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Durante el coloquio que iniciaron los profesionales implicados tras la representación, se comentó que La Noche de San Juan nace de un ejercicio de recuperación e interpretación de algo que no pudo estrenarse hace más de ochenta años, dado los avatares de la Guerra Civil Española.

 

En esta línea, su director, Antonio Ruz, señaló que en ningún momento intentaron hacer “arqueología”, puesto que, entre otras cosas, no había el suficiente material disponible para recrear lo que habían estado preparando los precursores de La Noche de San Juan: Roberto Gerhard (composición musical), Joan Junyer (escenografía) o Ventura Gassol (argumento).

A continuación, explicaron la conveniencia del por qué correspondía otorgarle un lenguaje y una estética más actuales. Reflejo de lo que, precisamente, dichos precursores pretendieron en el primer tercio del siglo XX, es decir: En un contexto en el que las llamadas Vanguardias tenían sus respectivas manifestaciones en diversas artes. Figuras como el compositor musical Manuel de Falla, habían dado con la fórmula para que el folklore español fuese motivo de interés, puesto que muchos en la Europa de la época lo calificaban de “exótico” y demás cosas por el estilo. Lo cual es susceptible de ser estilizado para que de un modo u otro resignificarlo, e incluso dejar entre paréntesis cualquier asociación con lo “vulgar”, “primitivo”, etc.… Así, a poco que se conozca los ritos y costumbres entorno a la celebración de la noche de San Juan en localidades del Pirineo, pues, uno estaría capacitado para identificar numerosas alusiones a bailes, canciones e historias que han formado parte del imaginario popular de la zona.

 

Foto: Dolores Iglesias

 

 

Según nos contaron los profesionales, ello sucedió cuando se representó en 2021 en el Gran Teatre del Liceu (Barcelona), ejemplo de que este tipo de proyectos pueden ser entendidos como puentes para comprender el legado que compartimos, y si se da el caso de que se es de otra región del mundo, como poco, nos vale para sintonizar con el origen de sus habitantes. De tal forma, de que la tendencia de muchas grandes capitales de los países a occidentales a homogeneizarse desde distintos puntos de vista, pueda ser amortiguada en favor de que recordemos que el folklore es algo que no sólo está íntimamente relacionado con la identidad de una región; sino que además, es un vestigio de que han convivido en este mundo incontables maneras de ser y estar.

Todo esto no es más que una aproximación de este proyecto conjunto entre la Fundación Juan March y Antonio Ruz, quienes se enfrentaron a la difícil tarea de ser consecuentes a la hora de traer esta idea a un entorno en el que cualquier experimentación escénica y conceptual ha de estar mucho más elaborada y justificada para ser consistente, puesto que ya muchos corrientes “vanguardistas” se han desarrollado desde entonces, a la par de que hay un público que se ha ido curtiendo con el paso de los años.

 

Foto: Dolores Iglesias

 

 

En relación a La Noche de San Juan de este profesional andaluz, les reconozco que desde el principio asumí que lo mejor era dejarse envolver y guiar por un trabajo que, de primeras, nos saca de lo que estamos más acostumbrados. Empezando por la música que interpretó el pianista Carlos Bujosa, la cual se precisa de un rato para caer en la cuenta de que era un elemento sustentante más para que confluyan la escenografía, danza…, que se habían representado en sus planes sus precursores. Las coreografías y las interpretaciones de los bailarines de esta creación, mantuvieron un pie en la lectura que han hecho estos profesionales de La Noche de San Juan “originaria”, y otro en algo que consiguiese su propia autonomía. Sí, les hablo de movimientos que cruzaban de un minuto a otro la frontera entre lo “desdibujado” y “experimental” con lo elegante: ¡Fue maravilloso!

En paralelo, el diseño de iluminación de Olga García y el vestuario y el atrezo de Rosa García Andújar fueron fundamentales para que la pieza terminase cohesionada y se convirtiese en una experiencia inmersiva. Tómese en cuenta que no es una obra “complaciente” ni sencilla de “digerir” para nadie, ya que pone a prueba a sus espectadores a la hora de determinar si realmente a uno le gusta la danza contemporánea (con todo lo que ello supone), o simplemente se va al teatro cada vez que se intuye que seguro uno saldrá “satisfecho”.

He allí que defienda que piezas como esta son las que fomentan que sus espectadores y los profesionales en juego alcancen un mayor grado de madurez, en la medida de que se vean a sí mismos disfrutar y crecer con registros que hasta hace relativamente poco les resultaban inimaginables.

 

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