El proyecto Carta Blanca a del festival Mes de Danza, nos acercan a la rica escena canaria, también, en el Teatro Maestranza de Sevilla. Con unas piezas cortas que nos recuerdan el potencial creativo que caracteriza las artes escénicas en España.
Desde el 2015 el festival Mes de Danza ha apostado por invitar y sumar, la realidad que se está manifestando en otras regiones de España a través del proyecto Carta Blanca a. Entrando en contacto y consolidando lazos con otras entidades que programan danza: en esta 26º edición nos han aproximado (a través de una programación consensuada), con el Teatro Victoria de Tenerife (Canarias); ofreciéndonos piezas de sala como de “espacios singulares”. Y una vez más, es un acierto de los que programaron el Mes de Danza. Porque no sólo nos regalan un poquito de lo que se ha visto en dicho teatro, sino que además, dan la oportunidad a espectadores, estudiantes de danza y creadores andaluces, de ver cosas que en ocasiones, es difícil que se programen en los escenarios andaluces.
En esta ocasión han conectado de una forma muy ilustrativa, esta colaboración con una suerte de “entremeses”, con la proyección de los videodanzas de Derek Pedros (que nos da una degustación de diversos trabajos de bailarines Canarios, entremezclados con imponentes paisajes que sólo se podrían disfrutar en Las Islas Canarias), rematando esa singular noche del pasado jueves 31 de octubre en el auditorio del CICUS, con el documental “El Cuerpo de la Memoria” (2017). Esto es: el cual nos introduce a la compleja situación que vive la danza canaria, en la que muchos creadores terminan yéndose a otras partes de España, Europa, etc.., al no encuentrar la posibilidad de ir más lejos en su carrera. Y allí está el Festival “Canarios Dentro y Fuera”, que en plenas vacaciones del mes de diciembre (cuando vuelven muchos a casa con sus familias, amigos), se desarrolla el mismo acogiendo a creadores canarios que viven fuera de las islas, como otros que aún siguen apostando por seguir afincados allí. Por tanto nos encontramos con intérpretes canarios emergentes que buscan presentar sus primeros trabajos, e incluso, algún que otro intérprete que está allí asentado, por más que sea de otra parte del mundo.
La cuestión es que el Festival Canarios Dentro y Fuera, es un espacio muy especial donde los creadores nos muestran año a año, cómo les ha ido en su lugar de residencia, de qué se han contagiado, cómo bailan el trabajos de otros coreógrafos, cómo han ido evolucionando al paso del tiempo. Y por ello y mucho más, podemos sentirnos afortunados de haber tenido la oportunidad de poder presenciar lo que está pasando dentro y fuera de las Islas Canarias.
Dicho ya el contexto, adentrémonos en las piezas en cuestión:
Élida Dorta M
Élida Dorta acompañada con la música de en vivo de Rebeca Píriz Ugidos (que desde luego, logra absorber nuestra atención hacia lo que sucede en el escenario), nos conduce a un plano vasto de alegorías escenificas, reivindicaciones con enfoque de género, visualización un tanto estridente de una idea de la feminidad y el parto. Lo cual de algún modo u otro se nos anuncia en la sinopsis que nos facilita el Mes de Danza en su web. En la que se señala que Élida Dorta nos muestra el producto de cómo ella ha vivido el cambio de su cuerpo tras haber sido madre: una suerte de reencuentro después de que las cosas nunca serán como antes.
Es acertado y a la vez inevitable, traernos este tipo de trabajos en los días que corren, donde los debates sobre el papel de la mujer están más presentes, donde reivindicaciones de herencia feminista que antes parecían el “capricho” de unas “pocas”, se están convirtiendo en valores que se consolidan en nuestro imaginario colectivo. Sin embargo, es una apuesta tan personal de Élida Dorta, que difícilmente conecte con todos los públicos: nos tentamos los espectadores a distraernos con algunas chillonas imágenes que se acercan al ruido (al cual no llega a serlo, porque están muy bien hiladas unas con otras), que más que impactarnos, terminamos alejándonos de ella: hay que hacer un esfuerzo extra por llegar a la mímesis con ella.
Entiendo que por más que se aborde este tema desde un lenguaje contemporáneo, ello no exime a cualquier creador de hacer una propuesta que parezca más un monólogo, que el producto de un diálogo abierto a asumir la gran diversidad de perspectivas que se yuxtaponen unas con otras, en nuestra sociedad. Élida Dorta es consciente y derrocha valentía por ir por este camino; sin embrago, parece dirigido a un público muy concreto, entorpeciendo una labor pedagógica muy urgente en nuestra sociedad. Ya que aunque se estén visualizando más y más estos temas, hemos de recordar que quienes más requieren que les llegue este mensaje son los que no “militan”, o los que perciben ello como una opinión de unos que ”no tienen nada que ver con nosotros”.
Carmen Macías Y también mañana
Con este solo Carmen Macías nos toma de la mano y nos guía, a un lugar donde el espacio y el tiempo funcionan de otra manera: llega a ser hipnótico, absorbente…, y si nos estás alerta como espectador, te puede llevar a la distracción. Es una pieza que requiere que el espectador sea un ser activo, lo cual lo considero positivo porque nosotros hemos también dar de nuestra parte, hemos de ofrecer una predisposición a que lo que nos está contando, siendo que hemos decidido concederle nuestro tiempo y respeto, como poco.
Es sin duda un trabajo muy maduro y serio, sin que por ello resulte severo. Más bien se adentra en una búsqueda aparentemente estéril, a través de la repetición de una serie de movimientos que destacan por su rigor técnico y limpieza. No obstante, dicha repetición que resulta incesante, nos ilustra que ella es un recurso escénico más a explotar, sin que ello se asocie con falta de creatividad; porque Carmen Macías desea ir más lejos dirigiéndonos, queramos o no, a la crudeza que supone estar una y otra vez en lo mismo. Pero no estamos atrapados en un bucle, ello evoluciona, sigue un patrón interno que nos confirma que no estamos dando círculos. Sino espirales que frenéticamente nos llevan hacia arriba o hacia abajo, pero avanzamos: tan sólo hay que recurrir al recuerdo.
El tiempo se convierte en el terreno en el que se desenvuelve la intérprete, no algo que transcurre en paralelo. Signo de que es una investigación muy ambiciosa pero que no alcanza a seducir, a los que no perciben sus virtudes técnicas, coreográficas y conceptuales. Pero que quede por delante, que es inspiradora y es una clase magistral, de cómo gestionar el tiempo, y estructurar una pieza sin que carezca de profundidad. Ya que al fin al cabo, que una pieza tenga cientos de movimientos no garantiza, que estemos hablando de que su creador sea muy versátil.
Laura Marrero Descarga
Dentro del “Programa de piezas cortas Escena Canaria”, es la que más evoca intimidad: y me imagino que es una noche de sábado, fuera hace mucho frío y nuestra intérprete no tiene un plan esa noche. Pero tiene un arrebato en su mente e incluso en su piel (porque el cuerpo también tiene memoria), un bombardeo de recuerdos y asuntos que todavía hay que poner en orden.
Laura Marrero ha comentado que esta pieza es el resultado de una “descarga”. Es es: producto de la colaboración de diversas personas que le han acompañado en sus viajes vitales (donde destaca, en especial, la colaboración de Carmen Werner), una suerte de despertar de su cuerpo que busca un lugar donde canalizarlo, y como no puede ser de otra manera (como persona dedicada a las artes escénicas), comparte ese “viaje” con el público. Por tanto, nos encontramos con un trabajo introspectivo, donde parece que nosotros los espectadores le estamos espiando: no hemos sido invitados, pero su ensimismamiento, hace que no seamos intrusos en la sala de su casa. Sí de su casa, porque ella se desenvuelve en el espacio con una familiaridad, que consuma ese principio de las artes escénicas que versa: que el intérprete ha de focalizar su intencionalidad a tales grados, de que se mueve no porque el guión o la partitura de movimientos así lo contempla, sino porque hay una razón que hace que emita una acción. Y lo demás es el producto de la interpretación de cómo materializar dicha acción.
Y ese proceso de “poner en orden” todas esas cosas que le suceden, despliega un trabajo coreográfico, en el que equilibra muy bien la danza con la interpretación, y no es que ella haya pretendido una tozuda simetría; sino más bien, porque al personaje que vemos en escena le pasa lo que le está pasando, suelta esa tensión desplegándonos un recital de movimientos sensuales y a la vez desgarradores… Acude a un cigarro buscando sosiego: ella nos lleva de una lado al otro del escenario, apropiándoselo. Insisto, es la sala de su casa.
Acude a metáforas corporales y de atrezzo (aquellos ya muy recurridos zapatos de tacón, situados en una frontera de la escena), que en muchos casos puede resultar algo que le habrá ayudado a Laura Marrero, a unir las piezas de lo que ensambló; aunque en otros, no da más luz a los espectadores de lo que sucede en escena. Pero ello no llega a ser un problema, porque la pieza es sólida y habla por sí misma, dado que conecta de algún modo u otro con cada una de las personas del público al abordar el tema de la condición humana: sintetizada en que siempre necesitamos un tiempo de reposo, de soledad, de entrar en diálogo con nuestro foro interior para seguir adelante, para entender dónde están posados nuestros pies…, o simplemente, para sacar de una vez por todas, ello que no podemos sostener más tiempo dentro de nuestras entrañas.
Daniel Morales Invisible
Es la pieza que más extrañas sensaciones me dejó, se escabulle entre las otras que compartió cartel esas dos noches del Teatro Maestranza (en la sala Manuel García). Quizás sea por su fugacidad, su capacidad de dejarnos atrapados en el momento presente, pero sin conducirnos a la melancolía: es que me encuentro deseoso de volver a verla, porque algo que intuyo como importante, no le he dedicado espacio suficiente en mi memoria.
Pasa de lo enajenado, a lo sereno: los estados de la pieza se reflejan en el cuerpo de Daniel Morales, no tanto en la interpretación de su personaje. Su cuerpo ha sido encomendado a representar toda esa serie de ideas a las cuales se propuso contar; sin embargo, se requiere volver a verla para identificarlas: no porque él haya fallado en su representación, es que encandila el cómo se mueve.
Si se acercan a su biografía artística, encontrarán que Daniel Morales tuvo una transición desde las danzas urbanas a la danza contemporánea, pero él mismo declara que no ha dejado de ser autodidacta, cosa que entre otras, conserva de sus días bailando en las calles. Lo cual hace que estemos ante un ejemplo más, de un intérprete que está por la “captura” y consolidación de un movimiento propio; esta ambición que aunque no sea novedosa, no deja de traernos aire fresco y una prometedora carrera, más allá de su más que notable bagaje.
Dicho lo anterior, esta pieza es una joya que fue llevada a escena con entrega y mucha honestidad. Ojalá nos acordemos todos de su nombre, porque veo aquí un intérprete entre otros a destacar, que nos evidencian que en España están pasando cosas con mucho potencial, por más que ir a Bruselas, Ámsterdam o Berlín a ver danza contemporánea, sea un tarea más que recomendable. Ello no sólo lo digo al público en general, sino que también a los estudiantes de danza, que tantas veces (con la mejor de las intenciones) los conducen fuera de España, como si ello fuese ir al grano para desarrollarse profesionalmente con mayor eficacia.
Carmen Fumero Cía. Un poco de nadie
Ha sido de lo más providencial que tras haber sido representada esta pieza junto a su aclamado dúo “eran casi dos” en la sala TNT (Sevilla) los pasados 17 y 18 de octubre, Carmen Fumero y compañía vuelven a la capital hispalense, ahora únicamente con “Un poco de nadie”. Desde luego cambia la percepción de una misma pieza, de co-presidir una noche en el cartel de la antes mencionada sala, a compartir una programación dentro de este proyecto “Carta Blanca a”. Ello se acentúa aún más, si es la única pieza que no es un solo. Esto es: si es que habían suficientes variables en juego para que esta pieza destinada a cerrar esta noche, prometiera despuntar. Muchos de quienes les seguimos con cariño y ansias de ver qué más lejos pueden llegar, tras su “eran casi dos”. Identifcamos que suben al menos, un par de escalones el nivel.
No os engañéis, se sigue respirando el mismo aire del ya mencionado dúo (incluso dos de sus intérpretes reaparecen), como un aviso de que van a seguir profundizando sobre las relaciones humanas: qué nos acerca o distancia los unos a los otros, qué cambia cuando hay contacto físico o visual, entre otras cosas. Pero esta vez abordan algo que puede ser más incómodo de ver, el rechazo. Vemos al personaje que interpreta Carmen Fumero quieta, dando la espalada al público una buena parte de pieza, mientras los que interpretan Georgina Narejos y Miguel Ballabriga, en cuestión de tiempo conectan, desconectan, hay un diálogo que va creando cimientos para que la irrupción de una tercera persona, suponga una reconfiguración de la relación entre ambos.
El personaje de Carmen Fumero intenta hacerse un hueco en este mundo que constituyen en escena, donde de forma inteligente crearon una suerte de reglas, que el público no puede alcanzar a descifrar del todo (lo cual en este caso, tampoco hace falta). El hecho es que difícilmente haya una persona entre los espectadores que no se haya sentido reconocido en una de las numerosas imágenes, que sin pretenderlo, pasan de una poesía en movimiento, a algo que uno prefiere parpadear más de la cuenta para que se nos escape. Sí, hay movimientos enérgicos, también sostenidos, desequilibrios; pero el caso, es que nos escenifican de forma evidente y sublime un tema tan complejo de tratar en las artes, dado que es incómodo por sí mismo.
Cuando vi esta pieza el pasado 18 de octubre en la sala TNT junto al dúo “eran casi dos”, me quedé más que agradecido (y ahora reafirmado) que convivan en la escena de este país, trabajos que no recurran en exceso a fórmulas efectistas, que nos traten de vender como que se llegó más lejos, porque quien interpreta se embarra más y más en un tema tortuoso que acude una y otra vez a lo literal. Esta pieza está muy elaborada, con madurez y mucho respeto al público, ya que aunque parta de una necesidad de ahondar en el tema de las relaciones humanas, hacen algo bello sin que suponga complacencia a nuestra inteligencia.