Se representó en el Teatro Central (Sevilla) La Batalla de los ausentes, de la mano de La Zaranda. Teatro inestable de ninguna parte. Una de esas obras que aunque sean divertidas, uno no puede negar que se va casa con cosas por resolver.
La Batalla de los ausentes es de esos trabajos que se abordan temas que no nos resultan novedosos, al menos desde el período comprendido entre las dos gran guerras mundiales del siglo pasado. Lo cual no es algo que le quite mérito, pues los mismos resultan de lo más “innavegables” dado que tomarse en serio temas como la falta de sentido de la vida, lo absurdo que puede resultar pensar sobre que la humanidad es de lo más irrelevante en el universo, etc…, nos conducen a lugares de lo más grotescos, en donde afanarse por una respuesta podría implicar toda una osadía para mantener el cabeza en orden.
Sinceramente no es una locura plantear, que nosotros los seres humanos llevamos vagando en la más absoluta nada desde tiempos inmemorables. Y que todos los artificios y estructuras políticas que hemos confeccionado para organizar nuestro día a día con el objetivo de perpetuar nuestra supervivencia, son eso, artificios. No obstante, aquí no es cuestión de entrar en valoraciones sobre qué es real y qué no; sino en realidad lo que considero más edificante, es indagar en torno a lo que ha supuesto habernos desenvuelto en el marco en el que nos hemos movido.
He allí que conviene remitirse al libro Introducción a la Epistemología Contemporánea de Jonathan Dancy, donde se plantea directamente la realidad en tales términos:
Usted no sabe que no es un cerebro suspendido en una cubeta llena de líquido en un laboratorio, y conectada a un computador que lo alimenta con sus experiencias actuales bajo el control de algún ingenioso científico técnico (benévolo o maligno, de acuerdo a su gusto). Puesto que, si usted fuera un cerebro así, asumiendo que el científico es exitoso, nada dentro de sus experiencias podría revelar que usted lo es; ya que sus experiencias son, según la hipótesis, idénticas con las de algo que no es un cerebro en la cubeta. Como usted sólo tiene sus propias experiencias para saberlo, y esas experiencias son las mismas en cualquier situación, nada podría mostrarle cuál de las dos situaciones es la real.
En esta línea, considero que La batalla de los ausentes no es más que el reflejo de la decadencia de todos esos “castillos en el aire” que en su día relucían prometiéndonos, que en un futuro no muy lejano, todos los seres humanos podrían gozar de prosperidad. Hasta tales puntos de que podríamos reproducir el Paraíso en la Tierra gracias a, entre otras cosas, a la sofisticación de la tecnología. Sin embargo, basta acercarse a varios autores de la primera generación de la Escuela de Frankfurt, como para afrontar que el Holocausto nazi es un ejemplo paradigmático de que se ha confundido los medios con los fines, en lo que respecta a ir constituyendo a nuestro mundo a gusto y medida, para que el “hombre nuevo” surja.
Todo ello, en resumen, nos condujo a una serie de contradicciones que los valores que se fueron instaurando desde la Edad Moderna no pueden dar respuesta. Y en esas estamos, en medio de un mundo el cual no se para, pero ya no sabemos cómo darle repuesta a nuestro lugar en el mundo tanto en lo individual como en lo colectivo. Eso sí, no faltarán personajes trasnochados (como los expuestos en La Batalla de los ausentes) que todavía no se han enterado que hemos alcanzado un nuevo estadio, en el que las guerras de trincheras quedaron en los libros de historia. Por más que han percibido indicios suficientes para cambiar de planes, ellos siguen allí haciendo básicamente lo mismo, como si la guerra en la que estaban no hubiese acabado.
Y como os podéis imaginar, estos clownescos personajes no les alcazaba a la memoria el porqué estaban allí, cómo comenzó todo esto, porqué exactamente deberían seguir allí en el frente, etc… Algunos pensarán que les daba miedo a enfrentarse al mundo fuera de su precario campamento, otros dirán que hasta estar del todo seguros ellos acatarían las órdenes que les señalaron en su día y demás cosas por el estilo. Aunque no sean tontería alguna abordarlas, el caso es que entiendo que la raíz de la cuestión, estará más o menos ubicada en afrontar de una vez por todas si la pregunta a si la vida tiene sentido, ha ido perdiendo consistencia con el paso del tiempo.
No es nada innovador apuntar que según el tipo de preguntas que uno se haga, encontrará un tipo de respuestas concretas. Asumiendo lo anterior, me atrevería a decir que estamos en una suerte de “limbo” donde estamos rodeados de numerosas “ciudades en ruinas” que en su día, fueron el orgullo y el símbolo del dominio del ser humano sobre la Naturaleza, y el poder político de unos sobre otros. Claro que tenemos los conocimientos suficientes para descifrar el cómo estaban configuradas dichas ciudades, o sabemos leer sus ancestrales lenguas; no obstante, el paso del tiempo nos ha demostrado que o seguimos adelante confiando que más pronto que tarde, encontraremos al menos nuevas preguntas a las cuales dedicarles nuestro tiempo y vida, o nos quedamos en la trinchera esperando a la muerte, porque el suicidio nos parece una huida demasiado radical.
En todo esto, La Zaranda. Teatro inestable de ninguna parte, lleva hasta el absurdo numerosas situaciones que nos son fáciles de reconocer. Lo inquietante de esta obra es que muchas de las personas que integramos el público los días 19 y 20 de noviembre del presente año, tomábamos dichas situaciones como una parodia al mundo castrense, a la erótica del poder, etc…, y aunque sea cierto que había parodia, no se puede obviar que La Batalla de los ausentes en su conjunto, es una antología que cuestiona el valor de estar vivo.
Para afrontar todo lo que se nos plantea hay que tener la cabeza en orden, y no temer a llegar a ciertas conclusiones. Siendo que con un poco de fe, puede que lleguemos a un estadio en el que el habitar este mundo se nos disponga bajo fórmulas a día de hoy, de lo más insospechadas. Mientras tanto, en el escenario estaban los personajes de Paco de La Zaranda, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos yendo de un lado a otro sin saber qué estaban haciendo, siguiéndose el hilo para ver si ello les lleva a algún lugar, etc…, pero todo esto casi como si fuesen niños echando la tarde, jugando a esas cosas “extrañas” que hacen los adultos.
He allí que haya una aparente inocencia en frases emitidas por estos personajes, donde entre juegos de palabras y cosas que si son situadas en otros contextos, localizamos feroces críticas a la decadente realidad en la que nos encontramos hoy por hoy. Por si queda alguna duda, no quiero dar a entender de que vivimos en un mundo similar al que se delimita en La Batalla de los ausentes, más bien a lo que quiero llegar, es que esta obra es de esos trabajos que acuden al lenguaje clown para llevar cosas que consideramos cotidianas a hasta tales grados, que por fin es fácil darnos cuenta que hacer esto y lu otro es tan ridículo y absurdo, a cómo se ve en el escenario.
Siempre el clown ha tenido la habilidad y el deber, ponernos un espejo “trucado” (si se me permite la expresión) para que los espectadores entiendan de otra manera su condición humana, porque en medio de la vorágine del día a día apenas se nos sugiere pararnos a pensar. Y cuidado, entre una cosa y la otra casi no se nos deja margen a la reflexión en la representación de La Batalla de los ausentes, supongo que ello se debe a que no se pretende darnos respuestas monolíticas, pero si zarandearnos durante el rato que estábamos sentados en nuestras correspondientes butacas, para dejar de posponer el vernos frente a un espejo directamente. Ello no quita que esta obra no sea divertida, inteligente y traviesa. En fin, ha sido un gusto ver a tres históricos del teatro contemporáneo andaluz impartiendo cátedra como si nada.
¿En qué ciudad se representa?
¿PUEDEN indicar calendarioby lugares de representación?
Gracias
Celia, quedan pocas oportunidades de ver este magnífico trabajo: el 24 de marzo en Alzira y el 12 de mayo en Torrent (ambos municipios cercanos a Valencia) y el 4 de noviembre en Fuenlabrada (Madrid). Un saludo.