En 2017, Juan Laborda Barceló ha publicado Paraíso imperfecto (Alrevés), su tercera novela después de La casa de todos (2009, editorial AACHE) y de La fragilidad del neón (2014, Alrevés). Estos títulos integran su currículum literario, una parte de su trayectoria cultural, porque Laborda, además de desempeñar una tarea docente como profesor de Historia, ha participado en libros colectivos, colabora en suplementos culturales y revistas, y es un experto crítico cinematográfico.
En Achtung! publicamos hace poco una reseña crítica de Paraíso imperfecto. Puedes recordarla aquí:
https://achtungmag.com/juan-laborda-novela-paraiso-imperfecto-genoma-la-violencia/
Juan Laborda es el primer Cronopio que aparece en esta nueva Galería de Cronopios que hoy arranca su andadura en Achtung! Un escaparate por donde, esperamos, desfilen todos aquellos que, como definía Julio Cortazar, son “dibujos fuera del margen”, es decir, únicos en su impulso creativo. Los Cronopios son idealistas, sensibles, poco convencionales…
Recibimos a Juan Laborda en nuestro estudio literario de Torrelodones, hasta donde ha tenido la amabilidad de acercarse nada más terminar sus clases en el colegio de Aravaca en donde trabaja. Así, arropados por las estanterías repletas de libros, iniciamos una conversación alrededor de Paraíso imperfecto, que nos llevará a reflexionar sobre asuntos como la violencia, la literatura, la naturaleza del hombre y cierto pesimismo histórico.
Revista Achtung!: En el Paraíso Terrenal no había ninguna imperfección… Si acaso, estaba el árbol del conocimiento del bien y del mal, pero por sí mismo no representaba un riesgo. El problema vino al introducir al hombre en el interior de ese Paraíso. ¿Crees que lo imperfecto en un Paraíso imperfecto es el ser humano y que, mientras existamos, el Paraíso será imposible?
Juan Laborda: En efecto. El Edén es la perfección absoluta y somos nosotros los que rompemos ese espacio. Yo hablo de esto en mis novelas, es un tema recurrente: es el ser humano quien posee la semilla del mal e incluso, en nuestro deseo de construir, podemos destruir. Cuando el hombre busca la utopía puede llegar a cometer verdaderos crímenes, porque obligar al otro a cambiar es, al final, una forma de fanatismo. Si quieres crear un mundo mejor, es muy fácil caer en esa ruptura del Paraíso. El ser humano alberga en su interior una semilla del mal muy potente; también la tiene de bondad, somos capaces de lo mejor desde luego, pero la del mal está presente de una forma inconsciente.
Revista Achtung!: ¿Te has dado cuenta de que en tu novela se cumple la máxima lampedusiana de que todo cambia para que todo siga igual? Porque al final todo sigue siendo lo mismo… Hay una especie de tesis sobre la inmovilidad de la Historia. ¿O crees que existe una evolución a mejor en el pueblo de tus personajes después de más de 250 páginas de conflictos, problemas, violencia e, incluso, muerte? A mí. El final me llena de pesimismo y desesperanza…
Juan Laborda: La frase de Lampedusa siempre ha sido todo un leitmotiv para mí. Que todo cambie para que nada cambie, es toda una realidad histórica. Yo no soy partidario de un pesimismo existencialista, pero sí que creo que las modificaciones del ser humano son mucho más penosas y costosas de lo que históricamente se dice. Y ahora me pongo el sombrero de historiador: en la Historia nosotros exponemos los hechos para que tengan unas causas, algo que es necesario para explicarla, pero que no refleja la verdadera realidad del ser humano, incapaz de cambiar fácilmente; somos una especie de cobayas que nos movemos entre nuestros deseos de cambio y nuestros actos de cambio, de ahí la complejidad de que en una comunidad se produzcan cambios profundos y que, sobre todo, sean fructíferos. ¿Es una visión pesimista? Sí, pero también sé que la única esperanza del ser humano se alberga en sus emociones, en el encuentro con el otro, en el amor… Siempre hay algo de esperanza en aquello que no toca los ámbitos de lo político ni de lo social, ni lo económico. La esperanza aflora en lo emotivo.
Revista Achtung!: ¿Un gobierno de buenas voluntades es un gobierno imposible?
Juan Laborda: Sí, totalmente. La futilidad del acto de cambio hace que cuando se accede al poder, lo que se había planteado previamente sea prácticamente imposible de ser llevado a la práctica. Este es un tema que recorre mis tres novelas como un hilo conductor. El poder corrompe, y si es un poder absoluto pues corrompe de una manera absoluta. No se puede transformar la realidad sólo con buenas intenciones. La transformación real no vendrá de la mano de lo político o de lo económico…, tiene que venir desde lo humano. O al menos así lo siento.
Revista Achtung!: ¿Por qué la distopía?
Juan Laborda: Una de mis obsesiones, de siempre, ha sido el tema de las ideologías, de esas ideologías que brillan mucho y luego, con el paso del tiempo, se rompen. Como ya decía en mi anterior novela, La fragilidad del neón, estas ideologías se comen a sus propios creyentes. Por ello, una distopía, algo que no ha ocurrido pero que muy bien podría haberlo hecho, me permite jugar con esta cuestión de las ideologías, hasta donde nos podrían llevar los hechos de la Historia. Creo que es un material literario muy bueno; además, la distopía te permite elucubrar sobre cuestiones del ser humano porque no es necesario estar apegado a los hechos, a los datos, algo a lo que nos obliga la Historia.
Revista Achtung!: Y para tomar distancia te ubicas en un territorio irreal, al estilo de la Oleza de Miró o la Región de Benet…
Juan Laborda: Desde luego, este era un juego que quería hacer desde el principio, que el lugar pareciese real sin serlo, eso me ha permitido mezclar la ficción con algunas cosas que yo he vivido en ciertos pueblos del Mediterráneo. Creo que, a veces, cambiar los nombres te protege. Y tal vez fue La costumbre de morir (Alianza Editorial), novela de Raul Guerra Garrido, el libro que me marcó a la hora de escribir Paraíso imperfecto. Raul Guerra Garrido ubica a sus personajes en un lugar que llama “el pueblo más bonito del Mediterráneo”, y yo también he querido entrar en ese juego. Mi pueblo es lo que denomino como un espacio Frankenstein porque aúna elementos de diferentes sitios que he tomado para construir mi propio lugar.
Revista Achtung!: La violencia aparece de una forma brutal cuando brota en tu novela. En El extranjero (Alianza) de Camus, Mersault mata a un árabe en la playa sin tener ningún motivo para ello…, y en El miedo del porteo al penalti (Alfaguara) de Handke, el portero Bloch estrangula a la taquillera del cine de una manera igual, automática. Ambos han extraviado la identidad y el crimen puede ser una forma de identificarse con algo. En Paraíso Imperfecto, Jihan parece moverse de una forma idéntica… ¿Se trata de una reivindicación de la identidad a través del crimen? ¿Es la deshumanización el origen del mal moderno?
Juan Laborda: Sí creo que la deshumanización es el origen del mal. En mis novelas suele haber mucha violencia, no es que haya continuos actos de violencia, pero sí que se le da una importancia y un peso que podría denominar como fotográfico porque es una de esas pulsiones inherentes a nosotros mismos que no podemos dejar de lado ni negarlas. Otra cosa es que luego seamos capaces de controlarlas, pero la pulsión cainita está ahí. Es una realidad del ser humano. Me parece un error obviarla. Es naif intentar hablar de la bondad del ser humano. No podemos olvidar que esa violencia, desde los tiempos del Australopithecus, incluso antes, es la que nos hizo vivir y sobrevivir. Por eso, esta novela, más que las otras, es una novela de pulsiones. El problema es la forma y la manera en que las pulsiones se desatan y provocan un daño. Y eso ocurre cuando existe un desarraigo y una falta de humanidad. Jihan está muerto por su pasado y actúa de forma visceral porque intuye una amenaza y se defiende, lo que le lleva a cometer un crimen execrable. Un hombre sin esperanza está roto, y es capaz de cualquier cosa.
Revista Achtung!: En La Regenta (Akal), en El obispo leproso (Alianza), en las novelas de Thomas Bernhard, siempre existe algo oculto, sucio e innombrable en la zona oscura de los pueblos o los ámbitos rurales. Paraíso Imperfecto no es ajeno a ello.
Juan Laborda: Efectivamente, en La España vacía, (Turner) de Sergio del Molino, un ensayo que me gustó mucho, se plantea que algunos de los que han huido de las ciudades, los llamados neorrurales que se acercan al campo, acaban cometiendo crímenes después de un tiempo de estar allí, y pone como ejemplo el caso del famoso crimen de Fago, que muestra cómo lo rural tiene algo oscuro. Solo hay que recordar Los santos inocentes (Planeta) de Delibes, con esa sumisión a los señores y esa violencia desatada que tiene mucho que ver con la pulsión desencadenada en un espacio rural en donde no hay normas y uno puede cobrarse la justicia por su mano. Parece que el espacio rural nos conduce hacia lo atávico, aquello que tenemos más dentro. Lo que uno encuentra en el pueblo no es la Arcadia feliz, sino una apariencia de Arcadia feliz con muchos males enquistados. Curiosamente, parece que en la ciudad estamos más a salvo, como protegidos, y no digo que en la ciudad no haya este tipo de males, los hay, desde luego, pero parece que se desvirtúan. La delincuencia de los grandes crímenes, de las drogas, todo eso es inherente a las ciudades, pero los traumas familiares que llevan a un Puerto Hurraco, por ejemplo, ocurren en los pueblos. Hay que recuperar la imagen del pueblo, real y dura, para la literatura que, creo, está siendo últimamente demasiado urbanita.
Revista Achtung!: ¿Es el cacique a la antigua, al estilo de Los bravos (Castalia) o de Jarrapellejos (Castalia), o tratado de una forma moderna, el cacique político de tu novela, una fuente inagotable de literatura?
Juan Laborda: El abuso de poder es algo que nunca pasará de moda y los escritores siempre vamos a recurrir a ello para manifestar de forma evidente una injusticia. El cacique es una muestra de que la ley no es igual para todos, de que existen diferentes varas de medir, de que hay una especie de resto feudal e, incluso, de ese derecho de pernada que aún continuaba en vigor en lugares de la Alcarria a finales del siglo XIX. El cacique es el abuso de poder, y eso es algo inagotable, igual que la injusticia, y el cacique expresa, por su mera existencia, el acto de injusticia flagrante porque simplemente que lo sea ya es injusto. Y eso nos lleva a un camino literario.
Revista Achtung!: ¿Es el cacique, el tirano, nuestro yo reprimido que siempre acaba saliendo? De ahí lo utópico e imposible de cualquier utopía, ¿es el mal inherente a la naturaleza humana?
Juan Laborda: Un antiguo alumno me preguntó, al leerse Paraíso imperfecto, si estos personajes tienen mucho de nosotros. En efecto, estos personajes son uno mismo, un mismo yo: el yo idealista, el yo sensible, el yo activo, el yo violento, el yo poderoso, el yo ególatra que llevamos dentro y hay que intentar contener… Todo esto se puede leer como una disputa entre lo que uno quiere y lo que uno es capaz de hacer. Nos vemos reflejados en el cacique por cercanía o por oposición. La figura del cacique no deja indiferente a nadie porque es muy difícil que uno presencie un acto de injusticia de este calibre y no se sienta tocado. El cacique es algo que todos llevamos dentro y por eso la utopía es imposible. Ante los grandes proyectos renovadores siempre triunfa lo cainita que nos brota de dentro. No quiero ser pesimista, pero de no ser así, el mundo habría cambiado, existirían las sociedades igualitarias, la Arcadia feliz, habitaríamos en la meta historia de Marx, sin clases ni abusos…, pero no. Lo que vemos es que cada día se siguen cometiendo abusos y barbaridades. Tal vez caminemos en una dirección que pueda ser la adecuada, pero la ejecución de ese camino siempre será imperfecto por culpa del yo. La utopía es imposible porque tenemos incorporado el conflicto en nuestro ADN.
Revista Achtung!: Así visto, Paraíso imperfecto parece una reflexión sobre el mal, pero no es eso exclusivamente, ¿es, además, una indagación en la violencia como motor humano?
Juan Laborda: La violencia desata consecuencias. Es un motor narrativo, tiene esa función en mi novela al igual que la corrupción. Ambas, hacen que las cosas avancen porque frente a la violencia, frente al dolor, frente a la muerte, el ser humano reacciona y se pone a actuar. La acción se moviliza así. Miedo, dolor y violencia son tres de los pilares sobre los que yo me muevo a la hora de escribir, dado que esta sociedad intenta no reparar en todo ello. La literatura debe incomodar, y estos son temas que incomodan.
Revista Achtung!: Explícame el significado del cine club, o la presencia del cine en la novela. Como cinéfilo que eres esta referencia no podía faltar en el libro, pero aquí viene cargada de otros valores.
Juan Laborda: El arte en general, y muy especialmente el cine, son los asideros necesarios para continuar adelante. El arte, la pintura, la poesía, son alimentos espirituales que nos permiten continuar. El arte es la capacidad de seguir y para mí, el cine, es uno de los artes más esperanzadores. Nos ayuda a encontrarnos, a ser más nosotros mismos y, como los libros, es un rayo de luz. Podrían ser otras artes…, como pintar o escribir, pero creo que el cine tiene algo que no tienen las demás, y es la colectividad.
Revista Achtung!: Analizas la sociedad del pueblo donde evolucionan tus personajes con el realismo de un científico que observara una cepa maligna… ¿No sentiste la tentación de crearles una vacuna literaria que pudiera hacerlos terminar pacíficamente?
Juan Laborda: El único lugar donde hay esperanza es en nosotros mismos, en las artes y, en concreto, en el cine. Por eso no quería darle a la historia un final más feliz, creo que la novela ya tiene su carga emotiva con las tres historias de amor que aparecen y dejan un hilo de esperanza… Dejo la puerta abierta a que las emociones sigan fluyendo. Y la única vacuna es esa, las emociones y el arte como esperanzas en este universo maligno.
Termina así este encuentro con nuestro primer Cronopio; una charla que ha dejado flotando en el ambiente palabras sobre la utópica aspiración del hombre por la justicia, por el progreso y por la felicidad y, tal vez, la certeza de que eso nunca será posible. En las novelas de Juan Laborda Barceló podemos encontrar una reflexión sobre todos esos misterios, desplegados en páginas de buena literatura, y que son como las sombras que nos hacen imperfectos.
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