Mañana, 20 de enero, se publicará el primer libro de una nueva editorial; Trotalibros. Este proyecto literario es producto del esfuerzo, del coraje y de la valentía del andorrano Jan Arimany, que debuta con un título extraordinario: La guardia del griego Nikos Kavadías. Una novela de marineros y buques mercantes, pero mucho más que eso; se trata de la profunda reflexión sobre la soledad humana, de la enfermedad de la nostalgia, de cómo aflora el dolor mediante el recuerdo. Todo un acontecimiento editorial, imprescindible y que no podemos dejar pasar, para este inicio del 2021.
Con La guardia, Nikos Kavadías pone en pie en un discurso fragmentado y brutal, articulado por las vigilias sobre el puente de mando, aderezado con alcohol y sexo peligroso para, así, revelar las condiciones más bajas —que curiosamente son también las más líricas y generosas— de un grupo de hombres a bordo del mercante Pytheas; marinos desarraigados y maltratados por un destino que muchas veces se han construido ellos en una especie de harakiri existencial, una vidas preñadas de malas decisiones, como si la desesperación los hubiera vuelto suicidas. Sin duda, La guardia es un soberbio ejercicio de literatura, nos encontramos ante uno de esos clásicos modernos que necesariamente debían ser recuperados.
En efecto, recuperado, porque una de las características primordiales de la editorial Trotalibros es esa: recuperar para todos nosotros, lectores ahora afortunados, una serie de libros que han caído injustamente en el olvido, descatalogados, imposibles de encontrar, pero no por ello menos magníficos. Así, la editorial nos demuestra que, demasiado a menudo, la Gran Literatura se encuentra en el limbo de lo olvidado por las desastrosas leyes de maldito mercado editorial, ese que vive apegado al producto, a la novedad, a la vacuidad de lo inmediato: a la basura.
En el mar griego y literario
Aunque el carguero Pytheas surca muchos mares, además del Egeo, no debemos olvidar la importancia marinera en la tradición literaria griega. Kavadías escribe férreamente anclado a clásicos como Homero y la Odisea, en donde el vagar por los mares es un elemento principal que moviliza la acción.
Dos imágenes de Kavadías como radiotelegrafista:
Sobre la cubierta del Pytheas, sobre su puente de mando, una serie de personajes consume café poco azucarado y litros de coñac. Desde allí, frente a la extensión marina, ese mar vinoso homérico, dialogan entre ellos, y también dialogan con toneladas de literatura marinera, ya sea antigua o moderna. Desde Odiseo hasta El corazón de las tinieblas de Conrad, pasando por las visiones líricas del egipcio Kavafis o el anhelo de imitar al mar del sirio Adonis.
Me he referido a varios poetas mediterráneos, en efecto poetas, porque si algo caracteriza a La guardia es un equilibrio —tal vez cabeceo de proa de buque— entre la brutalidad de lo que se cuenta y el lirismo con el que se narra. Lirismo poético el de Kavadías (que también era poeta), porque si se habla de mar, de cielo, de amor y desamor, de nostalgia y de recuerdo, es imposible no hacerlo con poesía, a poca sensibilidad que se tenga. Y Kavadías es una máquina lírica en esta su única novela, todo lo tamiza mediante una visión delicada y emocionante, por muy áspero que sea el asunto tratado.
La carga humana
La novela está compuesta de tres partes muy significativas y definidas por su contenido. La primera parte se compone de cinco guardias, que operan como cinco calas en la vida cotidiana marinera de los hombres embarcados en el Pytheas.
Aquí nos encontramos con los elementos definitorios de la novela y de la propia prosa de Kavadías: oralidad para un texto tejido a base de conversaciones durante los periodos de guardia nocturna. La primera parte arranca con una pregunta, ¿quién?, y es mucho más que un recurso narrativo, porque de esa manera engloba a todos los marineros con sus discursos, esos que irán apareciendo en el libro. Es un quién totalizador que pretende convertir al texto en un discurso colectivo, aunque articulado sobre los recuerdos e imágenes del telegrafista que protagoniza la acción. Ese quién también nos incluye a nosotros. El propio libro es el Pytheas, los lectores hemos sido invitados a la singladura, y formamos parte de la tripulación.
De esa manera, La Guardia es a la par continente y contenido: es un mar picado, proceloso y oscuro, tenebroso, en su narración áspera, pero con la belleza lírica de los océanos embravecidos, y también es barco, con los lectores que nos sumamos a la dotación marinera. Y seguro que nos reengancharemos al servicio.
Temas espinosos y poco agradables, sin duda, pero por ello fascinantes, que aparecen desde el inicio, como la sífilis del agregado Diamandís, que a intentará paliar el telegrafista; ¿por qué no lo hace un médico? Esta es una de las filtraciones del propio autor en el texto, dado que Kavadías fue radiotelegrafista durante su carrera marinera y, además, cursó algo de medicina. De forma que él, y solo él, podía aparecer para socorrer a Diamandís y, así, incluirse en la turbia presentación de unos personajes inolvidables.
Desde ese instante la sífilis, o la enfermedad francesa para los italianos, alemanes e ingleses; o la enfermedad española o castellana para los portugueses; o la enfermedad polaca para los rusos y la enfermedad alemana para los polacos, incluso el mal chino para los japoneses o el mal napolitano para los franceses, se apodera de las primeras partes de la historia. Un mal que al atribuirse a tantas naciones es supranacional: puede contagiarse en cualquier lugar del mundo. Ideado a propósito para los marineros.
Hacía mucho que no leía un libro que se ocupara de un asunto tan delicado como la sífilis, tratado de una forma que ineludiblemente lo conecta con otros dos asuntos capitales en el texto: las prostitutas y la corrupción; la corrupción entendida como el deterioro, la herrumbre producto de la humedad y del salitre del mar sobre el barco, que mordisquea sus estructuras de acero roídas y envejecidas, pero no solo: también esa herrumbre es la que consume el interior de los marinos, la vida los corrompe, tengan o no el mal gálico o mal de las bubas.
Ciertamente, en algún momento, a esta enfermedad se la denominó el mal castellano, y es interesante la manera en que la combaten los contagiados a bordo del Pytheas: con mantas eléctricas, administrándose un calor insoportable, sudando, lo que nos lleva directamente a las Novelas ejemplares cervantinas, en concreto a la Novela del casamiento engañoso, en donde uno de sus protagonistas abandona el vallisoletano (castellano por tanto) Hospital de la Resurrección tras haber sudado “catorce cargas de bubas”, es decir, en palabras de Cervantes: “debía haber sudado en veinte días todo el humor que quizá granjeó en una hora”.
En el Hospital de la Resurrección se trataba de curar la sífilis mediante los sudores, encendiendo hogueras en las salas destinadas para ello, manteniendo al paciente en mitad de un calor enorme por un periodo de treinta días. En La guardia, los enfermos de sífilis continúan con este tratamiento caluroso porque entienden que es el único medio efectivo para evitar una de sus terribles consecuencias, esa que más les aterra: la nariz corroída.
Se produce una correlación en la narración, por tanto, entre los enfermos y el barco herrumbroso, entre la enfermedad que carcome y la podredumbre que se apodera de la nave y, por supuesto, todo está inundado por un olor a fenol, convirtiendo al Pytheas en una especie de barco maldito, de carácter fantasmagórico, en cuyo interior navegan hombres próximos a la descomposición.
Y será la descomposición, pero de los sentimientos y de los recuerdos del radiotelegrafista, la que nos guiará por las siguientes guardias de esta primera parte. Con el motivo de la sífilis de Diamandís de fondo —con sus miedos, su deseo imperioso de acudir a un médico nada más arribar a puerto, sus temores a quedarse sin nariz— como recurso con el que otorgar una coherencia, ligazón, a las historias y a esos recuerdos desmenuzados del protagonista, empezamos, como lectores, a inspeccionar lo que podemos denominar carga humana. Porque, independientemente de lo que albergue el Pytheas en sus bodegas, la verdadera mercancía se encuentra en sus hombres, en el interior de sus recuerdos que les agarrotan el pecho y el corazón, que muchas veces son como sentinas repletas de un líquido putrefacto que se destila con dolor.
Narrativa de mar arbolado
Hay una relación de causa y efecto entre la soledad del radiotelegrafista y la necesidad de las charlas que entabla durante los turnos de noche en el puente. Su discurso, desgarrador, triste, resignado y derrotado, se nutre de historias sobre barcos, travesías y mujeres, sobre todo prostitutas; y nos ofrece una imagen sórdida del mundo de los marinos, siempre ávidos de cualquier cosa, ya sea sexo, comida, alcohol, con tal de escapar por unas horas de su encierro herrumbroso.
En los relatos del radiotelegrafista se van drenando una serie de sucesos que habitan en las profundidades del recuerdo, que le anidaron en la memoria de una forma tan dañina que, al final, solo mediante la borrachera puede lidiar con ellos, recayendo en la bebida después de mucho tiempo sin probarla.
Esas historias de sexo desaforado, burdeles, amores fugaces y truculentos, diferentes barcos y travesías, parece que hubieran encontrado un eco posterior en Madera de Boj, la novela de Camilo José Cela sobre la marinería y la navegación en la Costa da Morte, temática y discursivamente cercana en algunos momentos a Kavadías, pero a años luz de la originalidad y maestría del griego. Lo de Cela es un texto llevado a cabo en la decadencia creativa de un autor acabado. Lo de Kavadías es un ejercicio vital mediante la exposición radical de las miserias humanas mostradas con nervio, incluso con furia, lo que se traduce en una prosa hirviente de mar muy gruesa a arbolada, con oleadas narrativas conmovedoras.

Jan Arimany, editor de Trotalibros, o cómo publicar con valentía libros con aura durante la pandemia.
Dentro de esta tempestad provocada por los sentimientos y desatada por el alcohol, nos ubicamos en el centro mismo del problema que atenaza a todos estos hombres: la soledad soportada en el interior de un ambiente opresivo que a muchos termina haciéndolos enloquecer.
Antes de alcanzar el clímax de la primera parte, Kavadías nos narra, por voz del radiotelegrafista, una historia desarrollada en uno de los no-lugares más tremendos con los que me he encontrado en la literatura. Es cierto, el propio barco, a pesar de tener nombre, el Pytheas, ya es de por sí un enorme no-lugar que vaga con un grupo de desarraigados en su interior, condenados a no tener patria ni lugar de descanso, lo que acentúa sus angustias, en la mejor tradición del Holandés errante.
El relato del radiotelegrafista abunda en una relación fantasmal con una mujer con la que comparte lecho, aspira su olor en las almohadas, incluso puede contemplar su ropa y sus medias, pero nunca llegará a conocerla. Ambos, ella prostituta, él un marinero a la espera de nuevo barco, comparten buhardilla en un hotel infame de Amberes. El marinero utiliza el cuchitril durante las horas en que ella no está, y viceversa. Nunca se verán: la historia, emocionante y uno de los puntos más elevados de La guardia, encierra el simbolismo de la imposibilidad de formar una familia, de tener un hogar, esa tremenda circunstancia que asumen los marinos.
En la quinta y última guardia de esta primera parte, el radiotelegrafista Nicolás se emborracha y vomita. Enferma no solo de alcohol, también de recuerdos, y abre así paso a la segunda sección de la novela, una sexta guardia que es, por momentos, el desatado, inconexo, sincero, arrepentido, culpable y miserable discurso del hombre bebido, cuando agolpa las vivencias para arrojarlas sobre la cubierta, por la borda, hundirlas en lo más profundo de los camarotes, en un intento de ahogarlas con licor.
La visión pictórica
La segunda parte de la novela, compuesta de esa sola guardia, borrachera del protagonista, se divide a su vez en pequeños relatos, que son como cuadros, como una serie de pinturas que van iluminando las desgracias narradas. Kavadías ha cambiado a la primera persona, todo lo anterior era en tercera, para impregnarnos de primera mano de los vapores alcohólicos que desenredan la memoria marina del protagonista y servírnosla en estampas.
Al parecer, Kavadías era un entendido en pintura, y por toda esta parte desfilan segmentos que abarcan desde el autorretrato hasta la naturaleza muerta, en función de lo que se trata en ellos. Este recurso, tan original como poco inesperado por el proceso que presentaba la estructura de la novela, dota a La guardia de un elemento sorpresivo más, ganando en elasticidad; de esta forma, la narración puede conducirse a la última y tercera parte, apegada a la llegada al puerto y al intento de llevar al médico a Diamandís para que sea tratado.
Por ello, al buscar una resolución a la enfermedad de Diamandís, el texto se inicia con una referencia al Trionfo della Morte, toda una serie de cuadros que se pintaron sobre ese motivo. La llegada a puerto, la proximidad del final de libro, y la omnipresencia de la prostitución, la corrupción y la sífilis, ciertamente parecen componer un Memento Mori que coincide con la resaca del radiotelegrafista y su regreso a la tenebrosa realidad del mundo de los sobrios.
Esta parte final, teñida de un fuerte sentimiento apocalíptico, de malditismo —incluso aparece la Comedia de Dante con una referencia al Infierno, alusión a que ese lugar, aunque todavía sea en vida, es donde ya habitan los personajes que hemos conocido y escuchado durante la lectura de La guardia— pone un final con ciertos interrogantes que buscan reflexionar sobre la miserable condición humana. En las obras de los clásicos griegos aparecía la aurora de los dorados dedos, pero en Kavadías, acorde con la descomposición que busca transmitirnos, siempre será una aurora amarillenta, enfermiza.
Quiero terminar este pequeño estudio crítico de un libro magnífico con una estrofa de un poema de Kavafis, Espejo de una pregunta, que ilustra muy bien el espíritu de Kavadías en La guardia:
“y me dijeron que mi rostro era una ola
y el rostro del mundo espejos,
suspiros de marinero y faro”.
Suspiros de marinero y faro, de eso se nutre la prodigiosa narrativa desplegada en La guardia, que además cumple con otro de los aspectos primordiales de la editorial Trotalibros: nutrirnos, a los lectores, de libros con aura. Algo tan difícil como eso. Con La guardia ya lo ha conseguido…
Corred a comprarla y recordad, la clave está en el faro.