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Por Jacobo Vázquez

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Dos años después de que su álbum de debut agitara la escena musical internacional, vuelve James Blake dispuesto a demostrar que aquello no fue un golpe de suerte. La carrera del niño prodigio británico se ha caracterizado desde aquellos primeros temas grabados en su habitación por la constante exploración de los límites de la canción pop, por el tránsito por caminos todavía vírgenes para elaborar sus minimalistas, aunque complejos, entramados musicales. Erigido entonces por la prensa como el abanderado de una generación en la que también militan otros como Mount Kimbie o Jamie xx, todos ellos fueron englobados bajo la confusa etiqueta de post-dubstep. Una etiqueta que no pretendía comparar este delicado estilo con el agresivo dubstep, sino resaltar el hecho de que ambos tuvieron como germen para su desarrollo los mismos géneros underground, el UK Garage y el 2-Step. Géneros casi de vanguardia que finalmente desembocaron en estilos contrapuestos.

Sin embargo, pese a su juventud y todas las influencias externas que ha tenido que padecer por parte de la prensa y las discográficas, James se ha mantenido firme y decidido en los pasos a dar en la grabación de este álbum. Ha ganado en madurez, pero no en esa madurez sinónima de aburrida que tanto abunda en la música. James Blake afianza en Overgrown muchas de las ideas que ya encontrábamos en su debut homónimo. Mismas voces susurrantes, pianos fragmentados y programaciones electrónicas etéreas, hijas bastardas de la IDM y el ambient. Pero en esta ocasión las canciones han ganado definición y cuerpo. Las capas se superponen hasta formar un todo compacto, no sólo son retazos cosidos hasta construir un denso muro de sonido. En todo ello seguro que han influido las colaboraciones de Brian Eno y el rapero RZA en el álbum, pero sobre todo el tiempo compartido junto a Kanye West y Bon Iver durante el año 2011, tal y como James reconocía en una entrevista reciente. La combinación de todas estas armas transforma sus canciones en agridulces baladas, en ásperas caricias capaces tanto de proporcionar alivio como de hundirte en una profunda melancolía. Porque así es la música de James Blake, un evocador juego de espejos que transforma emociones en el soul del futuro, el soul del siglo XXI. Soul árido, reflejo del mortecino signo de los tiempos.

@jvgalan

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