Por Arturo Losada | Fotos Antía García Sendón
José Domingo, nacido en Zaragoza y afincado en Galicia desde los ocho años, agarró un lápiz de dibujo en cuanto fue capaz de dominar correctamente sus pulgares oponibles. Y como vio que le quedaba bien, decidió que iba a ser dibujante de cómics. Se licenció en Bellas Artes en Salamanca, trazando viñetas por su cuenta mientras los profesores le enseñaban pintura y escultura. Posteriormente, trabajó como artista en la productora coruñesa Dygra Films, mientras le robaba horas al sueño para terminar sus dibujos no animados.
Sus esfuerzos dieron fruto, y le llevaron a formar parte del colectivo Polaqia, disuelto ordenadamente en 2011 por común acuerdo de sus integrantes. Junto a Kike Benlloch, publicó el álbum Cuinhme: El fuego distante y ha colaborado en revistas como Barsowia, Cthulhu, Usted está aquí o Retranca. Con su primer trabajo largo en solitario, Aventuras de un oficinista japonés, ha ganado el Premio a la mejor obra nacional 2011 del Saló del Cómic de Barcelona. Pero, aún así, nos cuenta que todavía le queda mucho por dibujar.
¿Dónde guarda uno un premio del Saló?
En la estantería de los cómics, claro. (Ríe).
Un oficinista japonés sale del trabajo y se encuentra con perros voladores, yakuza, yetis, monstruos radiactivos, demonios, fantasmas. Encuentra incluso el camino a la iluminación… ¿De dónde salió la idea?
Pues no sé cómo se me ocurrió. Me pidieron una colaboración para el fanzine de las Xornadas de Banda Deseñada de Ourense, repasé mi cuaderno de bocetos, y algo me hizo clic en la cabeza. Pensé en plantear un juego con la narración y la puesta en página, y a partir de ahí me salió la historia. Todo junto transmitía una sensación de absurdo, de que cualquier cosa podía pasarle al personaje. A mí me funcionó muy bien a la hora de trabajar, y que parece que les gustó a los que lo leyeron, así que pensé que podía servir para una historia más larga.
¿Cómo pasó de aquellas cinco páginas en el fanzine de Ourense a las 120 que ha publicado con Bang Ediciones?
Fui como autor al Saló de Barcelona en 2011. El año anterior se habían interesado por mi trabajo, así que les llevé el Oficinista, las páginas originales coloreadas, y un dossier de cómo sería la historia. No tenía guión, porque la idea era que el dibujo fuese guiando la historia. No podía decirles lo que iba a pasar, porque yo mismo no lo sabía, pero aún así aceptaron. Fue raro (ríe).
¿Se sentaba ante la mesa y veía lo que iba saliendo?
El planteamiento es un poco como en los videojuegos. Tenemos una vista cenital y el personaje va recorriendo el escenario. En cada viñeta tenía que ir avanzando la escena poco a poco, enlazando siempre con la anterior. Y en ese proceso, se me iban ocurriendo más cosas que añadir, para desarrollar y complementar la acción. A partir de ahí, me venían otros temas a la cabeza, que luego llevarían a otros… Como quería una historia absurda, la abordé de esta forma para conseguir más frescura. Creo que si hubiera escrito un guión cerrado desde el principio, no hubiera sido capaz.
Las páginas de este álbum son totalmente mudas, a penas un puñado de onomatopeyas. ¿Por qué?
El dibujo era suficiente para la historia que quería contar. De esta manera, la narración descansa en elementos gráficos propios del lenguaje del cómic, como líneas cinéticas, recursos expresivos, gotitas de sudor… Onomatopeyas textuales solo hay cuatro, y en momentos en los que son muy necesarias.
Además del premio de Barcelona, le han llovido unos cuantos elogios. ¿Cuesta mantener la cabeza fría?
Hay que pasar por encima de todo eso, para poder seguir trabajando. Vale, puede que haya dado con un tebeo original y que ha llamado la atención. ¿Y el siguiente que haga tiene que ser igual? ¿O puedo probar con algo más convencional y ver qué pasa? Realmente, con el Oficinista simplemente quise hacer algo que me apeteciese, porque creo que solo si estás cómodo con tu trabajo, puedes llegar a transmitirle algo a los demás. Así que, con el siguiente cómic, haré lo mismo, esperaré a que aparezca algo que me transmita buenas sensaciones. Tengo ya algunos proyectos…
¿Pueden saberse?
De momento, no. Aún están verdes.
¿A usted de donde le viene el gusto por los tebeos?
De cuando era pequeño. Prácticamente aprendí a leer con el Mortadelo, y siempre tuve claro que quería ser dibujante de cómics. Supongo que es una idea que se les ocurre a muchos niños, pero a mí no se me quitó de la cabeza al hacerme mayor.
¿Por eso se metió en Bellas Artes?
Sí. Hice el primer año en Pontevedra, pero me encontré con que era una facultad muy ‘conceptual’, y muy alejada de lo que yo quería. Me pareció imposible aguantar cuatro cursos allí, así que me fui a Salamanca, que tiene un temario más clásico. Pude centrarme en perfeccionar mi dibujo, incluso tienen una asignatura específica de ilustración. Ahora, lo que es el cómic, está muy olvidado a nivel académico. Así que aprendí improvisando, junto a los tres o cuatro compañeros que tenían los mismos gustos que yo. Con Juan Díaz-Faes, Víctor Romano, y otros sacamos un fanzine, Dr. Panceta, en el que nos fuimos curtiendo un poco.
Precisamente, en esos años, el cómic en Galicia tuvo una fase de efervescencia, con la revista Golfiño y el nacimiento de los colectivos BD Banda y Polaqia… ¿Le llegaban noticias a Salamanca?
No muchas. Estaba muy lejos y muy desconectado. Supe de los primeros autores de esta generación, como Kike Benlloch, Alberto Vázquez o David Rubín porque leí un reportaje sobre el cómic gallego en Trama, una revista informativa que sacaba Astiberri en sus primeros tiempos. Pero no entré en contacto con ellos hasta volví a Galicia.
¿Cómo fue ese regreso?
Estuve un verano en A Coruña, haciendo prácticas de animación en Dygra. Allí conocí a David (Rubín), y el me presentó a Kike (Benlloch), que estaba buscando a alguien para ilustrar un guión suyo, Cuimhne, y me interesó. Así empecé también a colaborar en Barsowia, el fanzine de Polaqia, a partir del número 7, y me quedé hasta el año pasado, en el que echamos el cierre. Todos los autores tenían un nivel altísimo cuando yo llegué, y eso intimidaba un poco, pero también me motivo para esforzarme y mejorar.
¿Compaginó esos primeros trabajos en Barsowia con el dibujo de Cuimhne, junto a Benlloch?
Si, y aún más. Cuando hice la primera parte de Cuimhne, estaba al mismo tiempo estudiando un máster de creación y producción digital en la universidad de A Coruña. Iba a clase por las mañanas, por la tarde hacía los trabajos, y por las noches dibujaba tebeos. Con la segunda parte, hice más o menos lo mismo, solo que entonces en vez de estudiar, trabajaba en Dygra.
¿Dormía?
Sí, pero poco (Ríe). Realmente, fue un tebeo trabajoso. Al ser una historia de fantasía y aventuras, tienes que conseguir que el lector se crea lo que le cuentas. Emplee un estilo realista, con muchos claroscuros, y tuve que dibujar muchos caballos y batallas. Además, era el primer álbum largo que hacía, y la dinámica es muy distinta. Si haces seis páginas, puedes ponerlas todas encima de la mesa y ver el panorama, pero con un libro, es imposible. Tienes que dosificar la acción mucho mejor, mantener el estilo gráfico y narrativo, planificar… Hay que situar bien los puntos clave de la historia de forma que la lectura sea amena. Creo que eso es lo más difícil de dominar.
Ahora que Barsowia ha desaparecido ¿Hay relevo en papel? ¿O los nuevos dibujantes recurren ya directamente a internet?
Está el fanzine Sinónimos de lucro, en Vigo, y hay cosas que va sacando el colectivo Miñoco, en A Coruña, que surgió en el entorno de la escuela Pablo Picasso. Es cierto que Internet puede parecer el escaparate más inmediato, pero creo que el hecho de publicar algo en papel por ti mismo es un pasito más hacia la profesionalización. Por ahora, es un esfuerzo añadido que le da valor a tu trabajo, y te enseña que el proceso de edición no termina cuando tú dibujas el cómic y lo mandas.
Desde hace poco, junto con otros autores, ha montado un estudio en A Coruña, La Pelu…
Después de dejar Dygra, estuve trabajando en casa durante unos dos meses, pero no era capaz. Otros tenían el mismo problema, así que nos buscamos un lugar común, para compartir los gastos. Y viene muy bien, para salir de casa, y para tener otras personas con las que consultar. Crea un ambiente distinto, más productivo. En estos momentos, somos Roque Romero, Hugo Covelo, Alberto Guitián, Jorge Fernández y yo. David Rubín estuvo al principio, pero acabó decidiendo que prefería trabajar en casa (Ríe).
Finalmente, respóndame a un misterio ¿Por qué todos los dibujantes llevan barba?
No lo sé. Supongo que es por nuestro rollo anacoreta. Pasa tanto tiempo dibujando que te crece sin que te des cuenta.
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