La luz de un lago emerge como una propuesta que desafía al espectador a sumergirse en un espacio de reflexión profunda y percepción visual. Esta obra de El Conde de Torrefiel, Tanya Beyeler y Pablo Gisbert mezcla lenguajes artísticos y transita entre lo experimental y lo conceptual, ofreciendo una experiencia que involucra los sentidos, e invita al espectador a cuestionar su propia percepción de la realidad. La cita es el 31 de enero y 1 de febrero en Teatro Central de Sevilla.

La luz de un lago se despliega como un poema visual, donde la narrativa se construye mediante fragmentos de vida de personajes dispersos en distintos lugares y momentos. Desde una pareja que se cruza en un concierto en Manchester, hasta dos amantes secretos en Atenas, pasando por una transexual en París y un estreno en la histórica Ópera Fenice de Venecia, la obra reúne historias que parecen estar conectadas por una sola corriente: las aguas profundas del tiempo. Estas historias, en constante aparición y desaparición, son presentadas como una matrioshka narrativa, un mise en abyme que plantea la cuestión del sentido y la memoria en un universo de espejismos y reflexiones fragmentadas.

El enfoque estético de la obra, que fusiona elementos de cine, danza, teatro y arte sonoro, ofrece una experiencia sensorial que trasciende lo convencional. La escenografía, los cuerpos en movimiento y la palabra se entrelazan con una precisión casi matemática, generando una atmósfera donde lo visual se convierte en un vehículo para lo emocional. En este sentido, el uso de muros escenográficos, texto proyectado y voz en off refuerza la sensación de inmersión, mientras que la composición sonora —inmersiva y sugestiva— establece un vínculo íntimo entre lo que se ve y lo que se escucha.

Foto: Andrea Macchia

Más allá de su complejidad visual, La luz de un lago es un ejercicio filosófico que explora las contradicciones y ambigüedades inherentes a la experiencia humana. Amor, trabajo, violencia y la constante búsqueda de claridad en un mundo lleno de ilusiones y trampantojos son los temas que emergen de manera constante a lo largo de la obra. Estos temas se presentan como fragmentos de una realidad múltiple, reflejando la fragmentación de la experiencia contemporánea.

La propuesta de El Conde de Torrefiel es un reflejo de la complejidad del mundo actual, pero también una invitación a la imaginación del espectador. En un escenario donde visión y escucha entran en colisión, la obra abre una grieta en el significado, permitiendo que el público se convierta en partícipe activo de la experiencia, creando su propia interpretación de lo que se está viendo. La «única imagen posible y verdadera», como se señala en el texto de presentación, es aquella que emerge de la interacción de cada espectador con la obra, dando lugar a un espacio único de creación e interpretación.

La puesta en escena de La luz de un lago es, en última instancia, un acto de reinvención artística, que nos recuerda que el teatro no solo se trata de contar historias, sino de provocar sensaciones y reflexiones. A través de un enfoque arriesgado y experimental, El Conde de Torrefiel no solo redefine los límites del lenguaje teatral, sino que también abre nuevas puertas hacia lo inesperado, desafiando a los espectadores a encontrar en la grieta de la obra un lugar para su propia imaginación.

Foto: Andrea Macchia