Por Miguel Fernández Ibáñez
Sudán del Sur, el último país en nacer, parece obligado a conectarse a Occidente. Las lamentables relaciones con el Sudán de Bashir se siguen representando en el fronterizo enclave petrolífero de Heglig y la región Nilo Azul. A las clásicas tensiones étnicas, donde Darfur es el ejemplo balcánico en África, se unen hoy las económicas y políticas. En este juego con tantas aristas como actores Occidente intenta ganar conectando Juba con su principal bastión en el este de África: Kenia.
Dos suculentos proyectos tienen el mismo inicio y final: Juba-Kenia. El primero es un ferrocarril y una carretera que unirá ambos territorios junto con el puerto de Lamu (Kenia). El segundo, relacionado con la principal riqueza del país, es un oleoducto que permitirá sacar la energía de Sudán del Sur sin depender de Jartum, capital de Sudán. El proyecto, cuyo coste inicial se ha tasado en 23 billones de dólares, conectará también con el puerto de Lamu, fronterizo con Somalia y que ha levantado las quejas de los ecologistas. Además, tendrá un conector con Etiopía, país ansioso por conocer la magnitud de los yacimientos descubiertos en la región de Ogaden y que busca una alternativa al saturado puerto de Djibouti.
Los tres países se han encargado de pagar este corredor energético que tiene un plazo de ejecución inicial de cuatro años y busca garantizar la salida al Mar Rojo, un punto cada más importante ante las futuribles crisis del estrecho de Ormuz. Junto con Kenia, Etiopía, país en el que acaba de fallecer su líder pro-occidental, vigilará las costosas infraestructuras de los más que posibles ataques de las milicias de al-Shabaab.
En el caso de Sudán del Sur este oleoducto cobra especial importancia. El actual gobierno de Juba obtiene el 98% de los ingresos anuales de la venta de petróleo. Para exportarlo necesita de las refinerías y oleoductos de Sudán, que van desde Jartum al Mar Rojo. Esta acción, por la que hay que pagar el denominado derecho de tránsito, supone el 36% del presupuesto anual de Sudán del Sur. Por eso, el oleoducto que conecte con Kenia es esencial no sólo para Sudán del Sur, sino para Occidente, que así asestaría un golpe a China, principal comprador del crudo de Bashir y que ya se ha quejado por el problema de suministro provocado por la escalada de tensión en Heglig, una zona que produce 115.000 barriles de crudo al día, la mitad del montante diario de Sudán.
Infraestructuras que reducirán la hiperinflación
Pero no sólo Kenia quiere apostar por Sudán del Sur. Tanzania ha llegado a un acuerdo el pasado febrero para construir un ferrocarril que conecte con Uganda, Ruanda y Burundi. China, a través de la nacional Civil Engineering Construction Corporation, se ha hecho con un proyecto presupuestado en 4,7 billones de dólares. Se iniciará en 2014, con tres años para su operatividad, y pretende conectar con Sudán del Sur si Juba acepta la proposición de Tanzanía, que crearía un conector ferroviario de 250 kilómetros que serviría para el tráfico de mercancías y personas al puerto de Tanga, que pretende aligerar la importancia de Dar es Salaam.
La mano de Occidente se ha posado así, con actores satélites, en Sudán del Sur. El último país en nacer el pasado julio lo hizo tenso por unas fronteras no reconocidas en las que el petróleo es la principal discusión. Con independencia de los objetivos de las superpotencias, el país necesita de infraestructuras para desarrollar su maltrecha economía y reducir la hiperinflación. La olvidada Juba, capital del recién nacido Sudán del Sur, está hoy conectándose al mundo tras el aislamiento que potenció el antiguo Sudán unido. Más allá del sonido de la metralla en Heglig, un enclave petrolífero esencial, el gobierno del presidente Kiir ha estado cerrando acuerdos con los países del este de África para unirse al mundo sobre todo para evitar a Bashir.
Ese centímetro más de mapa por el que pelean, tan difuso como la constitución del país, son millones de dólares. Lo sabe Bashir, lo sabe el gobierno de Juba y lo sabía la Comunidad Internacional cuando aceleró la constitución de Sudán del Sur. La descorazonada violencia nada más nacer refleja que el corte umbilical entre Sudán y Sudán del Sur no se hizo con el debido cuidado en 2011. A la única riqueza del país, la energía, se une una tradicional lucha étnica entre los dinka, tribu del sur a la que Kapuscinski describía como alta, y los árabes islámicos del visible líder de sudanés Omar Bashir. En otro punto de Sudán, donde la Paz de Doha parece no prosperar, está el eterno conflicto de Darfur, un ejemplo de lo que es y ha sido este país: pretensiones independentistas, signos racistas hacia los negros, sean o no musulmanes, desplazados internos y ONG que ya no saben cómo acudir al rescate de una población acostumbrada a sufrir.
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