Por Diego E. Barros
Nicolas Sarkozy prometió en 2007 a los franceses una «República irreprochable». Cinco años después abandona el Elíseo dejando tras de sí abundantes escándalos que todavía tienen recorrido.
Nicolas Sarkozy lo había dicho a su círculo más cercano de colaboradores: «Si pierdo las elecciones me iré a mi casa». Los comicios del 6 de mayo dejaron claro que Francia deseaba un cambio de rumbo. El modelo Sarkozy estaba agotado. Lejos queda aquel discurso de 2007, el último antes de ser proclamado presidente, cuando prometió a los franceses «una República irreprochable». Cinco años después, tras repetir por enésima vez que ha «cambiado», no pocos escándalos han puesto en evidencia que —al menos sobre el papel de los medios que los han denunciado—, la ética que ha rodeado a su Gobierno está cargada de sombras.
Francia y EEUU guardan muchas similitudes más allá de su tradicional rivalidad. Francia tiene su propio Vietnam —que comenzó siendo un conflicto en la Indochina francesa—, en Argelia, una guerra sucia que todavía supura en la memoria de los veteranos de aquel horror al otro lado del Mediterráneo y de la que en 2012 se han cumplido cincuenta años. Es precisamente en África, especialmente en el norte del continente, donde Francia tuvo su campo de pruebas particular de la misma forma que en los setenta EEUU lo tuvo en Sudamérica y hoy lo tiene en Oriente Medio. Parte del PIB francés vive de alimentar conflictos armados ya sea vía venta de armas —es el cuarto exportador mundial, según el último informe del Instituto para la Investigación de la Paz de Estocolmo (Sipri por sus siglas en inglés)—, o bien urdiendo conflictos a la caza de preciadas materias primas. El arte de colocar armamento y caudillos títeres tiene sus contrapartidas: generales para el estado patrocinador y, en el caso francés, particulares para el partido que en cada momento rige los designios estatales.
La frase de Ben Bradley aconsejando a sus periodistas que «siguieran al dinero» cuando el Watergate era todavía un sueño húmedo en las avezadas mentes de Bernstein y Woodward pero sigue siendo perfectamente aplicable cuando algo huele mal en Dinamarca. En la Francia de hoy, todos los caminos llevan a la UMP, formación de Nicolas Sarkozy y al círculo de colaboradores más cercano al ya exmandatario.
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