La Corriente del Río empezó con una recepción en la que la música de Keiko Yokota, nos fue conduciendo a un contexto en el que nuestra condición de espectadores se iba acentuando. Es decir: no sólo me refiero a que sus cantos eran en japonés o que tocaba un instrumento, el chikuzen biwa, que la inmensa mayoría de los presentes no habíamos visto hasta aquél momento; sino que además, se creó un ambiente de intimidad y hospitalidad, que de forma natural, nos inducía a mantenernos en silencio en nuestros asientos porque algo irrepetible en nuestras vidas estaría por suceder.
Poco a poco mi mente se fue quedando en blanco sin apenas haber hecho esfuerzo alguno: cualquier análisis que hiciese de lo que se estaba sucediéndose en este trabajo, lo entendía como una “interrupción”. Desde este punto de partida, fui percibiendo como la sala que se habilitó para la ocasión, se fue sincronizando en sus dimensiones con la danza de Isso Miura y la música de Keiko Yokota, hasta el punto de que si se inclinaba levemente Keiko Yokota, la sala se encogía, o si Isso Miura arraigaba más al suelo sus pies, ésta perdía algo de altura. Estos son sólo dos de los ejemplos de las consecuencias de que estos profesionales más que guiarnos durante una “visita” por el imaginario que conformaron con La Corriente del Río, ellos nos posibilitaron transitar por un estado en el que, también, nos convertíamos en espectadores de lo que estaba pasando con nosotros mismos, a lo largo de la representación de esta pieza.
Claro, que habrán estado operando con una serie de mecanismos. No obstante, ellos no actuaron bajo la premisa de causar, en nosotros los espectadores, una repuesta concreta para que esta pieza se erija como algo con “suma efectividad” tras su ejecución. Por el contrario, Keiko Yokota e Isso Miura nos mostraron cómo es posible que el camino más largo es el más directo, para caminar hacia el horizonte que nos dirigimos; cómo trabajar desde la convicción y amor a lo que se hace, es la manera más seductora de conseguir la atención del público; etc… Esto está relacionado con que ellos son personas que ostentan una formación en la que toda su integridad como seres humanos está vinculada a sus respectivos oficios, en tanto y cuanto que ellos han ido “esculpiendo” en sí mismos, una forma de estar y ser en el mundo.
Por si ello fuese poco, lo que nos estaban transmitiendo era su manera de abordar, conjuntamente, la lectura de la historia de Hojoki y la historia entre dos clanes de samurais del siglo XII, los Genji o Minamoto y los Heike o Taira, por el poder (las cuales están recogidas en textos, que al parecer, poseen mucho peso en la historia de la literatura y la cultura japonesa). Lejos de pretender restarle importancia a lo anterior, Keiko Yokota e Isso Miura intuyeron que lo nacido de representar lo que estaba plasmado en dichos textos, era lo imprescindible para que cualquiera que hiciese de las veces de espectador, podría conectar, al menos remotamente, con lo que esté albergado en los mismos. Y si no es el caso, siempre nos quedará degustar el cómo estos dos profesionales ha estado canalizando en ellos mismos, estos contenidos. Así, nos fueron emitiendo una serie de imágenes y palabras, cuya recepción nos sugería que la gestionáramos como unos regalos de los cuales podríamos disfrutar durante la representación de La Corriente del Río. Tal y como si tratase de esos sueños que nos han marcado tanto, que una vez que nos despertamos somos testigos de cómo los mismos se nos van olvidando, hasta llegar al punto en el qué únicamente nos queda el recuerdo de lo significativo que fue dicha experiencia, aunque no seamos capaces de conservar su contenido
A donde quiero llegar, es que si bien es cierto que ello ha de suceder, básicamente, en cualquier obra de artes escénicas, el punto está en que La Corriente del Río lo llevó a una dimensión en la que estos dos profesionales eran las ventanas, en las que nos podíamos asomar a un mundo en el que su contenido “semántico” no nos conducía a identificarlo como bello, interesante y demás cosas por el estilo; sino que en realidad, nosotros los espectadores, acudíamos a varios de esos calificativos como una traducción de una traducción para orientarnos, si así lo considerábamos necesario.
He allí que piense que lo más adecuando a la hora de documentar a este trabajo, es contar un testimonio de lo sucedido más que materializar una crítica (aunque les he de reconocer, que no suelo llevar a cabo mi labor en este medio de un modo “convencional”). Porque aunque a más de uno este evento le haya pasado por desapercibido o ni siquiera le ha llegado la noticia, defiendo que debería ser guardado su recuerdo más como una experiencia compartida entre los que fuimos sus espectadores, que como un hecho “histórico” (a pesar de que también lo fuese, para quienes nos mostramos interesados en la danza butoh y sus posibilidades de puesta en escena en la ciudad de Sevilla).