio pues para entonces, todos podríamos comenzar a ocuparnos del verdadero problema: nosotros mismos. Ya lo sintetizó perfectamente uno de mis mejores amigos y votante del BNG: «yo voto al Bloque, pero también te digo que lo voto porque soy consciente de que no harían todo lo que dicen que harían».

No se me ocurre metáfora más bella que la cadena por la liberación (un oxímoron de manual) de Catalunya coincidiendo con unas goteras en el Congreso que dejaron a la luz la desaparición de las marcas de los disparos del 23-F. Supongo que es bueno mantener el recuerdo de uno de los episodios más bochornosos de nuestra bochornosa historia. Ahora bien, siempre hay un lado bueno e igual sin los impactos en el techo podemos olvidarnos de una vez por todas de aquella broma macabra que resultó ser la Transición y cuyo espíritu sigue todavía atormentándonos sin que nadie haga nada por exorcizarlo.

Es el llamado «problema catalán» el último de los que se le acumulan a un Gobierno al que sólo le falta ponerse a recoger pistolitas. Quizás por ello mi enhorabuena al PPdeG, al que la Audiencia Nacional acaba de regalarle un «grupo terrorista» después de años en que ésta era su única petición. Puede que haya aquí otro símbolo escondido, no lo sé. En todo caso da lo mismo. Ya se encargarán en Berlín de decirnos cómo debemos interpretarlo.

 @diegoebarros

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