Por Miguel Fernández Ibáñez
Cuando los ecos de las protestas desencadenadas en el parque Gezi de Estambul finalicen Recep Tayyip Erdogan debería haber aprendido la primera gran lección desde que llegara al poder en el año 2002: la represión tiene un límite. El vaso de la paciencia turca se ha resquebrajado por una decena de árboles que muestran el descontento de una sociedad acostumbrada al gas lacrimógeno.
Gezi ha demostrado a la esfera internacional que el derecho a la libertad de expresión y manifestación es uno de los escalones que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en su siglas turcas) debe superar no para ganar las elecciones, algo que hará en las municipales de 2014 y las parlamentarias de 2015, sino para acercarse a la gran democracia de Oriente Próximo que tanto proclaman Estados Unidos y Europa al referirse a Turquía, la puerta entre Oriente y Occidente.
La discordia que aconteció en toda Turquía la primera quincena de junio, en la que han muerto cinco manifestantes y hay más de 7.500 heridos, está formada por el cúmulo de grupos sociales opuestos al estilo autoritario del primer ministro. No son los árboles de Gezi, ni la causa kurda, es la manera en que la Policía mandada por el AKP actúa en cada manifestación: porrazos y gas son la respuesta ante protestas pacíficas. Ver unidos a nacionalistas, kurdos e hinchas de equipos rivales -todos ellos “vándalos” (çapulcular) para el AKP- es un síntoma más que apreciable del heterogéneo descontento que Erdogan debe analizar.
“La protesta de los jóvenes es una postura del pueblo contra la actitud terca del poder. Las protestas muestran que los jóvenes humillados por Erdogan con declaraciones como “no queremos generaciones borrachas” no se callarán frente a la situación del país y las imposiciones de AKP. Han reaccionado contra la intervención en sus vidas privadas y la restricción de las libertades y derechos legales”, explica Semih Yalçin, diputado por Gaziantep de la tercera fuerza política del país, el Partido de Acción Nacional (MHP).
El hecho de que el AKP se haya reunido con la Plataforma de Solidaridad con Taksim ya es una victoria para los indignados turcos. Desde que llegara al poder apenas habla con los grupos sociales y defensores de los derechos humanos. Paralizar el proyecto Gezi -primero por la presión popular y luego por orden judicial, en el que pretende reconstruir un centro comercial y cultural con la apariencia del cuartel Topçu, símbolo de la reacción musulmana de 1909 ante el nuevo orden constitucional, es lo máximo que un movimiento social puede obtener hoy en Turquía.
El porqué de Taksim
Para el MHP Gezi ha sido “la primera derrota de Erdogan, que ha conocido los límites de su fuerza”. La historia de Turquía está marcada por la represión e ilegalización de movimientos sociales. El AKP no lo ha remediado amparándose en una ambigua Ley Anti Terrorista que permite encausar con mínimas evidencias a militares, políticos, periodistas, sindicalistas y defensores de los derechos humanos. “Tras este momento (día 15 junio, después de desalojar el Parque Gezi), el Estado considerará a quien se quede (en Taksim o Gezi) como terrorista”, amenazó el ministro para Asuntos de la Unión Europea, Egemen Bagis.
“Por culpa de la mentalidad de imposición del AKP en los últimos 10 años Turquía está en peligro de perder su nivel de democracia. En los países occidentales condenan a las autoridades que utilizan sus poderes de una manera malintencionada. En Turquía pueden esconderse tras la fuerza del Gobierno”, comenta Yalçin, quien apoya la Ley Anti Terrorista debido a la complejidad de Turquía y pone como ejemplo la misma ley de Alemania, protestada por el pueblo, pero que el Tribunal de Garantías Constitucionales de Alemania ve necesaria para proteger a la ciudadanía.
Este mismo año han sido detenidas centenares de personas relacionadas con el grupo DHKP/C, considerado terrorista por Ankara y que atentó en febrero contra la embajada de EEUU. Miembros de las Asociación de Abogados Progresistas de Turquía han corrido la misma suerte, al igual que sindicalistas y defensores de los derechos humanos. Uno de los casos más representativos de la Justicia en Turquía es el de los abogados defensores del líder del PKK, Abdulá Ocalan. Un total de 68 han sido acusados como cómplices de una organización terrorista por ejercer su profesión. La mayoría de estos casos son encauzados dentro de Ley Anti Terrorista que concede al Estado poder absoluto ante el amplio concepto que considera terrorismo.
El ejercicio del periodismo tampoco es fácil bajo el control de Erdogan, quien reconoció un complot internacional de los medios en las protestas. Según el informe de 2012 de Reporteros Sin Fronteras, Turquía ocupa el puesto 154 de 179 en libertad de prensa. Además 76 periodistas estaban detenidos a la espera de juicio el pasado mes de agosto. Publicar ciertos asuntos es peligroso y más si se es de etnia kurda o armenia. El asesinato del periodista Hrant Dink, voz de los armenios en Turquía, y su deficiente investigación judicial, o el caso de la socióloga Pinar Selek, acusada de ordenar la colocación de una bomba sin claras evidencias tras negarse a revelar las fuentes de unas entrevistas sobre el PKK, son temas recurrentes para recordar a Erdogan los pasos dados hacia la censura, palabra vociferada por Taksim, donde el primer día de disturbios el canal CNN Türk emitía un documental sobre pingüinos.
Gezi ha sido el último y más sonado ejemplo, con periodistas, abogados e incluso médicos arrestados, pero el ‘modus operandi’ policial es similar en cada protesta. El pasado 1 de mayo, un día especial para los sindicalistas, la manifestación en Taksim acabó con 1 muerto, cientos de heridos y detenidos. Cada 29 de octubre, día en el que se conmemora la creación de la República de Turquía, se reprime a los miles de manifestantes que recuerdan a Atatürk. Kurdos, nacionalistas, estudiantes o alevíes son igualmente tratados en cada protesta.
Esta forma de actuar, marcada por la represión y escasa libertad de expresión, ha suscitado preocupación entre las autoridades de la Unión Europea y podría dificultar la adhesión de la novena potencia mundial. “Es crucial que todos los eventos violentos acaben y los responsables sean juzgados. Turquía debe esforzarse por asegurar los derechos humanos y las libertades básicas siguiendo los criterios de la UE y Copenhague. Si Turquía quiere seguir las negociaciones con UE, el gobierno de Erdogan debe tener cuidado para actuar dentro del Convenio Europeo de Derechos Humanos y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. De lo contrario hará daño a las relaciones con la UE y Turquía merece ser parte de la UE”, dice Yalçin.
La fuerza del AKP y el control de Ejército
La llegada del AKP al poder supuso un punto de inflexión en la política turca. Sus antecesores, el Refah Partisi (Partido del Bienestar) y MSP (Partido de Salvación Nacional), fueron ilegalizados tras sendas cúpulas militares. Violar el secularismo del Estado ha sido la sentencia que Erdogan ha sabido esquivar. En estos diez años su triunfo ha sido desmantelar y acallar, no sólo en Taksim, al Ejército, que protagonizó cuatro golpes militares en medio siglo (60, 71, 80 y 97).
Un referéndum de 2010 redujo el poder militar para enjuiciar a los golpistas del 80. Además otros altos rangos son juzgados dentro de la trama Ergenekon, un complejo complot para derribar el Estado. La debilidad del mayor rival del AKP, el Ejército, además de su 49,83% de votos en 2011, permite las reformas de tono musulmán moderado con talante autoritario llamadas ‘fascismo verde’, por el color del islam.
El velo es posible en las universidades desde 2008 y en la mesa del Presidente Abdulá Gül está una nueva y restrictiva ley sobre el alcohol. El siguiente paso en la agenda del líder del AKP es una nueva Constitución. Su avance es lento ante la falta de consenso y “parece muy difícil el apoyo general porque la coyuntura política no es conveniente. El AKP quiere cambiar el sistema democrático parlamentario por el presidencial quitando los artículos sobre los derechos de soberanía de la gente de Turquía. El objetivo es convertir al presidente Erdogan en el único hombre de poder”, analiza Yalçin, que rechaza como su partido cualquier identidad étnica que no sea la turca.
Las encuestas marcan que Erdogan volverá a rozar la mayoría absoluta en 2015. Las protestas, en cambio, están protagonizadas por grupos de izquierdas y nacionalistas que no votan al AKP. Según un estudio de la Universidad de Bilgi, la mayoría de los manifestantes tienen entre 19 y 30 años y son laicos. Erdogan ya avisó que el parque Gezi no representa a Turquía. Puede que ésta sea su única gran verdad, ya que los votantes del AKP están en sus casas y si salen es para apoyar la campaña orquestada por su líder -en los mítines de Ankara y Estambul se prepararon autobuses y banderas para los seguidores, según relatan los ciudadanos.
A pesar de la oposición, con los cientos de miles de afiliados a los dos principales sindicatos, el AKP ha demostrado su fuerza presentado el desarrollo económico (en 2010 su PIB creció un 9% y en 2012 un 2,2%). Los buenos datos de las políticas neoliberales que desde 2003 ha iniciado, con privatizaciones en telecomunicaciones o energía y basándose en el ladrillo y el crédito, se unen a una fuerte personalidad y el juego europeísta, donde Turquía es esencial como país de tránsito energético para la UE. Además mantiene buenas relaciones económicas con el Gobierno Regional del Kurdistán, segundo socio en volumen de negocio con 8.000 millones de dólares en 2012, e Irán, donde Erdogan se ha saltado las sanciones internacionales con el programa oro por gas.
El mayor error del AKP si se atiende al perfil de sus votantes ha sido el apoyo dado a la OTAN en Siria. El reciente atentado en Reyhanli, ciudad fronteriza con Siria, demostró la inseguridad interna, algo que en Turquía sí se paga en las urnas. No tanto estas protestas mal comparadas con Tahrir (Egipto) y más cercanas al 15-M, donde se exige una mayor calidad democrática.
El AKP ha desplegado ya sus armas contra los indignados turcos. Estos diez años le han dado el apoyo masivo en las urnas, el país crece bajo la lupa económica, se ha convertido en un actor importante en la esfera internacional -reforzando el desarrollado orgullo turco- y ha reiniciado el proceso de paz con el PKK, organización terrorista según la UE y EEUU cuyo conflicto ha dejado 45.000 muertos en 29 años. Gezi Park ha dado a cambio de tanto desarrollo la primera lección al líder turco y ha mostrado fisuras democráticas dentro del Gobierno. Pero qué sucedería si en el referéndum no vinculante sobre el parque Gezi el AKP ganase. La protesta que hoy parece la primera derrota de Erdogan se tornaría en una nueva victoria política.
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